Contra la censura
Publico
La polvareda que se levantó en torno al mural que pintó Antonio Ramírez en el Congreso y que fue cuestionado de forma desafortunada por el diputado José Luis Iñiguez amerita otra reflexión.
Los funcionarios públicos y los legisladores pueden caer en la tentación de erigirse como jueces en asuntos que desconocen o en los que no están suficientemente asesorados. Peor aún: pueden llegar a caer en el error de pretender imponer sus propias ideas a los demás en materia de moralidad o de estética. Hay antecedente: en los ochenta fueron descolgados del Cabañas dibujos de Juan Soriano porque a un funcionario le parecieron obscenos. Durante el gobierno de Alberto Cárdenas, el secretario de cultura impidió una exposición en el ex convento del Carmen pues consideró unilateralmente que no era “apta para toda la familia”. En el sexenio pasado la secretaria de Cultura censuró una instalación en la cual se colocaron aros “ula ula” a las efigies de los niños héroes en el camellón de Chapultepec y de paso despidió al funcionario que promovió la obra. La misma secretaria mandó borrar unos dibujos de la Casa Orozco pues no los consideró adecuados para adornar una cena que se llevaría a cabo en el lugar.
Otros casos que ya no tienen que ver con funcionarios, pero sí con graves actos de censura vandálica, también han sucedido. Hace años en el Foro de Arte y Cultura fueron navajeados cuadros de Luis Valsoto, suponemos que por no haber sido del gusto de los vándalos. Una videosala sufrió un atentado incendiario de quienes se oponían a la proyección de la película “Yo te saludo, María”. Una obra de Manuel Ahumada fue destruida por fanáticos religiosos; ese fue el único medio que hallaron para expresar su rechazo al artista. En fin, seguramente alguien recordará otros hechos semejantes. En el caso reciente, el diputado Íñiguez por fortuna recapacitó, lo cual es saludable, pero ello no quita la gravedad del hecho. Antonio Ramírez no merecía el cuestionamiento a su trabajo ni el intento de limitar su libertad de expresión en la casa de los jaliscienses que es el Congreso. Ahora que el sainete ha quedado atrás, insisto: los funcionarios y los representantes populares no deben ceder a la tentación de censurar ni a la de imponer sus criterios particulares. Siempre será mejor el exceso de libertad que las limitaciones a la expresión artística.
asangu@gmail.com
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