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martes, diciembre 19, 2006

Opinión - Marco Cortes Guardado

Brincos diéramos

Publico - 19/12/06

macortes@milenio.com


Desde hace dos décadas en medios académicos, intelectuales, partidistas, periodísticos y eclesiásticos, existe la convicción de que en México se encumbró el modelo neoliberal y que la ideología correspondiente es la que rige los destinos del país. Existen datos que le dan la razón a quienes así piensan. La privatización de empresas públicas fue masiva, se desreguló considerablemente la economía, abrimos nuestras fronteras al comercio internacional y signamos acuerdos de libre comercio con Canadá y Estados Unidos, así como con otros países. La economía está más regulada por las leyes del mercado y el papel del Estado se acerca al de un árbitro y al de un factor de compensación y contrabalanceo, para mitigar los efectos nocivos de la liberalización económica.

Pero contra lo que muchos piensan, el estado mexicano sigue siendo importante, y no precisamente para promover el mejor y más justo funcionamiento del mercado sino para frenar el grado de libertad económica y favorecer a poderosos grupos empresariales. Tampoco se ha “desmantelado” el raquítico “estado de bienestar” mexicano, pues el gasto en desarrollo social se sitúa en casi el 60 por ciento del presupuesto de egresos del gobierno federal, un porcentaje mayor al de los años dorados del nacionalismo revolucionario. Por otra parte, aunque se han dado pasos para flexibilizar las relaciones laborales, sigue vigente la misma Ley Federal del Trabajo de antes. Finalmente, la liberalización y desregulación de la economía mexicana ha sido buena no para afianzar la competencia libre sino para incrementar el poder de viejos y nuevos monopolios. De todos estos factores, el más perjudicial para el país han sido los monopolios y los grupos empresariales ligados a ellos. Los intereses que defienden frenan la innovación, obstaculizan la competitividad, distorsionan los precios y perjudican al consumidor, e incluso se han arrogado facultades que corresponden a la autoridad pública, como en el famoso chiquihuitazo.

Las ganancias que se embolsa el cluster monopólico de la economía mexicana, gracias a su capacidad de fijar precios altos para servicios y productos que en el extranjero cuestan mucho menos, son escandalosas. Y esto no solamente lo ha señalado el Peje, sino también una gran mayoría de analistas e investigadores que simpatizan con Calderón, o son cercanos a sus propuestas. El propio gabinete económico del nuevo gobierno hizo abrigar esperanzas en el sentido de que uno de sus principales objetivos sería incentivar la competencia y combatir, a fondo, los monopolios. Bueno, pues ya estamos empezando a ver que no será así, como lo sugiere la respuesta del secretario de Comunicaciones en el sentido de que no se le dará luz verde a la operación de una nueva cadena de televisión abierta en México (Telemundo). Mientras tanto, los monopolios se enfrentan pero no en competencia abierta sino en una guerra de desprestigio. En este caso, ahí tenemos al duopolio Televisa-TV Azteca enlodando al monopolio farmacéutico de Isaac Saaba, para evitar que este empresario le entre al negocio televisivo. ¿Esto es neoliberalismo? Obviamente no.

Mientras la competencia amplia y libre no ocurra en México, la soberanía del consumidor (y la del ciudadano), seguirá siendo una ilusión que ni siquiera se discute como debiera. Preciso que una sociedad más rica y más justa reclama aquello que reza el lema socialdemócrata clásico: todo el mercado posible, todo el estado necesario.

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