Calderon y su banda (presidencial)
Cuauhtémoc Arista - Proceso
No por sabido fue menos reconfortante saber que se mantendrán responsablemente las políticas públicas y las aspiraciones de modernidad que caracterizaron al ya algo disminuido copresidente Carlos Salinas de Gortari. Y para que las aspiraciones se mantengan, hay que frustrarlas; de lo contrario se deja de aspirar. Por lo pronto, Calderón anuncia por televisión que van a suceder cosas para que tú vivas mejor. No sé a quién le hable, pero seguramente tan pronto se entere de cuáles son esas cosas, difundirá las buenas nuevas con ayuda de las televisoras y grupos radiofónicos que tienen el valor de apoyar la unidad de los mexicanos una vez consumado el fraude electoral.
Sin duda, lo mejor del ingente trabajo realizado en los pocos días de la nueva fase del gobierno salinista, es la recomposición de algunos liderazgos conforme a su diseño original: las figuras grises –que no peleles– siguen ascendiendo en los cargos más altos, de coctel y protocolo, para dejar la operación y el flujo de recursos en manos de gente de confianza de quienes toman las decisiones. No extraña, pues, ni la designación de priistas con credencial o sin ella en las dependencias federales, ni la ratificación de los compadres de Calderón a la cabeza de los órganos autónomos, sean IFE o IFAI –que en su promocional afirma que “el gobierno federal informa oportuna y verazmente”, lo que deja al instituto sin razón de ser–; ni escandalizan los ajustes menores en los entornos pertinentes: el reparto de los poderes Legislativo y Judicial, así como las dirigencias corporativas de sindicatos y patrones.
También el más alto poder político, el mediático, se alista para una alineación unánime: el fino púgil, sutil estratega político, versátil actor y director de un periódico que ha hecho del antipejismo una doctrina, le fue arrebatado en subasta a Roberto Madrazo y colocado en la directiva del partido gordillista. Además, arribó por fin al gobierno federal el director o dueño de GEA-ISA, Guillermo Valdés Castellanos, quien se distinguió por su implacable imparcialidad durante la campaña y llegó a profetizar el empate virtual entre Calderón y López Obrador meses antes de la elección, cuando el resto de las encuestadoras amañaban sus números para favorecer al segundo.
Luego, Calderón premia la imparcialidad. Por si fuera poco, existen las condiciones para que un periódico reciba con los brazos abiertos al exvocero presidencial experto en explicar lo que el presidente hubiera querido decir si tuviera ganas. También, algunos lectores de noticias y aun cierto analista que en su carpeta de análisis informó puntualmente sobre los indicios del fraude patriótico en su modalidad panista, hallan empleo en TV Azteca y Televisa cuando los medios más o menos críticos que les sirvieron de trampolín están en la mira de los expertos comunicadores de Calderón.
Éstos mismos se encargan de mostrar a su carismático líder tal como es: una foto suya, al ser colgada en la pared de una oficina, desata el entusiasmo en todos los sectores productivos e, incluso, hace llover en el campo. Así se ve en los spots que la tele y el radio prodigan con una generosidad, que sin duda refleja la bonanza del país y de Hacienda.
En esta reedición anotada del salinismo, tranquiliza comprobar que los ciclos se están cumpliendo: el brillante copresidente Salinas eligió al discreto Ernesto Zedillo para sucederlo formalmente en el cargo; éste cedió gustoso su lugar al excéntrico Fox que, a su vez, no tuvo otro remedio que apoyar al candidato más parecido a Zedillo, Calderón, al que le cedió, con todo el dolor de su corazón, las claves de la gobernabilidad infusa: los liderazgos políticos formalizados durante el salinismo.
Ya con la banda (presidencial), Calderón hizo lo suyo. Acostumbrado a pensar en el gobierno como autoridad impuesta e impositiva, se hizo acompañar igualmente de Agustín Carstens para autoimponerse los criterios neoliberales de los que depende mágicamente la estabilidad del país. Y la magia está en mantener a los ricos enriqueciéndose y a los pobres empobreciéndose, todo establemente. Por lo tanto, esos principios económicos son como los misterios del Arca o en este caso de las arcas.
Muy distinto es el caso de la seguridad, sobre todo si uno es inseguro psicológicamente. Si un maestro ilustra operaciones aritméticas con peras y manzanas, ¿por qué Calderón, acostumbrado a los hechos contundentes y no a ejemplos que se presten a especulación, no iba a concebir la seguridad pública en términos de toletes y chipotes? Por eso designó en la rama (o en el ramo, pues, para que no se preste a ofensa) a Genaro García Luna, veterano del nuevo orden salinista que continuaron Zedillo y Fox, y que consiste en evitar los brotes de violencia social por sobre todas las cosas. Y ya para llenar los expedientes, aplicar operativos de gran impacto mediático, duros y directos e, incluso, a veces coproducidos por los Oliver Stone de la PGR. De ahí la importancia de comprar helicópteros que parezcan nuevos o, incluso, lo sean, aunque deba dejarse que cada factura responda por sus actos.
El desempeño de García Luna viene con garantía: siempre podrá responder por él, y en caso extremo relevarlo, el vicealmirante preferido del capital y la élite salinista: Wilfrido Robledo, quien mientras tanto hace antesala en la “agencia” que le protege la espalda a Arturo Montiel, a su familia y al resto de los mexiquenses.
Y como su partner jurídico, en la PGR, nadie mejor que el héroe de las batallas de Atenco y Lázaro Cárdenas-Las Truchas, Eduardo Medina Mora. Tan héroe es, que le falta poco a él y a un hermano suyo para retratarse en los billetes (¿quién se sabe la canción?).
En trabajo, de plano, Calderón decidió cortar por Lozano. De esa manera, los trabajadores recibidos en audiencia por el secretario tendrán la ilusión de tratar sus pequeños temas con el mismísimo presidente de la legalidad a la mexicana. Con Lozano en Trabajo, la cara de Calderón seguirá ligada al eslogan “presidente del empleo”.
Otra muestra de congruencia política de Calderón: prometió mano dura y le dio Gobernación al ingobernable Francisco Ramírez Acuña. Se dijo: para que la acuña apriete ha de ser del mismo opaco –se dice aquí en la redacción–. Y tan opaco como él, aunque su parecido físico no es tan exagerado como el de Javier Lozano, Ramírez Acuña se apresta a demostrar cómo suena la política convertida en instrumento de percusión.
ero como no sólo de política muere el hombre, en el ISSSTE instaló al impoluto ciudadano Miguel Ángel Yunes Linares, que tan gratos recuerdos dejó en Veracruz y durante su gestión como jefe de prensa de El Flama cuando la procuraduría capitalina intentó meter sus narizotas en el asesinato del poeta Francisco Stanley. En su nuevo puesto, Yunes aplicará sus conocimientos de administración hospitalaria y en tecnologías para la salud pero, sobre todo, el sentido de la oportunidad que lo distinguió como subsecretario de Seguridad Pública, tan agudo que le permitía llegar –el primero y a caballo– justo adonde se caían los helicópteros. Al menos hay otra certeza: ya se sabe a qué persona cercana a él nombrará en el área de pediatría.
Otra persona que se cura en salud y que demuestra que la imparcialidad, el apego a la legalidad de quienes se educan en escuelas privadas, es el caso de María de los Ángeles Fromow, quien quedará cobijada por un secretario panista a quien, se supone, tendrá que ayudar a abrirle paso ante algunos sectores al embate contra la píldora del día siguiente y el aborto. Nadie que tenga información sobre cómo operó el fraude electoral debe quedar descobijado.
Y en cuanto a la pareja presidencial, sigue vigente. Claro que esta vez no se reduce al ámbito doméstico: esta vez la forman Calderón y Elba Esther Gordillo.
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