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miércoles, marzo 28, 2007

El "pecas" y otros relatos del narco.

Tomados del libro : ¿El crimen como una de las bellas artes?
Varios autores. Prólogo de Gerardo Segura. México, Instituto Coahuilense de Cultura, Miguel Ángel Porrúa, 2004. 96 p.

1.- El Pecas. Un bato pesadón, rudo, de aquéllas.
¿Alguna vez has escuchado el ruido que hacen los paquetes de coca cuando los dejas caer en el lomo del suelo? Es como un ruido de arena y plástico, como si la lluvia cayera empaquetada en bolsas que apresuran su caída hacia el piso; lluvia de oro que palpita con el corazón del miedo. El miedo es un negocio, compadre. Del miedo se puede vivir. La neta, compa. Agüebo. Muchas veces llegué a escuchar ese sonido de los paquetes y una calentura me recorría los huesos, se me ponían más duros. Los músculos se me tensaban y mis dientes rechinaban machín con los pasesotes de coca. Porque, eso sí, el pericazo nunca faltaba. Siempre salimos avantes de cualquier situación. Cualquier problemita a la hora de recibir el cargamento y las fuscas salían a relucir.. Luego luego se doblaban los que querían pasarse de lanza. Pero ese día nadie se la esperaba. Los culichis se encabronaron pero ni se les notaba. Se veían serenos. Uno de ellos, que parecía el cabecilla, nos tiró su verbo, como todo negociador: que la nieve era muy buena, nos decía que estaba "bien chila". Ya ves cómo hablan esos güeyes. A ese compa le decían el Basilio. Ya nos había vendido chingadera y media otras veces. Siempre trae una mochilita en la espalda y de repente les preguntó a sus achichincles que quien traía la navaja para abrir el paquete. Nos veía con tranquilidad. Dijo: "pa'que la prueben, pa'que se convenzan". Como nadie sacaba la navaja, se quitó la mochila y en vez de sacar la punzocortante sacó una ametralladorcita que pa'que te cuento. Empezaron a zumbar los balazos. A mí me llegó uno, pero a otros les fue peor. El Fer fue el primero que cayó agujereado. Después llegaron las sirenas y aquí estoy valiendo madre, pero en cuanto me escape, te juro por estas pecas que siempre me han traído suerte, que a ese Basilio se lo carga la gaver. Ya ves que aquí en la ciudad "T" somos más chiludos.

2.- Basilio. Un culichi cabrón.
Ai les va, compas. Aguzados. Primero nos echamos un pericazo, porque la blanca es para uno lo que las espinacas son para Popeye. En cuanto lleguemos nos bajamos de la troca y abrimos el portón. Seguro se nos van a encandilar con tanta bolsa. Ni la van a revisar toda. Ya los conozco. Y nuca les he llevado tanta como la que traemos ora. Ustedes dos se quedan cerca del carro. Los quiero vivos con el cuerno y la mini. Esos cabrones no traen cuerno. No les conviene porque hace mucho ruido. Al primero que hay que cinchar es al Fer pues dicen que es el más chilo pa'los cuetazos, quién sabe. Ése es pa'miguelito. La mochilita ni la van a oler. Siempre la llevo pa'todas partes. Ya me han visto con ella. Les voy a decir que les estamos dejando de la misma nieve con la que loqueamos. En cuanto abra la mochila se preparan y se las dejan cayitos. La juda se va a tardar en llegar. Ya están compraditos todos. En cuanto se acaben los cuetazos el Gallo se sube a la troca, ya la dejamos donde ya saben. Luego nos vamos a taquear y de ahí a celebrar como Dios manda. Luego hablamos de las comisiones. Y arriba Sinaloa, compas.

3.- Confesión del Ceja, ex judicial, en el ministerio público.
Ya nos habíamos dado varios esquinazos de nieve, y con mi credencial de elector, pa'empezar, y pa'que no digan que uno anda en el abstencionismo. Andábamos en el acelere. Al Fer parecía que se le quebraba la quijada, como si anduviera masticando chicle. Pa'empezar, yo desenfundé mi colt nueve milímetros, casi con los ojos cerrados, y me dije: "al que le caiga le jiede". Y el que estaba mero enfrentito de mí fue el primero que cayó. Obviamente que no me quedé parado. Me aventé hacia atrás y desde el suelo fui jugando al tiro al blanco pero ya no acerté. Entre tanto balazo a veces ni te concentras. La verdá, creo que le pegué a uno de los nuestros, la mera verdá, pero seguramente ya estaba muerto, porque a los muertos cuando les entran los balazos suenan diferente, se les oye un vacío de concha de mar, un ruido que está más allá de la vida. Ustedes que son judas deben saber más de esto que yo. No son ningunos angelitos. ¿Qué quiénes eran los culichis? No sé, nuca los había visto. El único conocido era el Basilio Guerra, dizque pariente lejano del Castel y a ése ustedes ya lo conocen. Lo que sí es que traían unas armas muy cabronas y de ésas sólo la virgencita podría darnos cuenta. Ándele. Si ustedes están más informados que uno. También traían carro blindado; parecía Crown Victoria. Su equipo era mejor, por eso nos quebraron. El Fer cayó primero porque estaba arriba del troque. El Basilio le descargó una metralleta pequeña, parecida a la Uzi pero más compacta. Machín. Una chulada, la mera verdá. Tanto tiempo trabajando con el Fer, nunca me lo imaginé muerto así, tan confiado, sin soltar un tiro. No tuvo tiempo ni de agacharse o a lo mejor no quiso agacharse. A lo mejor pensó que ya le habían entrado muchas balas y prefirió quedarse parado para no morir en agonía. Quién sabe. Cuando te llega una bala, tú lo sabes bien, pinche Mario, siempre se te vienen a la mente un chingo de pendejadas, hasta los rostros de tus fantasmas te visitan en fracciones de segundo. Machín, ¿no? Lo gacho fue cuando me tuve que parar frente a su esposa para soltarle la mala noticia. No tenían hijos pero ya habían estado pensando en eso. Y cuando se lo dije se le doblaron las piernas. Se sentó en el sillón de la sala y agarró el libro favorito del Fer y se quedó leyendo un rato. Sabrá Dios lo que habrá leído porque luego luego se puso a cantar. Era una cancioncilla alegre a la que no le puse atención, porque resultaba más doloroso oírla que verla. Agachó la cabeza y siguió cantando. Me dijeron que se volvió loca. Yo la dejé ahí porque cuando quise hablarle tratando de consolarla ni me contestaba; ella siguió con su cancioncilla hasta que me fui. Me tenía que ir porque los soplones y los envidiosos nunca faltan. Ya ven cómo llegué aquí. Y por mi jefe ni me pregunten porque ahorita está de vacaciones. Y ya saben que ahí no me meto. De todos modos nunca hablé con nadie. Ni chanza me dieron de acomodarme. Si me hubieran dejado más tiempo afuera probablemente ya les estuviera contando otra historia. Pero ustedes no aprenden. Les dan el pitazo y se lanzan. Son como uno, pues, golosos.

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