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jueves, marzo 29, 2007

Opinión - Ruben Martín

México, fábrica de hacer ricos

Publico

Uno de los argumentos para justificar los cambios en los sistemas de pensiones en el país es que la sociedad mexicana ya no puede soportar los anteriores modelos jubilatorios debido a los cambios demográficos, pero también porque los privilegios que consiguieron los trabajadores organizados en décadas pasadas ahora ya son insostenibles. Se dice que el país no pude seguir pagando pensiones de “privilegio” a los trabajadores organizados, conquistadas durante la época del desarrollismo.

Ahora que se discuten los cambios a las pensiones del ISSSTE, se dice que no es justo que los contribuyentes mexicanos paguemos una pensión de 100 por ciento del salario a los burócratas, cuando el resto de jubilados en el país ni siquiera alcance a recibir una tercera parte de su salario.

Parece razonable, pero la salida es un poco tramposa, pues lo que se pide es que se quite también a los trabajadores al servicio del estado, tal como ya se ha quitado a los asalariados en empresas particulares gracias al infame sistema de pensiones que nos heredó Ernesto Zedillo. La salida que se ha buscado para la reforma al modelo de pensiones, tanto en las reformas del sexenio zedillista como ahora en el sexenio calderonista, se pueden traducir crudamente en que se pide más carga de trabajo a los asalariados. Si antes se podían jubilar a los 45 años, ahora se pide que la edad de retiro aumente diez años.

Una buena parte de los discursos que se han escuchado para justificar los cambios a la Ley del ISSSTE apelan al dramatismo, pintan un panorama de desastre y la necesidad de medidas de salvación nacional.

Si es cierto que el país atraviesa una crisis y si lo que está en juego es el ingreso con el que sobrevivirán las futuras generaciones de mexicanos, ¿por qué el reparto de responsabilidades recae exclusivamente en los trabajadores y no se incluye en el debate las ganancias de las administraciones de pensiones y la parte de responsabilidad que le toca a los empresarios?

Porque justo al mismo tiempo que se habla de esta crisis nacional, resulta que hay algunos sectores que no sólo no padecen crisis, sino que están ganando dinero como nunca. Hay muchos ejemplos de este enriquecimiento pero quizá ninguna medición sea tan ilustrativa como la lista de los millonarios de la revista Forbes. En esa lista que incluye a unos 700 megaricos del mundo, el mexicano Carlos Slim ocupa el tercer puesto con una fortuna de 49 mil millones de dólares (mdd). Pero no es el único, hay otros mexicanos: Alberto Bailleres con cinco mil mdd; aparece Ricardo Salinas Pliego con 4.6 mil mdd; Jeronimo Arango 4.3 mil mdd; Emilio Azcarraga Jean con 2.1 mil mdd; Roberto Hernandez Ramirez con dos mil mdd; Maria Asuncion Aramburuzabala dos mil mdd; Isaac Saba Raffoul con 1.8 mil mdd; en el lugar 583 Lorenzo Zambrano con 1.7 mil mdd; y finalmente Alfredo Harp Helu con una “pobre” fortuna de 1.6 mil mdd.

Son diez familias mexicanas que en conjunto tenían una fortuna de 74.1 millones de dólares. Es un inmenso mundo de dinero, que equivale al 10 por ciento total del PIB. Son tan cifras tan altas que se quedan en la estratosfera. Pero quizá sirva otra comparación. La fortuna de estos diez megaricos del país equivale al ingreso promedio de diez millones de trabajadores. El PIB per cápita en México es de 7,400 dólares anuales, es decir, recibe un ingreso mensual promedio de 6,500 pesos.

Así mientras se piden sacrificios a los trabajadores, México se ha convertido en una fábrica de hacer ricos. Muy ricos y muy rápido.

El aumento de la fortuna de estas diez familias es verdaderamente escandaloso. En 2000, cuando empezó su sexenio Vicente Fox, este grupo de acaudalados amasaba una fortuna de 24.9 mil mdd, suma que se triplicó en apenas un sexenio. De un año a otro tuvo un crecimiento espectacular. En 2005 la fortuna de estas diez familias era de 50.8 mil mdd y creció 50 por ciento para 2006.

¿Dónde está entonces las crisis nacional? Claramente entre los ricos del país no. La crisis es únicamente para las clases trabajadoras, tanto quienes tienen empleo formal, así como los informales. A ellos se les pide más carga de trabajo, más años para pagar sus pensiones, menos prestaciones y más esfuerzos. El resultado es que los ricos se convierten en megarricos. Si de verdad se quiere debatir el futuro del país con seriedad se debe discutir también si es justo que un puñado de empresarios se esté quedando con una gran tajada de la riqueza nacional. De otro modo las críticas a los “privilegios” de los trabajadores suenan a pura hipocresía.

rmartin@publico.com.mx, rmartin@milenio.com

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