Por Raúl Moreno Wonchee
jueves, 05 de julio de 2007
Mirador
Seguramente usted, despistado lector, algo oyó o leyó sobre el asunto pero no le prestó suficiente atención por andar distraído con otras danzas. O sones, como el que tocó el chino Zhenli para poner a bailar al gobierno y su partido. Pero el chino, o más precisamente el exchino y desde hace unos años mexicano Zhenli Ye Gon, no es solista sino que toca en una magna orquesta sinfónica donde sólo interpreta su partitura. Orquesta sinfónica de Estado, de las mismas que desde hace poco más de dos décadas tocan bajo la batuta del Departamento correspondiente desde que Ronald Reagan decidió usar el narcotráfico y su parafernalia como instrumentos de intervención política y militar.
El caso es que la sensacional entrevista de AP al exchino publicada a los 50 días, prácticamente al mismo tiempo que la insólita carta de los abogados del poderoso empresario al presidente Calderón, no fue una bomba sino una tarantela cuyos compases atraparon en su frenesí al secretario Lozano Alarcón, que en compañía del procurador Medina Mora corrió a comparecer a la tele. Y como si su palabra estuviera por encima de las contingencias de su oficio, los altos funcionarios gubernamentales creyeron suficiente descalificar a Zhenli, presunto narco y autoproclamado narcopolítico, cuyas declaraciones implican a Lozano que fue figura clave en el equipo del candidato panista a la Presidencia, al partido y al propio candidato.
Ojalá bastara la palabra de tan distinguidos funcionarios para disipar los perniciosos efectos de esas declaraciones, pero me temo que no. El gobierno debe sobreponerse al ataque de nervios y actuar con toda propiedad, lo que hasta ahora no ha hecho. Porque Zhenli no es un narcomenudista de barrio sino, como lo apuntó el senador Doring, todo un personaje de Walt Disney con piscinas rebosantes de dólares, que va y viene a través de la frontera a ciencia, paciencia y conveniencia del gobierno norteamericano, y cuyos abogados gringos, connotados personajes de las mafias ultraconservadoras, se atreven a dirigirse públicamente al Presidente de México en los términos amenazantes y vulgares de los bajos fondos de la política gringa.
Que la Procuraduría General de la República inicie la averiguación previa a que está obligada; que el secretario Lozano entienda que, aunque traiga bronca personal con Zhenli, el asunto obliga al gobierno a actuar con la unidad que demandan los hechos; y que el presidente Calderón tome una decisión extraordinaria para que, con el concurso de los otros poderes, ponga a salvo a la institución que representa de una situación que, de no esclarecerse, comprometería su legitimidad ya no frente a quienes se la niegan por motivos electorales, sino ante toda la sociedad mexicana y la comunidad internacional.
La Secretaría de Gobernación debe investigar y aclarar los vínculos del Zhenli y la naturaleza de su actuación, y la Cancillería exigir explicaciones al gobierno estadunidense. Ahora caigo en la cuenta de que el tema original de este artículo se me estaba escapando por andar de distraído. Permítame entonces, indulgente lector, referirme a ese otro asunto. Hace un par de semanas, el gobierno mexicano supo que el gobierno norteamericano había construido más de 5 kilómetros de muro en territorio mexicano (caso distinto al denunciado en febrero por el diputado Samuel Aguilar y que originó una protesta unánime de la Cámara de Diputados). En esta ocasión el tramo fue mucho más largo y no fue exactamente un muro sino una estructura de contención militar que construyó el ejército gringo invadiendo territorio mexicano. De este lado no se produjo protesta alguna sino apenas una solicitud de la Cancillería que fue respondida displicentemente por el gobierno nortemericano que, no obstante haberse comprometido a remover la construcción el pasado viernes (así lo anunció el presidente Calderón), no lo hizo sino hasta el domingo.
La invasión militar del territorio nacional no se debió a un error topográfico sino fue una acción deliberada para humillar al Ejército Mexicano guardián de la integridad territorial, a su jefe el Presidente de la República, al Congreso de la Unión, a los partidos, a México y a los mexicanos. Si el caso Lizhen huele a provocación, la invasión militar a Palomas, Chihuahua, fue una agresión. Ambas forman parte de una táctica para debilitar a México. A la división que siempre aprovechan los gringos, se suma la ignorancia y la impericia del grupo gobernante, ahora bajo sospecha. La pelota está en la cancha del Presidente.
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