Expectativas e ilusiones: Calderón y López Portillo
Jesus Gomez Fregoso - Publico 29/12/06
jgfregoso@milenio.com
Las expectativas sobre Calderón no son extraordinarias, si bien la desilusión de la presidencia de Fox fue mayúscula. No sé si usted, amigo lector, encuen-tre una situación no muy diversa a la de 1976, después del fiasco de Luis Echeverría y las ilusiones que nos hacíamos al iniciar López Portillo su man-dato. Recuerdo muy bien que durante las últimas semanas de los años de Echeverría, cada mañana nos despertábamos con la pregunta de qué locura pudo haber hecho Echeverría el día anterior. José Fuentes Mares lo resume así: “En los últimos años de su sexenio Echeverría cayó de todas las gracias, excepción hecha de los favorecidos por la corrupción y el dispendioso gasto público, sanguijuelas por lo general cogidas de la mano. Su declaración de guerra al agonizante gobierno de Franco fue ridícula aparte de arbitraria y con-traproducente, pues él proponía dañar al dictador y en cambio fomentó, con sus actos, vivas reacciones españolas de apoyo al generalísimo; su calificación de “racismo” al semitismo merece calificativos semejantes, pues el presidente de México no tiene por qué entrometerse en asuntos ajenos a su competencia, sobre todo si era de esperarse, como sucedió, que los judíos del mundo entero se pararan de uñas” (Biografía de una nación, Océano, p. 296). Y habrá que añadir a las locuras de Echeverría su aberrante reparto agrario en Sinaloa y Sonora, despojando a agricultores productivos y apasionados por sus tierras para entregarlas a peluqueros, taxistas y otros traídos del sur, sin convicción campesina ni amor a la tierra. Recuérdese también el enfrentamiento con los empresarios de Monterrey. Larga, muy larga, sería la lista de torpezas y erro-res mayúsculos del sexenio de Echevarría, que nos ilustraría en el deseo que todos teníamos de que, por favor, ya terminara ese sexenio y no se añadieran desaciertos y tragedias a lo ya acumulado. Creo que no hace falta abundar en el tema: en las ansias de que los días de don Luis terminaran ya, con la certeza de que ningún presidente podía ser peor.
Creo que el desencanto al final del sexenio de Fox no tiene comparación con los tiempos de Echeverría, de suerte que el sucesor, López Portillo, llegó con gran ventaja o, mejor dicho, con la mesa puesta para que la nación le agrade-ciera lo que hiciera que, lo reitero, no podía ser peor que lo que había hecho Echeverría. La desilusión de los mexicanos no fue instantánea como en el caso de Madero; más aún, el discurso de toma de posesión de López Portillo fue brillante, tal vez el mejor de toda nuestra historia independiente. Los primeros cinco años, con sus claroscuros, no fueron catastróficos; aunque, desde el principio hubo sus puntitos negros, comenzando por bautizar al avión presi-dencial como Quetzalcóatl; luego aquello de hacer subsecretario a uno de sus hijos, a uno de sus primos jefe del deporte nacional y a su hermana encargada de la cinematografía, radio y televisión. Durante los primeros cinco años, sea lo que fuere, se le respetó bastante y la prueba es que, a diferencia de Echeve-rría, hubo pocos chistes sobre él, a excepción del último año. En México los chistes sobre el presidente son la mejor encuesta de impopularidad.
Una semejanza no despreciable existió entre López Portillo y Vicente Fox: el asunto de la primera dama. Sin duda que las esposas de López Portillo y Vi-cente Fox han sido las que más han dado de que hablar. Cierto que la señora de Luis Echeverría dio pie a muchos chistes y a historias verídicas que parecí-an chistes, pero no pasaban de su gusto exacerbado por lo folclórico; pero do-ña Carmen Romano de López Portillo, con sus extravagancias y caprichos no anduvo lejos de la señora Marta Sahagún de Fox. Ambas primeras damas con-tribuyeron en muy buena medida al desprestigio de sus maridos.
Lo que me importa señalar en esta columna es que López Portillo causó una inmensa decepción entre los mexicanos, a pesar de que asumió la presidencia con todo dispuesto a su favor, y todo esto viene a colación ahora que inicia-mos un sexenio. La historia nos está enseñando que los mexicanos no tenemos memoria: olvidamos que nos hemos cansado de soñar y fomentar ilusiones, olvidando que, como dijo Calderón, no Felipe, sino Calderón de la Barca: “Los sueños, sueños son”.
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