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miércoles, marzo 28, 2007

Un loco martes del 29.

A propósito de los desajustes inmobiliarios del mercado norteamericano de los últimos días, conviene recordar lo que sucede cuando estructuras incontroladas se abalanzan contra el sistema mismo que les dio origen.
Un loco martes del 29.
Por Groucho Marx.

Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asunto llamado mercado de valores. No tenía asesor financiero. ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre la bolsa. El mercado sigue subiendo y subiendo. Hasta entonces yo no había imaginado que uno pudiera hacerse rico sin trabajar. Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar.

Un día, con cierta timidez, hablé con mi agente de bolsa:
"No sé gran cosa sobre Wall Street, pero qué es lo que hace que esas acciones sigan subiendo. ¿No debería existir una relación entre las ganancias de las empresas, sus dividendos y el precio de venta de las acciones?"

Me contestó:
-Señor Marx, tiene mucho que aprender acerca del mercado de valores. Lo que usted no sabe serviría para llenar un libro. Éste ha dejado de ser un mercado nacional. Ahora somos un mercado mundial. Recibimos órdenes de compra de todos los países de Europa, de América del Sur e incluso de Oriente.

-¿Cree que hice una buena compra?

-No hay otra mejor. Si hay algo que todos hemos de usar, son las tuberías.

-Es ridículo -afirmé- tengo varios amigos pieles rojas en Dakota del Sur y no utilizan tuberías.

De vez en cuando, algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero casi nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus idiotas palabras de cautela. Incluso recuerdo un frase de Barney Baruch, mago financiero estadounidense: "cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera página, ha llegado la hora de retirarse".

Un día determinado, el mercado comenzó a vacilar. Así como el principio del auge todo el mundo quería comprar, al empezar el pánico todos querían vender. Luego el pánico alcanzó a los agentes de bolsa y empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Tras un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y se desplomó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque para entonces todo el país estaba llorando.

Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo).

Entre toda la bazofia escrita por los analistas del mercado, me parece que nade hizo un resumen de la situación de una forma tan sucia como mi amigo Max Gordon: "Marx, la broma ha terminado". En aquellas cinco palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue por el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía.

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