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viernes, julio 06, 2007

Opinion - Jorge Gomez Naredo

Un año después: la esperanza continúa

Jornada Jalisco

Un año y la herida sigue abierta, el corazón late todavía tan rápido como latía en julio de 2006, cuando la esperanza no se cayó ni calló, pero sí se pospuso. Un año de distancia del fraude que llevó a la Presidencia de la República a un personaje que no ganó, que no triunfó, que no colectó la mayoría de los votos, que se empeñó en llevar a efecto una campaña mediática de desunión, encono, resentimiento, racismo y discriminación. Un año de desprestigio por parte de las televisoras y de buena parte de los medios de comunicación, no a un hombre o a un equipo de trabajo, sino a un movimiento social, a cientos de miles de personas que creyeron en el respeto al sufragio. Un año después, con sus días, sus semanas y sus meses, sus doce meses. Un año lleno, completito, con todas sus horas y sus minutos, con sus segundos, sus risas y desilusiones, con sus muertes y sus nacimientos; un año, demasiado, poco: un suspiro; un año de llevar en la mente un recuerdo y una conciencia, de tener un dolor tan persistente como un dolor de muelas, que no mata..., pero tampoco deja de molestar.

México sigue en paz, dicen quienes el 2 de julio de 2006 llevaron a efecto y apoyaron un fraude electoral no en contra de un candidato, sino en detrimento de millones de personas. Y sí, hay paz, no se equivocan, están en lo correcto: una paz llena de iniquidad, pobreza, discriminación, petulancia de los de arriba, desigualdad social, económica, política. Hay paz con el Ejército en carreteras y ciudades, presto a defender que esa paz no sea violentada por ninguno, ni narcotraficantes, ni luchadores sociales, ni terroristas. La paz está ahí, en las calles. Y también está en las fortunas de los ricos, los muy ricos de este país: la calma y la tranquilidad de poseer y seguir poseyendo no tienen precio. El presidente que impusieron se las ha garantizado y eso es paz, mucha paz, demasiada paz.

2006 fue año de aprendizaje para la organización de la sociedad en contra de cualquier injusticia. En cientos de miles de personas se incrustó, al sentir la impotencia y el coraje, la semilla de la lucha y del no dejarse, de la protesta y la información. Hubo iniciativas de todo y en todas partes; vieron la luz deseos y enojos, se aclararon muchas dudas y se visualizó al enemigo, a los enemigos, a aquellos que solamente ven por su bien, por sus beneficios económicos, políticos y económicos.

Un año después del memorable 2 de julio, en el cual los poderes fácticos culminaron con broche de oro su campaña de miedo, la lucha sigue y el movimiento en defensa de la legalidad, la dignidad y la equidad vive, continúa, no se apaga. Un año con todos sus meses, sus semanas, sus días y sus horas, no ha pasado en vano. Hay fuerza, iniciativas y la sociedad, a pesar del cerco informativo, continúa soñando, con la esperanza que no se cayó ni calló, sino que se pospuso.

Hoy, dicen los de arriba, tenemos presidente legal y las cosas van bien, muy bien, demasiado bien. Se respetaron las instituciones y solamente algunos descarriados seguidores acríticos y poco pensantes de un líder continúan jugando a lo perdido, a lo verdaderamente perdido. Las invectivas han sido muchas y muy acerbas: “malos perdedores”, “ardidos”, “ignorantes”, “enemigos de la patria”. Venden la estabilidad como el logro de la “derrota” de Andrés Manuel López Obrador, porque con “ese loco”, México sería un caos y todo, ahora, estaría mal. Ellos luchan con sus métodos, que se restringen a dos: las campañas mediáticas y la intimidación.

Sin embargo, la sociedad ha aprendido y no olvida, recuerda; no abandona, continúa; no ignora, conmemora. Quizá se ha perdido un poco de ánimo: puede ser que algunos se hayan ido a casa y se resignen a soportar seis años de un gobierno ilegítimo. Pero hay muchos, demasiados, cientos de miles que no han caído y que persisten jugando a lo perdido, porque lo perdido es lo que se ganó, porque no hay olvido para el traidor de la democracia, porque México merece más justicia e igualdad, más equidad y mejoramiento para los sectores que siempre han estado abajo, discriminados y sojuzgados.

Un año de no creer en las instituciones y de observar al gobierno (que emanó del fraude y de las campañas mediáticas de desprestigio y miedo) como una administración usurpadora e ilegítima, pues no fue el pueblo quien la eligió. Un año y la lucha continúa; un año y la afrenta no se borra; un año y la memoria tiene bien presente que en México no hay democracia y que quien ahora se dice presidente, simple y llanamente no lo es..., ni lo será.

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