Escritos al Caminar - De paseo por la Reforma
“Es un honor / estar con Obrador”. Frase clamor de consigna, declaración de principios, testimonio tumultuario de fe en el líder... La escucho en El Zócalo; otra vez, avanzando por avenida Madero; otra más, frente a Bellas Artes, rumbo a Paseo de la Reforma. Le opongo para complementar: “Ese honor / es para Obrador”. El líder y la gente. El movimiento que comprometió su honra, diversidad que converge y nuevamente se hace escuchar al caminar. En San Lázaro, otros nosotros ejercieron (con conocimiento de causa y con toda la razón) una pura acción situacionista, tendiente a evitar la usurpación de la presidencia de la república. El hecho no sólo ocurrió en la tribuna del Congreso de la Unión; por ocurrir ahí, ocurrió en La Historia.
El primero de diciembre de 2006 fue un día largo. Desde su primer minuto, las formas exhibieron el fondo. Simulada por televisión, a las doce de noche, la república caduca se complació en mostrarse fingidamente institucional y aparatosamente autoritaria, llevando a cabo un inédito cambio de poderes: Sirviéndose de un cadete del Colegio Militar, Fox entrega la banda presidencial a Calderón, quien, acto seguido, puso en funciones a la parte de su equipo encargada de sostenerlo en el poder. Al buen entendedor pocas palabras y acciones claras: Esa noche tomaron posesión los secretarios de gobernación, defensa, marina y seguridad, así como el procurador de justicia. A las siete de la mañana, cuando cientos de miles de miembros de la Convención Nacional Democrática empiezan a llenar El Zócalo, atendiendo a la convocatoria realizada el 20 de noviembre, la usurpación es un hecho casi consumado.
Nuevamente entre los miembros de la CND había cierta duda que nos ponía nerviosos: ¿Seríamos los suficientes para demostrar que el movimiento sigue vivo, sano y en pie de lucha? Encuentro a mi hermAnna y a mi hermano Jorge junto al asta bandera de El Zócalo. Ella llegó ahí a las seis de la mañana con un comité de base de la delegación Benito Juárez para preparar café, que, generosos, ofrecieron a quienes iban llegando a la plaza. Jorge me dice que él cree que a partir de que el metro empiece a funcionar, más gente la irá llenando. Tenía razón. Poco a poco, los que llegan por este medio de todos los puntos de Máxico City y los que arriban en autobuses de todo el país pueblan profusamente el ombligo histórico de la nación. Desde el templete, colocado frente a la puerta Mariana, la principal del Palacio Nacional, Jesusa Rodríguez informa de las acciones que al interior del edificio del Congreso de la Unión llevan a cabo nuestros diputados para impedir que la usurpación se consume. A ellos también alude, orgulloso, Andrés Manuel cuando toma la palabra. Además, sin demora, deja claro un punto vital para nosotros y para los otros: El origen del movimiento es el fraude electoral perpetrado por la derecha. Y nos propone marchar. La concurrencia acepta complacida.
Marchar… ¿sí, pero a dónde? De broma, pero denotando el miedo que me daría caminar hacia San Lázaro, le digo a mis hermanos: “Sí, a Chápul, a Chápul, marchemos a Chápul”. Y es que el bosque de Chapultepec se halla en sentido contrario a San Lázaro. Mientras Andrés Manuel destaca el carácter pacífico de nuestro movimiento y la gente le responde que es un honor estar con él, llevó a una compañera de Jalisco a reunirse con el grueso del contingente de quienes viajamos desde Guadalajara. En el trayecto, avanzando con dificultad entre la multitud que a cada momento se compacta más, escucho con gusto que Andrés Manuel opina lo mismo que yo, cuando nos propone marchar por Paseo de la Reforma. “Ya ven, yo tenía razón, vamos a marchar a Chápul”, les digo a mis hermanos en cuanto me vuelvo a reunir con ellos. Estoy tan contento, como cuando en la época en que estudiaba en la prevo dos del IPN, decidíamos irnos de pinta a Chápul.
Andrés Manuel nos informa que él encabezará la marcha y nos pide que esperemos a que el camión de sonido llegue a 5 de Mayo para iniciar la caminata. El líder es enfático al recalcar el carácter pacífico del movimiento. “Ni un vidrio roto ni un edificio pintado” y pide a la concurrencia tener cuidado con quienes se muestren excesivamente radicales, podrían no ser otra cosa que provocadores. Hacia las nueve y media de la mañana, la gente de El Zócalo suelta globos negros que se exhiben en el cielo como una múltiple y elocuente señal de luto por el lamentable deceso de la democracia, que está a punto de recibir el tiro de gracia en San Lázaro. Lentamente, empezamos a salir de la plaza. La capacidad de 5 de Mayo es superada, por ello, algunos enfilamos hacia la calle de Madero y otros hacia la de 16 de Septiembre. Los que llegamos de Guadalajara, nos volteamos a ver cuando escuchamos a Jesusa Rodríguez solicitar “una manta blanca para nuestro Gandhi”. Y nos volteamos a ver porque sabíamos que “nuestro Gandhi” no era otro que Don Chava, a decir de mi hermAnna, “personajazo del movimiento”, también conocido como el Quijote de la Plancha, por su triste figura y su constante presencia en las asambleas informativas que cotidianamente se llevaron a cabo en El Zócalo durante el plantón.
Mi hermano trae su radio puesto en Monitor y me informa lo que la estación transmite, yo lo repito en voz alta, casi gritando, para que se enteren quienes avanzan a nuestro lado: que las camionetas de Fox y de Calderón ya están cerca de San Lázaro; que la vanguardia de la marcha ya llegó a Bellas Artes, lo que alegra a quienes aún no salimos de El Zócalo (“sí somos muchos, sí somos muchos”); que Felipe ya rindió protesta…. “¡¿Ya rindió protesta?!”, exclama al borde del llanto una compañera. Sí, la usurpación se había consumado, a través de un acto digno de la más refinada magia negra. Por lo que me entero en ese momento, como por los cabos que ató después, deduzco que ni Calderón ni Fox viajaban en las camionetas que supuestamente los llevaban al Congreso de la Unión. Supongo que subrepticiamente ingresaron al edificio antes, sin que nadie se percatara, tal vez disfrazados de elementos de la PFP o, quizá, de repartidores de pizza… Cuando las camionetas llegan a San Lázaro, se genera un pequeño caos en el que se lesionan el conductor de una motocicleta y el camarógrafo de T V Azteca al que transportaba. Casi inmediatamente, en un acto houdinezco, Fox y su sucesor aparecen entre las grandes banderas de la tribuna. Sin “agua va” ni previa presentación, Calderón rinde protesta, Fox entrega la banda presidencial al presidente del congreso y éste al nuevo presidente de la república simulada. Tras la interpretación del Himno Nacional los escapistas desaparecen. Los esfuerzos, denodados y un tanto aparatosos, de los diputados del Frente Amplio no pudieron impedir la usurpación. Su acción, sin embargo, testimonia el repudio al fraude electoral, que se consuma en cínico golpe de estado que burla la decisión popular del dos de julio. Supongo que todos, o casi todos, los que formamos la CND sabíamos que era imposible impedir la afrenta antidemocrática. No obstante, cierto desazón se apodera de nuestro ánimo un momento. Luego, recobramos el ánimo y mientras los más declaran el honor que representa estar con Obrador, yo opino que tal honor es más para Obrador por encabezar a gente tan valiosa, tan decida, tan honesta, tan congruente, tan disciplinada…
Anna, que vive cerca del edificio de la lotería, por la confluencia de avenida Juárez y Paseo de la Reforma, se adelanta porque tiene que ir a su departamento para sacar a pasear a Genoveva, su perra, simpática y fiel combinación de french pudle con callejero. Acordamos reunirnos otra vez en el inicio de Paseo de la Reforma, en donde también nos encontraremos con María de Fátima, mi otra hermana. Ella no pudo asistir a El Zócalo porque tuvo que convencer a su niña de diez años María (Ohpatria) que no era conveniente que ella asistiera esta vez. La negociación no fue fácil, la pequeña es una amlista convencida, que, durante los días que duró el plantón, visitaba con frecuencia el campamento, asistía a las asambleas informativas de Andrés Manuel e, incluso, subió al templete la tarde que su tía, mi hermAnna, cantó en El Zócalo. La negociación entre madre e hija fue ardua y tardada.
Cuando los cuatro (Fátima, Anna, Jorge y yo) nos encontramos, decido ir al departamento de mi hermAnna a cargar la pila de la cámara de video y a descargar los intestinos. Además, descanso un rato, fumo, tomo café y hasta me autograbo reflexionando sobre el movimiento. Cuando vuelvo a la calle me encuentro un Paseo de la Reforma desolado. La marcha ya había pasado y sólo avanzamos individuos y grupos rezagados. Me resulta difícil alcanzar la columna. Lo logro varios minutos después convertida en concentración tumultuaria, que escucha con atención a Andrés Manuel. Camino lo más rápido posible, pero me descubro cansado. El día anterior, además del viaje, la jornada laboral había sido intensa. Y, por si fuera poco, durante la noche, después del acto de transición inventado por Fox y Calderón, un compañero exaltado había tratado de organizar un mitin en el camión. Su molestia era comprensible, pero la acción improcedente. Costó un poco de trabajo convencerlo de que era mejor descansar, guardar las fuerzas para cuando éstas fueran necesarias.
Poco antes de llegar a donde se celebraba la multitudinaria reunión, alcanzo a un contingente de jóvenes, algunos de ellos encapuchados, que avanzaban tomados de las manos formando un gran óvalo. Algunos exhibían banderas de la UNAM y otros del Poli. Me resulta imposible reunirme con mis hermanos durante el acto. Lo logró una vez que éste ha concluido. Estoy exhausto. Contengo el ímpetu de mis hermanos que a la mayor brevedad deseaban emprender el regreso. Sentados en la banqueta conversamos, hasta que un ruido, que pudo haber sido un cohetón o unas tablas al caer al piso nos sobresalta. Desde la tribuna una voz anónima conmina a retirase del lugar. “El acto ya termino, regresen”. En algunos, entre ellos yo, surge cierta confusión. “¿Qué pasó?”, me pregunto. Emprendemos la retirada, junto a muchos, muchos más. Todo está en calma. De repente, de la entre la multitud surge una camioneta blanca.
“Ahí debe ir el AMLO”, dice Anna. Se lo creo y camino hacia ella con la intención de grabarlo en video. Pero no, en la camioneta no iba nadie y quienes la rodeaban formando una valla eran los estudiantes que había visto poco antes de llegar a donde la marcha se reconvirtió en concentración. Después me enteré que, con la camioneta como ariete, habían pretendido llegar hasta el estrado y que detuvieron su avance cuando una señora, una de nuestras valerosas Doñas, les dijo, “pues háganle como quieran, pero yo de aquí no me muevo”. Supongo que ellos causaron el gran ruido que nos inquieto a algunos al final del mitin. Supuse que eran de ésos, “excesivamente radicales”, de los que Andrés Manuel nos había advertido. Lo comprobé cuadras más adelante. Antes, notamos que en el piso había charcos de tinta roja. Jorge, aún escuchando el radio nos comentó: “acaban de decir que perredistas aventaron globos con tinta roja a la policía. Cuáles perredistas, habían sido los pseudoestudiantes, vulgares porros que avanzaban alrededor de su la camioneta blanca. Al llegar al edificio de la bolsa de valores, los vimos agredir con globos a las filas de azules que la resguardaban. Terminada su pinche acción se reintegran a la marcha. Algunos compañeros los reconvienen y tratan de hacerlos entrar en razón: “El movimiento es pacífico, muchachos”, les explican. Ellos alegan y poco a poco se empieza a congregar una grupo de compañeros conciliadores y porros provocadores, junto a la glorieta que está frente a la bolsa de valores. Me acerco ahí y les pido a los compañeros que sigamos caminando, que evitemos a los provocadores, la gente se junta un momento donde se lleva a cabo la discusión. “Nos les sigan el juego. No hagan bolitas”, grito. La gente de la CND agarra la onda y continúa la marcha. Los porros lo hacen a regañadientes. No son muchos los que alegan y como que nos les agrada ni estar lejos de su flota ni que los desenmascaren. Uno se me acerca y, luciéndose con la chava que lo acompaña: “¿Por qué satanizan a las organizaciones?” Me dice. “No te victimices”, le respondo. Y se va a alegar con mi hermAnna, quien también lo manda por un tubo: “Cállate, pinche porro”.
Los vemos alejarse, reunirse con su grupo y nuevamente confundirse con la multitud que gustosa camina por la ruta simbólica de la CND. Hay un placer en recorrer el camino que une a El Zócalo con el bosque de Chapultepec. Ahí el movimiento de resistencia civil y pacífica demostró su fuerza, ahí mismo se plantó durante casi cincuenta días. Ahí, el primero de diciembre camino con tres de mis cuatro hermanos y aunque Fati y Jorge quieren dejar la columna en Insurgentes para tomar el metrobús e ir a casa de ella a comer y descansar, Anna y yo los convencemos sin mucho trabajo de continuar hasta el edificio de la Lotería. Lo que hacemos compartiendo la calle con los autos que tímidamente empiezan a circular.
El incidente con los porros me hace reflexionar sobre la propuesta de Andrés Manuel, de que cada convencionista se convierta en representante del gobierno legítimo que el encabeza. Yo había pensado en no aceptar tal compromiso. Creía, y aún lo creo, que como intelectual es conveniente cierta autonomía crítica. Mi idea era mantenerme dentro de la Convención pero fuera del gobierno que ella nombró. El botón que compré y me puse en el pantalón, además del águila republicana, trae una leyenda: “representante del gobierno legítimo”, descubro que como tal actué y me dio gusto. Sigo con dudas que tendré que despejar, pronto porque el movimiento no se detiene. No sé si continuaré en esto como representante gubernamental o sólo como miembro de la CND. Sé que continuaré. Sé que, como dice la vieja consigna: “somos un chingo y seremos más”. Lo corroboré el sábado nueve de diciembre en Plaza Universidad, en la muy nutrida y animada asamblea informativa que Andrés Manuel presidió en la Plaza Universidad de esta bella Guadalajara. (VEG)
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