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jueves, marzo 01, 2007

Opinión - Roberto Castelan

Una divertida descripcion de los ayatolas mexicanos (Perverto Rivera y Sinbozal Iñiguez) ...
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El ayatolá


Publico

Viajar a un país teocrático, en donde la vida política, social y económica se rige por un libro sagrado y el poder civil se subordina al poder religioso representado por un personaje conocido como el ayatolá, nos ayudaría a valorar nuestro sistema político.

En los sistemas políticos teocráticos, el Ejército tiene una gran presencia en las calles como recordatorio para quienes olvidan que los designios de Dios están bien resguardados en la tierra.

A pesar de esa presencia tan fuerte de los militares y del ayatolá en todos los asuntos públicos y privados, la gente parece vivir contenta. Parece disfrutar de la vigilancia militar y las continuas apariciones del ayatolá en los diarios, la radio y la televisión, para opinar sobre cualquier cosa.

El ayatolá es un experto en cualquier cosa. Es un hombre arrogante y sus argumentos son bravuconadas ajenas a la reflexión sensible y humilde propias de un religioso. Pero la gente lo quiere y lo escucha.

Un día puede aparecer en un mercado y criticar a los comerciantes. Después les dice misa a los empresarios y aprovecha para regañar a diestra y siniestra. Es un hombre querido, sus fieles aceptan con humildad el regaño.

Quienes gobiernan atienden sus recomendaciones y procuran nombrar en importantes cargos de gobierno a aquellas personas cercanas a la gracia del ayatolá.

A veces el ayatolá se molesta y critica las leyes civiles emanadas de esos gobiernos. No hay que olvidar que una cosa son los amigos terrenales y otra los intereses espirituales de sus fieles.

Por ejemplo, una vez, en una reunión de ayatolás, conocida como el ayatolado, criticaron una ley que promueve una mayor igualdad de la mujer, por considerar que las mujeres sólo buscaban su apoderamiento.

La ley en cuestión permitía que las mujeres le respondieran al marido con monosílabos y no con la tradicional caída de ojos para manifestar su acuerdo. El desacuerdo todavía no se permite.

Otra vez, el ayatolá dijo que los humanos no tenían derechos humanos y que cualquier institución que defendiera a los humanos tendría que desaparecer. Los civiles del gobierno brincaron de gusto. Por fin una opinión sensata, dijeron.

Afortunadamente, en México vivimos bajo un régimen de libertades civiles y no tenemos que soportar a gobernantes como Hugo Chávez, quien por cualquier pretexto saca al Ejército a las calles. Tampoco tenemos que aguantar los desplantes y rabietas del prepotente y omnipresente ayatolá, que sólo abre su gran boca para regañar e injuriar.

Son las ventajas de la democracia mexicana.

rcastela@cencar.udg.mx, rcastelan@milenio.com

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