La (difícil) posición de la oposición
En ninguna sociedad ha sido fácil el desarrollo de una oposición real. México no es la excepción, sobre todo porque nuestra democracia no es plena
Un papel peliagudo
En términos generales e históricos, la posición de la oposición en México siempre ha sido muy difícil. Por siglos simplemente no se le reconoció legitimidad. Tras la independencia y la supuesta adopción de un marco republicano y democrático, se le abrió un espacio teórico, pero sólo teórico, pues en la práctica se buscó hacerle la vida imposible. En realidad, apenas ahora se abre la posibilidad de llegar a construir en México una oposición institucional y efectiva, pero sólo es una posibilidad porque el espíritu dominante en los círculos del poder es muy similar al de antaño: a la disidencia sólo se le tolera en la medida en que es inefectiva.
Ahora bien, echando mano a la perspectiva que da la historia, hay bases para suponer que sin la oposición el desarrollo político de México hubiera sido muy diferente. Sin el contrapunto político, México sería una nación más injusta de lo que ya es.
El domingo pasado la parte dominante de la oposición política real -el Frente Amplio Progresista, la Convención Nacional Democrática y sus simpatizantes- volvió a hacerse presente en el centro de la Ciudad de México para mostrar varias cosas. Primero, reconfirmar su propia existencia; segundo, presentar una agenda nacional alternativa y, finalmente, demostrar que Andrés Manuel López Obrador mantiene su capacidad de convocatoria y su empeño por llevar a cabo a lo largo y ancho del país una movilización sistemática, de baja intensidad pero de larga duración.
La experiencia muestra que el intento de desempeñar el papel de oposición real y efectiva no ha sido una tarea simple o fácil en casi ninguna sociedad y tiempo. México es un buen ejemplo de lo anterior, sobre todo en el pasado, aunque hoy las dificultades en la práctica siguen siendo mayores de lo que admite la teoría. En efecto, y pese a los innegables avances en nuestra modernización política, aún estamos muy lejos de la supuesta imparcialidad de aquellas instituciones democráticas que están obligadas a garantizar los espacios para las fuerzas que no apoyan y sí disienten de quienes manejan los mecanismos formales y fácticos del poder.
En términos generales, ser oposición en México hoy ya no significa arriesgarse a perder la libertad o la vida, pero el caso de la APPO en Oaxaca -26 muertos y centenares de presos- muestra que ambas cosas aún pueden pasar. Como sea, optar por la oposición sigue siendo marchar por una vía más penosa de lo que debería ser en el caso de que fuéramos una democracia real.
Algo de historia
La Nueva España puede ser vista como una colonia de explotación donde no había lugar para los disidentes. Se demandaba lealtad incondicional al rey. Claro que, pese a todo, había malcontentos, como fue el caso en el siglo XVI del marqués del Valle, Martín Cortés de Zúñiga, quien alentó, y en cierto sentido, encabezó a un puñado de jóvenes descendientes de encomenderos y conquistadores que buscaron "alzarse con la tierra" y que, por tanto, dieron forma al primer grupo de oposición al rey y que formuló un proyecto alternativo: uno de independencia. Como sabemos, esa experiencia terminó muy mal, pues en 1566 Martín Cortés fue detenido y sus seguidores cercanos -los hermanos de Ávila, los hermanos Quesada y otros- fueron ajusticiados. A partir de entonces, y por casi dos siglos y medio, ya no hubo en la Nueva España quien buscara desempeñar el papel que por un momento jugó el hijo del conquistador de México: de cuestionador y alternativa a las políticas dictadas desde Madrid.
Sólo hasta que Fernando VII fue depuesto por Napoleón, volvió a resurgir entre la minoría criolla mexicana la idea de articular una oposición al estado de cosas vigente. Todo desembocó en la rebelión de 1810 que, por contar con apoyo popular, se transformó en una guerra civil. Tras la independencia surgió un cierto espacio para la crítica al nuevo régimen y don fray Servando Teresa de Mier, por ejemplo, hizo de su crítica al emperador Iturbide un verdadero arte.
Con el advenimiento de la república en 1824 se supuso que quedaba institucionalizada la libertad de expresión y de organización políticas, que el derecho a gobernar se decidiría por la vía electoral y que, en consecuencia, el papel de la oposición leal quedaba garantizado. Sin embargo, siglos de autoritarismo hicieron que la teoría constitucional y la realidad habitaran mundos de tan diferentes, opuestos. La censura y el fraude -que bien pronto el poder lo convirtió en una ciencia exacta- llevaron a que la oposición decimonónica se viera sistemáticamente ante una opción tan simple como definitiva: o recurría al argumento de las armas o se resignaba a la inutilidad.
La oposición como estación temporal
La Revolución de 1910 no cambió mucho la esencia de las opciones de los opositores. Aunque el llamado a la rebelión contra el régimen porfirista fue el "sufragio efectivo" y aunque la Constitución de 1917 volvió a reiterar el carácter de México como república democrática que garantizaba las libertades de expresión y asociación, la realidad siguió siendo distinta: el poder continuó basado en los cañones de los fusiles para luego combinarse con los controles de las organizaciones corporativas del gran partido revolucionario: el PNR-PRM-PRI.
En la medida en que surgieron partidos distintos al del gobierno y que realmente aspiraron a conquistar la dirección del país, fueron objeto de fraude y represión (PRUN o FPPM, por ejemplo). En cuanto a esos partidos u organizaciones que se concretaron a un papel testimonial o marginal, como Acción Nacional, se les vigiló pero más o menos se les toleró. Sin embargo, como las armas del nuevo régimen no se concretaron a la represión y fraude del pasado sino que se echó mano de la cooptación, más de un político individual o de una organización hicieron de su estadía en algún movimiento de oposición una mera escala técnica o un negocio. En efecto, la política de oposición simulada se usó como una manera de negociar la verdadera meta: el subsidio o la cooptación.
La oposición como vía para recibir subsidios fue empleada por organizaciones como el Partido Popular o el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, un par de ejemplos entre muchos y que hoy sigue vigente en, por ejemplo, el Partido Verde. Por otra parte, hay centenas de biografías de jóvenes de izquierda, incluyendo a miembros del Partido Comunista, que tras hacer escoleta en ese organismo o en otro similar, lograron ser llamados al gobierno y sin mayor problema cambiaron de chaqueta.
Desde luego que hay casos similares, aunque quizá en proporción menor, de panistas o miembros de otras organizaciones de derecha. Como sea, se trató de un encuentro sistemático de oportunismos: el de jóvenes ambiciosos de un lado y de un régimen sin ideología real pero siempre dispuesto a reclutar y a usar en su beneficio la ambición personal inescrupulosa.
El PRI como oposición
Es evidente que en la vida política mexicana, en general, y en la relación gobierno-oposición, en particular, subsisten residuos del pasado, desde el indígena y colonial hasta el de apenas ayer, es decir, el priista. Sin embargo, también hay situaciones novedosas.
Lo nuevo, desde fines del siglo pasado, es la existencia de un espacio para una oposición que efectivamente es tal y que busca el poder por la vía pacífica. Se trata de un espacio con fronteras muy ambiguas y donde el juego sucio es aún determinante, como quedó bien demostrado en la elección presidencial del año pasado, donde el propio Presidente, el IFE o el TEPJF actuaron con parcialidad no disimulada.
Lo nuevo también incluye al viejo PRI tratando de ser oposición pero sin lograrlo porque no está en su naturaleza. Hay una pizca de conmovedor y mucho de patético, al contemplar a un PRI que nació para apoyar a quien quiera que estuviera en control del gobierno -al Jefe Máximo de 1929 a mediados de 1935 y al Presidente en turno a partir de entonces- tratando de ser oposición pero finalmente cayendo en cada intento en la colaboración negociada. Simplemente no está en su ADN luchar contra el poder sino aprovecharlo, sea del color y naturaleza que sea. Es por ello que la opinión pública no ve al PRI como oposición sino al PRD.
Y es así como se va adentrando México en su nuevo laberinto político en donde un gobierno, en manos de un antiguo partido de oposición, hoy ya le tomó gusto a vivir del y para el poder por lo que ya hizo propias muchas de las artes del antiguo autoritarismo. Las fallas que existen son numerosas y profundas. Y, sin embargo, sin el respeto a la participación de una verdadera oposición política, y sin la efectividad y congruencia de ésta, México será un país aún más injusto y menos viable.
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