López Obrador pronuncia en el Zócalo un discurso cuya mayor valía es el hecho de estarlo pronunciando, de seguir luchando y contar con un apoyo social razonablemente mermado pero indudablemente firme y expectante, deseoso de hacer más de lo que las burocracias le plantean
Astillero
Julio Hernández López
Cuatro estampas
Neocristeros en acción
PRI y PAN, hipocresía
Todo está entrampado, de tal manera que todos parecen moverse, avanzar y endurecerse, pero en el fondo sólo están haciendo lo convenido, lo previsible. Una película de suspenso y presunta emoción en cuatro tiempos: López Obrador pronuncia en el Zócalo un discurso cuya mayor valía es el hecho de estarlo pronunciando, de seguir luchando y contar con un apoyo social razonablemente mermado pero indudablemente firme y expectante, deseoso de hacer más de lo que las burocracias le plantean. Los Caballeros de Colón salen a las calles públicas, luego de 70 años de oscuridad (la anterior aparición abierta fue en tiempos de la Cristiada), junto con otras congregaciones católicas que realizan una peregrinación a la Basílica de Guadalupe reconfortadas por los enviados de El Vaticano que atestiguan la conversión de la Armada nacional en guardia pontificia durante la inauguración de un congreso de Provida. Los priístas ya ni siquiera cuentan con el recuerdo de Luis Donaldo Colosio para generar votos sentimentales y hacer juramentos de unidad, divididos los del partido fundado por Calles en feudos (Manlio, Gamboa, Beatriz, Peña Nieto y otros), necesitados de un gran pacto mafioso que redistribuya barrios, rubros y ganancias, huérfanos genéricos a los que ya no cobija el icono sonorense asesinado, antaño unificador y prodigioso a título de exigencias de "justicia" que ahora ni siquiera se atrevieron a salir del clóset tricolor salinizado. Y los panistas juegan a aparentar reconciliaciones al estilo de la Familia Priísta de antaño, con Espino y Calderón dándose abrazos falsos y pronunciando palabras sabidamente huecas, reconfortado el presidente formal de México por las lágrimas discursivas de cocodrilo de sus correligionarios, que se muestran conmovidos y solidarios ante las amenazas que el licenciado Calderón dice haber recibido de narcotraficantes agraviados por el chapeado rediseño de mercado, y con el dictatorial apoyo por decreto de Manuel Espino que establece como deber de Estado apoyar a quien se dijo ganador electoral con una presunta diferencia ínfima (0.56 por ciento) en un país donde la PGR hubo de hacer un recuento (billete por billete, fajilla por fajilla) de un decomiso de dólares que con ese nuevo cómputo resultó con una diferencia "de 99.1 por ciento, es decir, 109.9 veces" (la estimación es del lector Carlos del Bosque).
López Obrador no dice nada sustancialmente distinto de lo que podría suponerse. Convoca a sus seguidores a estar atentos a un llamado de emergencia para oponerse desde el Zócalo a los cantados proyectos calderonistas de abrir Pemex a capitales privados, programa para dentro de nueve meses la próxima sesión de la Convención Nacional Democrática (una parte notable de la asamblea pública se inconforma con el plazo dilatado y comienza a corear "antes, antes", proponiendo el 2 de julio o el 16 de septiembre, pero nada de eso es escuchado ni atendido en las alturas ávidas de aprobaciones rápidas y en automático), rinde un parte sin crítica de su aplicación viajera, dedica unas líneas de apoyo al movimiento social oaxaqueño y comparte con la audiencia su reflexión de que después del fraude electoral fue una buena decisión no caer en la violencia. Pero lo importante, lo trascendente, lo definitorio, es esa masa ciudadana que no es tanta como en ocasiones anteriores ni tan poca como podría suponerse a partir de la terrible campaña de descalificación, odio y silenciamiento que han desatado los beneficiarios del robo electoral del 2 de julio.
Las campanas de catedral comenzaron a tañer con aire de santa provocación cuando López Obrador llegaba a la plancha del Zócalo y un coro ciudadano voluntario se ponía a tono con una emblemática canción de bienvenida. Momento hubo en que sonaba La Paloma y homónimas aves blancas huían de las alturas de catedral por el chocar de los badajos: campanas riverinas en un momento en que la Patria se debate entre el Cerro de las Campanas o los nuevos Maximilianos petroleros, financieros, mediáticos, religiosos. Pero las provocaciones verdaderas no eran musicales ni aladas. Como pío interventor en la política mexicana fue enviado el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia del gobierno de El Vaticano y, como tal (representante de un gobierno extranjero), aprovechó el foro organizado por Jorge Serrano Limón, jefe de la empresa de lencería moral denominada Pro Tanga, para oponerse a las decisiones que órganos legislativos mexicanos legítimamente constituidos están tomando en relación con el aborto. Fortalecidos por el envío de aviones de guerra B-16 (B de Benedicto) y por el apoyo escenográfico militar que el nuncio extraoficial, Felipe Calderón, ha dado a actos religiosos, miles de miembros de agrupaciones católicas de extrema derecha se decidieron a peregrinar de la glorieta de Peralvillo a la Basílica de Guadalupe, donde el cardenal mexicano indiciado, Norberto Rivera, habló de asuntos abortivos pero no de pederastia.
Nada distinto o imprevisible dijeron las pancartas de los peregrinos ni los sermones de sus jefes, como nada distinto o imprevisible hubo en la marcha encabezada por López Obrador. Pero allí están en las calles los contingentes en lucha, los manifestantes cuyo número hoy no importa tanto como el hecho de que están a la espera de que se resuelvan las suertes principales de su litigio histórico. Unos contra privatizaciones y mal gobierno terreno, otros contra el aborto y en busca de un buen gobierno divino (y los priístas descabezados y desgarrados por sus ambiciones de bando, y los panistas rebasados por la realidad y metidos en el pleito hipócrita). Pero las palabras, esta vez, no definen gran cosa, aunque sí las presencias, el talante, las expectativas, porque todo está entrampado, y los actores del gran drama se esfuerzan en mostrar movimientos, avances y endurecimientos cuando sólo hacen lo convenido, lo previsible. Todos en espera de algo que puede ser todo.
Y, mientras en Aguascalientes el gobierno panista de Luis Armando Reynoso Femat (míster Necaxa) censura y saca del aire el muy buen programa de periodismo radiofónico Comentando la Noticia, y amenaza al equipo de trabajo encabezado por Rodolfo Franco, ¡Hasta mañana, en esta columna campante y acampanada!
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