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lunes, julio 30, 2007

Opinión - Guillermo Almeyra

Oaxaca y el viento del sur

La Jornada

En mi lejana juventud, cuando uno se tropezaba con la negra figura de un cura ensotanado por la calle, aparte de agarrarse rápidamente los genitales para salvarlos (las mujeres, más discretamente, se llevaban las manos al pecho), se precipitaba en búsqueda de la primera reja o artefacto de hierro que tocar, no fuera cosa que...

Por supuesto, éramos primitivos, groseros y supersticiosos. Pero no pendejos ni inconscientes o desprevenidos. Porque, en el fondo, si esos curas entonces franquistas y fascistas andaban por la calle, ocupando el medio de la acera, era porque había un poder que los apañaba y una parte importante de la población que los sostenía. Y, por tanto, el símbolo hacía sonar de inmediato la campana de alerta ante el peligro.

¿A qué viene esto? Al hecho de que los peligros se anuncian siempre, para las personas y para las clases, aunque tanto unas como otras no siempre quieran o sepan interpretar las advertencias. Así le sucedió a Don Porfirio, que creyó que podría seguir matando y vendiendo yaquis como esclavos o asesinando mayas, y que podría hacer cualquier cosa mientras controlase sus fuerzas represivas, ya que el pueblo mexicano, para él, cedía ante el rigor. Las huelgas, los levantamientos indígenas no fueron vistos desde el Palacio como las primeras burbujas de un agua a punto de ebullición, sino como asuntos policiales que se resolvían matando, torturando, desapareciendo, haciendo escarmientos colectivos para aterrorizar a todos con todas las fuerzas de la Santísima Trinidad (Ejército asesino de compatriotas, policía feroz al servicio de los caudillos, justicia corrupta de los potentes para oprimir y reprimir a quienes quieren ser ciudadanos, y no esclavos).

En la vida social, como en la naturaleza, la temperatura no sube repentinamente de 0 grados a 100, sino que pasa por fases intermedias, en un proceso gradual cuyos saltos relativamente bruscos son el resultado del hecho de que un régimen caduco eleva, con su misma represión, la conciencia social colectiva sobre su carácter vil, inaceptable, anacrónico. Los vientos anuncian tempestades. Sólo quien desprecia profundamente la capacidad de comprensión, de adquisición de conciencia, de movilización y reacción de los más explotados en este país con 80 por ciento de pobres, puede permanecer impasible ante las advertencias que le hace llegar la némesis histórica (o sea, la gradual y continua construcción, en las conciencias y en los hechos, de las bases para una alternativa).

El "innombrable" mataba cientos de luchadores sociales y después decía de los dirigentes políticos de éstos "ni los veo ni los oigo". Frente a las advertencias, primero de Chiapas en 1994, y después de Atenco y Oaxaca, sólo puede permanecer impasible gente que no tenía cash para una pobre señora indígena mientras regalaba los ferrocarriles a las transnacionales, o que daba como perspectiva a los mexicanos ir a trabajar de jardineros al extranjero (y mandar las remesas para que él pudiera vivir aquí como hacendado). Las llamadas burguesías nacionales fueron barridas por la mundialización dirigida por el capital financiero. Para las clases gobernantes, lo esencial es satisfacer al capital financiero internacional, con el cual están entrelazadas, y no el mercado interno, la política en el país, hacia el cual no miran y no escuchan. Por eso quienes están momentáneamente en el gobierno pueden ignorar las consecuencias inmediatas y futuras del hecho de que más de medio país considera que el régimen es ilegítimo, que la justicia es corrupta y es parcial, que los delincuentes de todo tipo no pueden combatir la delincuencia de la que obtienen pingües privilegios.

La subsistencia del zapatismo chiapaneco y, sobre todo, de las juntas de buen gobierno, a pesar de los innumerables errores y carencias de Marcos y del grupo en que se apoya éste y que dirige la otra campaña, indica que hay un problema de fondo que sólo un gobierno no capitalista puede resolver: el de la igualdad de los indígenas, el de sus derechos y sus tierras, el de la real democratización del país, con la autonomía, el federalismo real, la autogestión. Si lo de Atenco persiste también es porque el gobierno prefería consultar a los patos antes que a los campesinos y porque la resistencia va más allá de la simple defensa -sacrosanta- de la tierra, y abarca el campo de la justicia violada, el del racismo, el de las arbitrariedades cometidas contra gente que es considerada inferior e incapaz de reacción, "perdedores", como dicen los gringos. Hay que ser sordo e incapaz, como lo es Calderón, para no hacer saltar a Ulises Ruiz y ganar así años de negociaciones con el pueblo de Oaxaca, y ciego para no ver que éste, pese a la terrible represión condenada mundialmente, y de sus costos en vidas y sufrimientos, se mantiene en pie desde hace casi 500 días de continua lucha y se mantendrá aún por el tiempo que sea necesario y que las olas sociales (Chiapas, Atenco, Oaxaca) se alimentan y refuercen unas a las otras. La derecha clerical mexicana no es moderna y está cegada por su racismo y su desprecio por el país real. Cree que podrá parar los procesos sociales combinando el apoyo de los charros con el de la policía, y la compra de legisladores del PRD. Pero el viento que sopla desde Oaxaca, desde esa ruptura con el régimen que se ha dado en la cabeza de la gente y la ha conducido a establecer rudimentos de su propio poder, se filtrará por todas las grietas de los muros represivos.

La conclusión elemental no es esperar ganar las próximas elecciones para que las roben nuevamente (aunque habrá que decidir caso por caso, cuándo conviene participar en comicios y cómo hacerlo). Por el contrario, hay que unir todas las fuerzas sociales no capitalistas superando divisiones y sectarismos para hacer una gran fuerza nacional y social, con un programa que dé forma a esperanzas y reivindicaciones de los mexicanos oprimidos o explotados.

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