El elefante y el ratón
Ricardo Monreal - Publico 19/12/06
Había una vez un señor que tenía un serio problema de seguridad en su casa. Una plaga de ratones lo desafiaba a toda hora del día y de la noche, sin respeto alguno para su persona. Las trampas y ratoneras eran insuficientes o burladas, por lo que decidió tomar medidas más radicales. “Voy a meter un gato a la casa”. El gato, en efecto, ahuyentó a los ratones, pero después de unas semanas, dueño ya del espacio, el felino empezó a rasgar las cortinas, a subirse a los muebles y a arañar las paredes.
Ahora el problema era el gato. “¿Cómo lo saco de la casa? Ya sé. Voy a traer a un perro”. Un pavoroso rottweiler hizo que el gato, que se creía el nuevo dueño de la casa, la deshabitara en cuestión de minutos. A los pocos días, posicionado ya del territorio casero, el can empezó a destrozar sillas, a tirar cómodas y a realizar sus necesidades en cada rincón del dulce hogar. Los reclamos del dueño formal no surtían efecto, y a cada regaño el perro respondía con un gruñido, una serie de ladridos y un despliegue amenazador de sus colmilludas mandíbulas.
Ahora el problema era el perro. “¿Cómo lo saco de la casa? Ya sé. Voy por un jaguar”. En efecto, después de un sainete que terminó con los pocos muebles de la sala y el comedor que quedaban, el jaguar desplazó a Don Rottweiler y su intimidante presencia. Unas horas después, el problema de la casa era el jaguar: acostumbrado a pasear a sus anchas y en extensos espacios, el feroz felino deshizo todo aquello que le estorbaba, convirtiendo la casa en un muladar.
“¿Cómo lo saco de mi casa? Ya sé, pero es mi último recurso. Voy por un elefante”. El jaguar, en efecto, tan pronto escuchó el alarido del paquidermo, en cuestión de segundos abandonó la casa por el único vitral que quedaba completo. “Ahora sí me siento seguro en mi casa”, dijo el intrépido dueño. Sin embargo, pronto reparó en el costo de ese “aparato” de seguridad: no tenía muebles, debía restaurar la casa y costear la manutención del elefante.
Tenía que deshacerse de él si no quería problemas mayores. Sin embargo, no había fuerza que lo moviera de su lugar y a cada intento del dueño, el enorme animal se echaba al piso. En esas estaba, cuando de pronto apareció por la sala un rezagado ratón que había logrado sobrevivir en un escondite. En cuanto el elefante lo vio, inició una despavorida huida a través de paredes, puertas y rejas, dejando tras de sí una estela de destrucción. Ya no había elefante, jaguar, perro ni gato, pero tampoco había casa; sólo estaban el dueño y el ratón; había dado una vuelta en círculo y al final de la jornada se encontraba en el punto de partida.
Durante años hemos querido terminar con el ratón de la inseguridad creando más y costosos cuerpos de seguridad pública, es decir, nuestros jaguares y elefantes. Hemos creído que es un problema de cantidad, no de calidad. De reacción, más que de previsión. De armas, más que de inteligencia. De presupuesto, más que de supuestos. De malos prejuicios sociales, en lugar de buenos juicios judiciales. Nos hemos dado a la tarea de levantar un “Estado Guardián” en lugar de un “Estado de seguridad ciudadana”.
El megaoperativo “Michoacán” es precisamente eso: soltar un elefante para cazar un ratón. Más de seis mil efectivos para capturar seis delincuentes; toda la fuerza del Estado para aprehender al hijo del hermano del fundador ya fallecido del cartel de los Valencia o al líder provisional de una de las células perdidas del cártel del Golfo en Michoacán. La relación costo-beneficio de estos megaoperativos es megadecepcionante.
¿Cuál es la verdadera finalidad de estas acciones? Dar un “golpe de imagen” más que un golpe certero a la delincuencia organizada. Son medidas “efectistas” más que efectivas. Cuando realmente se quiere actuar contra la delincuencia, no se le avisa mediante un despliegue publicitario que se les va a capturar. Se les aprehende primero y se les presume después.
Los operativos de “relumbrón” como el de Michoacán al final se revierten: dejan más molestias y violaciones a los derechos de la población, que bajas y mermas entre los grupos de la delincuencia. De hecho, además de ineficaz, este operativo es inconstitucional, ya que mediante una decisión administrativa se suplantó lo que debió fundarse en una reforma constitucional: responsabilizar a los cuerpos de seguridad nacional del combate a la inseguridad pública, creando una policía centralizada y militarizada de facto, no de jure. En una administración que presume su apego a la legalidad, esta omisión no es un asunto menor.
rmonreal@milenio.com
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