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jueves, febrero 17, 2011

Ecos del Cairo aquí [Lorenzo Meyer]

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AGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer

La naturaleza del proceso político en el Egipto actual no es ajena al que ya vivió México. Sería deseable que el resultado fuera mejor

Lejanos pero no tan diferentes
Es posible que la desilusión no tarde en hacer su aparición, pero por ahora tenemos derecho a congratularnos por lo ocurrido en la Plaza Tahrir de El Cairo. Es como si tras las manifestaciones de La Plaza de las Tres Culturas, en 1968, o en la de Tiananmen, en 1989, hubieran triunfado los impulsos democráticos y libertarios. Esta vez, en Egipto, el Ejército no disparó y el déspota abandonó el poder. Queda por ver hasta dónde este empuje democrático en el mundo árabe se impone a las inercias y los intereses creados.
En el origen del desarrollo de la teoría de los sistemas autoritarios el profesor Juan Linz puso como ejemplos de ese tipo de regímenes, entre otros, al México del PRI y al Egipto de Nasser (Totalitarian and authoritarian regimes, Boulder, Colorado, 2000). Hoy se puede ahondar en los elementos y situaciones que permiten hacer comparaciones del proceso que llevó a la caída del gobierno de Hosni Mubarak con algunas coyunturas críticas del pasado mexicano. Ahora bien, de persistir las fallas de nuestra no muy exitosa transición democrática y de descarrilarse la recién iniciada en Egipto, las comparaciones podrían extenderse, pero confiemos que no sea el caso.
Política comparada
Dejemos por ahora de lado nuestras respectivas pirámides e historias milenarias para concentrarnos en el último siglo. Tras el logro de sus respectivas independencias en el siglo XIX en México y en el XX en Egipto, ambos países terminaron por consolidar sendos regímenes autoritarios. En México los liberales del siglo XIX y los revolucionarios del XX detonaron cambios cuyo objetivo fue avivar el sentido de nación para hacer frente a la heterogeneidad social y modernizar a una sociedad periférica que había experimentado los efectos del colonialismo e imperialismo de las grandes potencias. En Egipto ese papel lo jugó el Ejército encabezado por Gamal Abdel Nasser y sus "Oficiales Libres", que en 1952 depusieron al poco legítimo y muy corrupto rey Farouk.
Ya con el poder en sus manos, Nasser y sus colegas promulgaron en 1956 una Constitución que declaraba al país socialista, formaron un partido de Estado e iniciaron una gran reforma agraria. Nasser ganó la primera elección con el 99.9% de los votos. Aquí la similitud de Egipto es con el México de Cárdenas, del PRM y de su populismo y nacionalismo. No habiendo petróleo en Egipto pero sí un Canal de Suez que era vital para el comercio mundial. En un golpe tan audaz y creador de sentimientos nacionalistas por el desafío a los países imperiales, como fue la nacionalización petrolera mexicana de 1938, Nasser llevó a cabo la nacionalización de esa vía marítima.
En el caso del México que recuperó su petróleo, fue la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, que ya se perfilaba en el horizonte, la que llevó a que Washington se viera obligado a tolerar la expropiación. En el Egipto de 1956 fueron los imperativos de la Guerra Fría los que hicieron que la Casa Blanca detuviera las acciones militares que ingleses, franceses e israelitas emprendieron contra Egipto en un esfuerzo por recuperar el control del Canal de Suez. A fin de evitar que Nasser se viera obligado a buscar en la URSS el apoyo político, militar y económico para neutralizar a la presión de Occidente, Estados Unidos decidió aceptar una nacionalización que había despertado el entusiasmo de todo el mundo árabe. La acción de Nasser devolvió a Egipto su papel de líder del mundo árabe y Estados Unidos prefirió que se perdiera el control europeo de Suez a correr el riesgo de hacer que el nacionalismo árabe se convirtiera en una fuerza que jugara en favor de los intereses soviéticos.

La diferencia entre los autoritarismos mexicano y egipcio del siglo XX se acentuó tras la muerte de Nasser en 1970. El partido oficial egipcio nunca llegó a reemplazar al Ejército como espina dorsal del régimen, ni tampoco logró institucionalizar los mecanismos para que la sucesión dentro del círculo del poder no se convirtiera en problema.
A Nasser le sucedieron dos de sus camaradas del grupo de "Oficiales Libres", Anwar el Sadat y, en 1981, Hosni Mubarak. Ninguno de ellos heredó el carisma de Nasser y en cambio acentuaron los rasgos autocráticos y corruptos del régimen. A Nasser lo sacó del poder un ataque al corazón y a Sadat las balas de la Hermandad Musulmana. Mubarak se propuso dejar la Presidencia a cambio de instituir una dinastía: deseaba heredar el cargo a uno de sus hijos.
En contraste, en México, Plutarco Elías Calles supo aprovechar el asesinato en 1928 del presidente reelecto -el general Obregón- para revivir y dejar bien firme lo que sería la regla de oro del presidencialismo autoritario mexicano: la no reelección. En buena medida, frente a la movilización del 1968, ese principio de no reelección ayudó a que la clase política mexicana y el Ejército prefirieran la represión y mantener el status quo que explorar otra salida. Después de todo, Díaz Ordaz dejaría el poder en dos años. Ahora sabemos que el entonces secretario de Defensa se guardó la información que mostraba que el incidente de Tlatelolco -los primeros disparos- había sido una manufactura de "Los Pinos", aunque aceptó que se conociera tras su muerte (véase: Julio Scherer y Carlos Monsiváis, Parte de guerra: Tlatelolco 1968: documentos del general Marcelino García Barragán. Los hechos y la historia, Aguilar, 1999).
Hay otra diferencia importante entre el 68 mexicano y el 2011 egipcio: la actitud de la comunidad internacional. Cuando en México brotó la protesta antiautoritaria, la Guerra Fría le sirvió de coartada tanto a Díaz Ordaz como a la comunidad internacional para insistir en la bondad del status quo mexicano. Se pudo acusar a fuerzas externas -el comunismo- de querer desestabilizar a México y tanto la opinión internacional como Washington compraron el argumento. Al exterior le convino justificar la matanza de Tlatelolco: fue un precio muy bajo a cambio de mantener la estabilidad mexicana y los juegos olímpicos se llevaron a cabo como si nada hubiera ocurrido.
En contraste con México, en Egipto el entorno internacional fue, de tan diferente, lo opuesto. Mubarak, como Díaz Ordaz, también intentó hacer creer a propios y extraños que "fuerzas externas" estaban tras la revuelta de su país y buscó difundir la idea de que sin su gobierno la estabilidad de Egipto y del mundo árabe estaría en peligro. El presidente de Egipto por años manufacturó una Caja de Pandora con los miedos de Washington -el posible ascenso del radicalismo islámico, el debilitamiento de la seguridad de Israel y el peligro de perder el control del petróleo de la región- y le hizo creer que sólo una solución en sus términos podría mantener bajo llave esos y otros males. Sin embargo, esta vez los argumentos del rais ya no tuvieron mucho peso en la opinión mundial, que eligió interpretar la insurgencia pacífica como algo genuino, y estuvo dispuesta a apoyar la llegada de una "cuarta ola democrática" a las costas del mundo árabe.

La sorpresa en política

Igual que al inicio de las protestas estudiantiles en México a mediados de 1968, antes del estallido social en Túnez, pocos si es que alguno de los observadores vaticinaron que una fuerte movilización popular pudiera poner fin a cualquiera de los regímenes antidemocráticos del mundo árabe. Cuando finalmente esto ocurrió en Túnez y Egipto -ahora puede suceder en otro país-, la primera reacción de esos gobiernos fue la represión y sólo después de que la protesta persistiera vino la negociación. En México, la negociación de los representantes estudiantiles con los enviados presidenciales no llevó a ningún lado. En Egipto, la apertura de negociaciones directas entre el vicepresidente Omar Suleiman -hasta poco antes encargado de los servicios de inteligencia- y representantes de los opositores movilizados tampoco modificó la posición inicial de los descontentos -Mubarak debía irse. Sin embargo, el Ejército egipcio actuó de manera más sofisticada que el mexicano, calibró bien la coyuntura y, sobre todo, definió sus intereses de largo plazo, de ahí que prefiriera montarse sobre la ola del descontento para guiarla en vez de reprimirla.
Por sí misma, la salida de Mubarak de ninguna manera garantiza una buena solución a la posible transición democrática. El destino de la "revolución egipcia" aún depende de muchos imponderables. Sin embargo, la comunidad internacional está obligada a dar su apoyo al esfuerzo tunecino y egipcio por llamar a cuentas a sus déspotas corruptos y empezar a construir sociedades más democráticas y justas. Por el bien de todos, ojalá tengan éxito.


::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2011::

domingo, marzo 22, 2009

AMLO en el Zócalo: Imagenes y palabras de Lorenzo Meyer



Lorenzo Meyer Zocalo con AMLO




http://www.youtube.com/watch?v=eQiORJCJr4o

::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2009::

sábado, marzo 14, 2009

Lorenzo Meyer: Una historia de nuestra historia

jueves 29 de enero de 2009

Una historia de nuestra historia
Lorenzo Meyer
29 Ene. 09

Sin una "gran narrativa" no es posible que el ciudadano tenga idea de su nación. Aquí hay un ejemplo de esa narrativa en pocas páginas

Registrar el pasado

Hace más de siglo y medio el historiador escocés Thomas Carlyle, apoyándose en Montesquieu, declaró: "¡Feliz el pueblo cuyos anales son un espacio en blanco en los libros de historia!". Si realmente esa falta de memoria histórica fuera un indicador de felicidad colectiva, tendríamos que concluir que los mexicanos estamos condenados a ser infelices, pues nuestros anales históricos conforman ya una cantidad más que respetable. Si los códices prehispánicos no hubieran sido destruidos sistemáticamente y se pudieran añadir a lo publicado sobre México desde el siglo XVI, se requeriría una auténtica megabiblioteca para albergarlos.

Afortunadamente, lo afirmado por Carlyle en torno al registro del pasado de un pueblo fue sólo el desahogo ingenioso de un historiador. En la realidad, nuestra felicidad colectiva puede depender de muchas cosas, pero nunca de olvidar nuestro pasado. La tarea de crear, ensanchar y ahondar en la memoria colectiva es un esfuerzo intelectual complejo, indispensable e insustituible para mantener la identidad nacional; conocer el pasado es parte de la explicación del presente y un elemento esencial para enfrentar el futuro.

Visión general

Una porción del trabajo de los historiadores consiste en la investigación minuciosa de temas muy puntuales y que tienen como destino a otros especialistas. Otra parte es la elaboración de interpretaciones generales que asimilan los innumerables trabajos de expertos para ofrecer esa "gran visión" tan necesaria para la construcción de la conciencia ciudadana. Para llegar a la generalización o reducción inteligente y educada es necesario que antes se haya sido capaz de dominar la investigación especializada y a profundidad. Ése es el caso de Enrique Florescano que, junto con Francisco Eissa, acaba de publicar un Atlas histórico de México (Aguilar, 2008), de una concepción inteligente, de diseño e impresión de gran calidad y una eficacia contundente.

Importancia

Al discutir el surgimiento del sentimiento nacionalista contemporáneo, Benedict Anderson, en su influyente Imagined Communities (3a. ed., 1991), resalta la necesidad que los colonialistas occidentales tuvieron de reproducir masivamente mapas y otros documentos gráficos de sus dominios y que éstos terminaron por ser instrumentos al servicio de los nacionalistas y anticolonialistas, pues a ojos de los sometidos esos documentos hicieron "real" el contorno y las características de una comunidad que hasta entonces no habían imaginado y fue un paso en la construcción de las nuevas naciones. Los atlas son desde entonces, y entre otras cosas, instrumentos esenciales para fijar la idea de la nación o la patria y su complejidad social, económica, política y cultural, pues la experiencia individual nunca podrá abarcar todo lo que la imaginación educada sí puede.

En la obra de Florescano y Eissa, el lector tiene la posibilidad de hacer un recorrido de miles de años por lo que hoy es México a través de 267 páginas ricamente ilustradas y cobrar conciencia de los procesos de cambio físico y social de lo que hoy es nuestro país. Este viaje a través de mapas y estadísticas, dibujos, grabados, pinturas, fotografías y, desde luego, textos -aquí la imagen sólo cobra pleno sentido en compañía de la palabra-, lleva a quien se adentre en el Atlas, desde las etapas de la formación geológica continental hasta el México actual, pasando por un centenar de temas de naturaleza básicamente social.

Lo social es el meollo de la obra y abarca desde culturas prehispánicas hasta migraciones actuales, del proceso de la conquista europea a la infraestructura de riego de la agricultura actual, de la configuración de la administración colonial al mapa electoral vigente, del desarrollo regional de la guerra de independencia a la red carretera presente, de la notable extensión física del I Imperio a la contracción que significó la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848 o de la traza colonial de la Ciudad de México a la que tiene hoy.

Interpretación

En el siglo XIX, otro gran historiador y contemporáneo de Carlyle, el alemán Leopold von Ranke, consideró posible escribir una historia que no juzgara ni pretendiera instruir al presente sobre la naturaleza del futuro sino que sólo "contara lo que pasó". Sin embargo, esa historia "objetiva" no existe, ni ha existido. Nadie puede reconstruir a plenitud y con exactitud lo que sucedió -son tantas las variables que intervienen en el drama colectivo, que es imposible identificarlas a todas y darles su valor exacto-, ni historiador alguno puede evitar que sus valores e intereses influyan en sus temas y enfoques. Así pues, no hay historia inocente, pero el buen historiador está obligado a intentar ese imposible que es la objetividad y este Atlas histórico de México lo intenta, y en ese empeño está uno de sus valores.

La forma y el fondo

El mapa, la fotografía, el dibujo o la pintura unidos por el texto son la forma. En este caso el texto central es breve pero sustantivo. Las cifras y las estadísticas -condensación cuantitativa de lo cualitativo- son abundantes y numerosos los recuadros sobre temas puntuales, incluso anecdóticos, que funcionan como la sal y pimienta de la gran visión: cómo surgió el maíz, la concepción de la mujer en la Colonia, la breve biografía de Francisco Zarco en el siglo XIX o cómo y cuándo apareció el cuarto de baño en las casas particulares de los "pudientes" en el Porfiriato, por ejemplo.

Si la forma del Atlas es irreprochable, el fondo es aristotélico: busca el justo medio entre los enfoques conservadores y los radicales. En el México prehispánico privilegia las "altas culturas", de los olmecas a los aztecas, pasando por mayas, teotihuacanos, tarascos, etcétera, y deja en claro lo mucho que aún no se sabe y debe investigarse sobre nuestros orígenes. La conquista se aborda de forma ortodoxa y por ello casi no toca el enorme drama que debió significar para una civilización original y absolutamente devota a sus dioses, la magnitud de su caída. En contraste, la larga época colonial se presenta con un alto grado de complejidad: la nunca concluida conquista del norte, las rebeliones indígenas, los laberintos de la administración civil y religiosa, las diferentes estructuras económicas, el comercio exterior, etcétera. El énfasis de los autores en la vida urbana en una sociedad que fue fundamentalmente rural lleva a echar de menos a la Nueva España de la mayoría: la de los pueblos y las comunidades indígenas.

La lucha que estalló en 1810 cuenta con suficientes datos y mapas de las campañas como para seguirlas puntualmente pero también para definirlas como un conflicto que realmente fue significativo sólo en el centro de lo que en poco tiempo empezaría a ser México. Y en ese primer México -el del siglo XIX- los autores nos dicen e ilustran bastante los efectos de los conflictos de la nueva nación con el exterior, aunque no dicen mucho sobre uno de sus protagonistas centrales: el Ejército.

Donde se descarga el peso de esta historia es en ese periodo donde ya hay el inicio de la conjunción entre Estado y nación: el Porfiriato. Es ahí donde el Atlas recrea mejor la complejidad política, económica, social y cultural de su objeto. La Revolución Mexicana tiene un espacio similar al de la independencia y los autores la toman de 1910 hasta los 1930; casi todos los temas centrales están tratados -las grandes contradicciones sociales y luchas-, pero se echa de menos el contexto externo. Un lector desprevenido no se percataría de que el campo de maniobra de ese México ya estaba muy limitado por la transformación del país vecino del norte en una gran potencia imperial.

Para Florescano y Eissa, la Revolución Mexicana termina y se inicia el México moderno con el cardenismo. Sin embargo, ese singular momento de la izquierda mexicana se resume apenas en una página y en los márgenes de otra. La expropiación petrolera recibe dos menciones con un total de 34 palabras. Aquí hay un ejemplo de interpretación sujeta a debate de nuestra historia. Obviamente, es el México moderno el que ocupa el espacio mayor con abundancia de cifras, mapas y gráficas, todas pertinentes. En lo actual, el énfasis está en lo social y en lo económico. Lo político aparece como trasfondo y temas tan álgidos como justicia, crimen, inseguridad o narcotráfico quedaron fuera.

En suma

No hay historia inocente y menos en épocas tan crispadas y polarizadas como la nuestra, pero hay mucha historia. Y esta última sólo puede ser accesible y útil para la mayoría si está bien narrada, documentada e ilustrada, como es el caso de este magnifico Atlas histórico de México de Florescano y Eissa.

::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2009::

martes, noviembre 11, 2008

El "espíritu del legislador" petrolero en el 2008 está alejado de aquel que dominó en 1938: Lorenzo Meyer

foto: Cesar Huerta/Extension Medios


AGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer

Nota de inicio

Una felicitación a unos Estados Unidos que, finalmente y como conjunto, superaron el racismo. Enhorabuena.

Espíritu

En su mensaje de ocho minutos en cadena nacional del 28 de octubre, Felipe Calderón felicitó a los legisladores por "el patriotismo, la visión y la altura de miras" que, según él, habían mostrado al aprobar una legislación que, en su letra, es diferente a la que él había presentado al Poder Legislativo en abril, y que pretendía legalizar la inversión privada en exploración, extracción, refinación, ductos, almacenamiento y transporte de los recursos petroleros. La reacción del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo logró cambiar bastante los términos de la legislación, aunque no necesariamente su espíritu.

Hacer de una necesidad una virtud es una característica del discurso político. De ello es ejemplo lo dicho por "Los Pinos" en torno al petróleo. Quizá llevado por el entusiasmo de haber visto el fin del largo y complicado proceso por el que atravesó su paquete de iniciativas de ley, Calderón declaró que la reforma aprobada era la más importante en materia de petróleo desde 1938. Sin embargo, "Los Pinos" tomaron como punto de referencia para su argumento una circunstancia histórica que en realidad no favorece la comparación. Y es que el ánimo que hace 70 años movió al presidente Lázaro Cárdenas a resolver de tajo la disputa entre el gobierno mexicano y las empresas petroleras norteamericanas y angloholandesas mediante la nacionalización de la industria petrolera es opuesto al que hoy domina en la casa presidencial, en el Congreso, en los partidos y entre los "factores de poder" que pretenden dirigir las actuales circunstancias.

Indicadores

La decisión tomada en marzo de 1938 por Lázaro Cárdenas fue la culminación de un largo proceso que se inició cuando el presidente Francisco I. Madero chocó con el gobierno norteamericano por haber decretado un impuesto de 20 centavos por tonelada al petróleo exportado. La insólita decisión del presidente Cárdenas dio al Estado mexicano el control pleno de la explotación de los hidrocarburos mediante la expulsión de las empresas privadas extranjeras, fue, ésa sí, una determinación realmente "patriótica, visionaria y con altura de miras".

El espíritu del 38 significó usar todo el poder del régimen, mediante la nacionalización, para acabar de tajo con las prolongadas controversias legales y políticas entre las empresas extranjeras y el gobierno mexicano en torno al artículo 27 y sus leyes reglamentarias. Ese impulso fue también el que alimentó la resistencia a las presiones externas e internas que desencadenó el decreto expropiatorio del 38. La posición inicial de Washington fue que si no se daba marcha atrás o se procedía a pagar de inmediato los bienes nacionalizados, la acción de México dejaría de ser una expropiación para transformarse en una confiscación, situación contraria al derecho internacional y que permitía a Estados Unidos actuar en consecuencia. La voluntad y la habilidad de Cárdenas y del grupo que le rodeó terminaron por escribir la que quizá ha sido la página más brillante del nacionalismo mexicano. En contraste, la actual reforma petrolera y la clase política que la diseñó y avaló apenas si lograron insertar un pie de página más en el largo y tortuoso proceso de abandono del viejo proyecto nacionalista; un abandono donde el vacío dejado por el nacionalismo que fue, no ha sido sustituido por algo equivalente o mejor.

En contraste con el espíritu del 38, el que presidió la actual reforma petrolera es uno pobre, que busca disfrazar sus objetivos por carecer éstos de legitimidad a ojos de parte de la opinión pública. La propuesta original para modificar tanto la ley reglamentaria del artículo 27 como la de Pemex mismo tuvieron como meta sustituir lo que aún queda del propósito de hacer de esa gran empresa estatal un símbolo de la determinación mexicana de manejar por sí y para sí su recurso natural más estratégico, por un nuevo marco jurídico inspirado en la ideología e intereses económicos de quienes desean que prevalezca un entorno donde la lógica del mercado global determine la asignación de los recursos económicos.

Desde la óptica privatizadora, Pemex es una empresa ineficiente en extremo y la única vía realista para enmendarla es abrirla a la influencia benéfica de la competencia directa y la asociación con las grandes petroleras internacionales. Desde esta perspectiva, Pemex debe regirse por las reglas del mercado mundial, producir lo más que pueda para ese mercado y usar sus beneficios para fortalecer las finanzas públicas y evitarle al gobierno el duro proceso de disminuir el gasto público y/o tener que llevar a cabo una auténtica reforma impositiva.

Juego sucio

Aunque no se compartan estas premisas y valores, es posible entender el contexto ideológico y político en que surgió la propuesta de reforma petrolera de abril, pero lo que no se puede justificar ni aceptar es el espíritu que dominó al final del proceso reformista, al que se le puede calificar de inspirado por quien no apuesta a un juego limpio. Como se recordará, al término del complicado y tenso proceso legislativo se intentó hacer pasar de manera subrepticia un cambio en el contenido de la exposición de motivos que había sido enviada por el Senado a la Cámara de Diputados en relación a la ley reglamentaria del artículo 27 y a la de Pemex. Alguien, sin anunciarlo, cambió la redacción original de la exposición de motivos. Y la razón de tal transformación obedeció a principios poco claros: si bien una modificación a la redacción misma de la ley hubiera obligado a los diputados a devolver el documento a la Cámara de senadores y a reabrir el encarnizado debate, una modificación a la exposición de motivos no. Sin embargo, como cualquier exposición de motivos es parte integral y fundamental de la ley, puede ser la base para interpretar "lo que el legislador quiso decir" en relación a cualquier ambigüedad. En suma, en esa introducción está "el espíritu de la ley" y es ahí donde buscó hacer su nido en San Lázaro la mala fe (véanse los detalles en Reforma y La Jornada del 29 de octubre).

La modificación intentada no era insignificante, pues pretendía ser el sustento legal para volver a permitir, en el futuro, lo que ya se había autorizado en el sexenio de Miguel Alemán pero que se había clausurado en 1970: los "contratos riesgo" con empresas particulares. Como se sabe, esos contratos, siempre controvertidos y combatidos por el ex presidente Cárdenas, permitieron que cinco empresas norteamericanas pudieran explorar y extraer petróleo en el Golfo de México con base no en una remuneración fijada de antemano sino en un porcentaje de lo extraído.

El intento por cambiar, sin la debida discusión, dicha exposición de motivos podía acarrear consecuencias. La modificación ampliaba la posibilidad de llevar a cabo "contratos incentivados" entre Pemex y empresas particulares, a las que se ofrece no sólo una suma fijada inicialmente sino incentivos o "compensaciones adicionales" según su desempeño. Como ello era lo que revivía el espíritu de los contratos riesgo, y tras varias consultas que incluyeron al titular de Gobernación, los líderes del PAN y del PRI aceptaron cortar por lo sano y cancelaron dichas modificaciones dentro de las exposiciones de motivos.

Finalmente, el incidente relatado no pasó a mayores, pero eso no le resta importancia, pues mostró la naturaleza del espíritu del legislador, uno empeñado en lograr a la oscuridad de las cámaras lo que no se alcanzó a la luz del día. Evidentemente, lo anterior obliga a seguir de cerca y con la ayuda de especialistas la forma como va a operar la nueva legislación, pues por ahora y en el caso del petróleo, es difícil confiar en el "espíritu del legislador" y en los encargados de interpretarlo.

El gran ausente en el debate

Antes de 1938 el sindicalismo petrolero era ya un actor destacado en la industria, pero su importancia se disparó a partir de la constitución del sindicato nacional (SNTPRM) y de la expropiación. En poco tiempo, la organización se convirtió en una base de apoyo del PRI y del presidencialismo autoritario. Desafortunadamente, ese notable aumento de fuerza política fue acompañado de otro: el de la corrupción. Hoy, ninguna reforma de Pemex tiene sentido si no se aborda el tema de un sindicato que ha hecho suya una parte sustantiva de la riqueza que es de todos. Sin embargo, ni los legisladores ni tampoco el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo han querido tomar al toro sindical por los cuernos. Y mientras eso no se haga, ni Pemex ni la democracia mexicana serán lo que deben ser.

::Democracia Ya, Patria Para Todos. Apoyando al Lic. Andrés Manuel López Obrador en 2008::

martes, julio 03, 2007

Lamentable para vida democrática la salida de Monitor: Meyer

La Jornada On Line

03/07/2007 13:03

México, DF. La desaparición del proyecto radiofónico Monitor, encabezado por el periodista José Gutiérrez Vivó, confirma mi sospecha de grandes similitudes entre el viejo y actual régimen, dijo el historiador Lorenzo Meyer, quien además lamentó tal suceso.

"No estamos muy lejos sino demasiado cerca de las formas antiguas y no nada más en el caso de Monitor, sino en otros aspectos de la vida política de México. Pareciera que el antiguo régimen no desapareció: Durante los primeros años de la administración de Vicente Fox se mantuvo con un bajo perfil pero resurgió en los últimos años. Esta semejanza entre las formas y contenidos del poder actual con los de hace un buen tiempo es peligrosísima", manifestó.

El control de los medios de comunicación es indispensable para los gobiernos que no se sienten legítimos, agregó el ex colaborador de Monitor. Por ello, abundó, es lamentable para la construcción de una democracia real la desaparición de una fuente de información que se convirtió en una alternativa frente a los grandes monopolios mediáticos que hay en México.

En ese sentido, Meyer destacó el vacío informativo que se dio el domingo pasado de la marcha encabezada por Andrés Manuel López Obrador al conmemorarse un año de las elecciones presidenciales. Durante todo el proceso electoral, recordó, la empresa encabezada por Vivó realizó coberturas en vivo del conflicto postelectoral y de las asambleas informativas que se llevaron a cabo desde el plantón del Zócalo capitalino. Sin embargo, esta ocasión no hubo manera de enterarse de lo que ahí ocurrió, dijo para W Radio.

Por su parte, la analista Denise Dresser consideró que la huelga de los trabajadores sindicalizados fue la gota que derramó el vaso de los conflictos que venía arrastrando Grupo Monitor.

Recordó que la lamentable situación de dicho noticiero se originó a partir del litigio entre la empresa de Gutiérrez Vivó y Grupo Radio Centro (GRC), comandada por la familia Aguirre, “cuya actuación constata que hay grupos dentro del sector empresarial que perciben al Estado de derecho como algo que se debe usar, aplicar u obedecer selectivamente”.

El hecho de que GRC se haya negado a cumplir la sentencia emitida por la Corte de París deja de manifiesto la ambigüedad del sector empresarial frente al marco legal del país, agregó Dresser.

Aunado a ello, el ex presidente Vicente Fox acusó al comjunicador de perredista al tiempo que Marta Sahagún le dejó en claro, cuando fue a solicitar la intervención del entonces mandatario, que Fox Quesada no intervenía en asuntos particulares, cuando en realidad esto es un asunto de interés público.

Con la desaparición de ese espacio informativo, se acalla una voz indispensable para México y que sigue siendo necesaria, lamentó la catedrática.

viernes, marzo 30, 2007

Opinión - Lorenzo Meyer

La (difícil) posición de la oposición

En ninguna sociedad ha sido fácil el desarrollo de una oposición real. México no es la excepción, sobre todo porque nuestra democracia no es plena

Un papel peliagudo

En términos generales e históricos, la posición de la oposición en México siempre ha sido muy difícil. Por siglos simplemente no se le reconoció legitimidad. Tras la independencia y la supuesta adopción de un marco republicano y democrático, se le abrió un espacio teórico, pero sólo teórico, pues en la práctica se buscó hacerle la vida imposible. En realidad, apenas ahora se abre la posibilidad de llegar a construir en México una oposición institucional y efectiva, pero sólo es una posibilidad porque el espíritu dominante en los círculos del poder es muy similar al de antaño: a la disidencia sólo se le tolera en la medida en que es inefectiva.

Ahora bien, echando mano a la perspectiva que da la historia, hay bases para suponer que sin la oposición el desarrollo político de México hubiera sido muy diferente. Sin el contrapunto político, México sería una nación más injusta de lo que ya es.

El domingo pasado la parte dominante de la oposición política real -el Frente Amplio Progresista, la Convención Nacional Democrática y sus simpatizantes- volvió a hacerse presente en el centro de la Ciudad de México para mostrar varias cosas. Primero, reconfirmar su propia existencia; segundo, presentar una agenda nacional alternativa y, finalmente, demostrar que Andrés Manuel López Obrador mantiene su capacidad de convocatoria y su empeño por llevar a cabo a lo largo y ancho del país una movilización sistemática, de baja intensidad pero de larga duración.

La experiencia muestra que el intento de desempeñar el papel de oposición real y efectiva no ha sido una tarea simple o fácil en casi ninguna sociedad y tiempo. México es un buen ejemplo de lo anterior, sobre todo en el pasado, aunque hoy las dificultades en la práctica siguen siendo mayores de lo que admite la teoría. En efecto, y pese a los innegables avances en nuestra modernización política, aún estamos muy lejos de la supuesta imparcialidad de aquellas instituciones democráticas que están obligadas a garantizar los espacios para las fuerzas que no apoyan y sí disienten de quienes manejan los mecanismos formales y fácticos del poder.

En términos generales, ser oposición en México hoy ya no significa arriesgarse a perder la libertad o la vida, pero el caso de la APPO en Oaxaca -26 muertos y centenares de presos- muestra que ambas cosas aún pueden pasar. Como sea, optar por la oposición sigue siendo marchar por una vía más penosa de lo que debería ser en el caso de que fuéramos una democracia real.

Algo de historia

La Nueva España puede ser vista como una colonia de explotación donde no había lugar para los disidentes. Se demandaba lealtad incondicional al rey. Claro que, pese a todo, había malcontentos, como fue el caso en el siglo XVI del marqués del Valle, Martín Cortés de Zúñiga, quien alentó, y en cierto sentido, encabezó a un puñado de jóvenes descendientes de encomenderos y conquistadores que buscaron "alzarse con la tierra" y que, por tanto, dieron forma al primer grupo de oposición al rey y que formuló un proyecto alternativo: uno de independencia. Como sabemos, esa experiencia terminó muy mal, pues en 1566 Martín Cortés fue detenido y sus seguidores cercanos -los hermanos de Ávila, los hermanos Quesada y otros- fueron ajusticiados. A partir de entonces, y por casi dos siglos y medio, ya no hubo en la Nueva España quien buscara desempeñar el papel que por un momento jugó el hijo del conquistador de México: de cuestionador y alternativa a las políticas dictadas desde Madrid.

Sólo hasta que Fernando VII fue depuesto por Napoleón, volvió a resurgir entre la minoría criolla mexicana la idea de articular una oposición al estado de cosas vigente. Todo desembocó en la rebelión de 1810 que, por contar con apoyo popular, se transformó en una guerra civil. Tras la independencia surgió un cierto espacio para la crítica al nuevo régimen y don fray Servando Teresa de Mier, por ejemplo, hizo de su crítica al emperador Iturbide un verdadero arte.

Con el advenimiento de la república en 1824 se supuso que quedaba institucionalizada la libertad de expresión y de organización políticas, que el derecho a gobernar se decidiría por la vía electoral y que, en consecuencia, el papel de la oposición leal quedaba garantizado. Sin embargo, siglos de autoritarismo hicieron que la teoría constitucional y la realidad habitaran mundos de tan diferentes, opuestos. La censura y el fraude -que bien pronto el poder lo convirtió en una ciencia exacta- llevaron a que la oposición decimonónica se viera sistemáticamente ante una opción tan simple como definitiva: o recurría al argumento de las armas o se resignaba a la inutilidad.

La oposición como estación temporal

La Revolución de 1910 no cambió mucho la esencia de las opciones de los opositores. Aunque el llamado a la rebelión contra el régimen porfirista fue el "sufragio efectivo" y aunque la Constitución de 1917 volvió a reiterar el carácter de México como república democrática que garantizaba las libertades de expresión y asociación, la realidad siguió siendo distinta: el poder continuó basado en los cañones de los fusiles para luego combinarse con los controles de las organizaciones corporativas del gran partido revolucionario: el PNR-PRM-PRI.

En la medida en que surgieron partidos distintos al del gobierno y que realmente aspiraron a conquistar la dirección del país, fueron objeto de fraude y represión (PRUN o FPPM, por ejemplo). En cuanto a esos partidos u organizaciones que se concretaron a un papel testimonial o marginal, como Acción Nacional, se les vigiló pero más o menos se les toleró. Sin embargo, como las armas del nuevo régimen no se concretaron a la represión y fraude del pasado sino que se echó mano de la cooptación, más de un político individual o de una organización hicieron de su estadía en algún movimiento de oposición una mera escala técnica o un negocio. En efecto, la política de oposición simulada se usó como una manera de negociar la verdadera meta: el subsidio o la cooptación.

La oposición como vía para recibir subsidios fue empleada por organizaciones como el Partido Popular o el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, un par de ejemplos entre muchos y que hoy sigue vigente en, por ejemplo, el Partido Verde. Por otra parte, hay centenas de biografías de jóvenes de izquierda, incluyendo a miembros del Partido Comunista, que tras hacer escoleta en ese organismo o en otro similar, lograron ser llamados al gobierno y sin mayor problema cambiaron de chaqueta.

Desde luego que hay casos similares, aunque quizá en proporción menor, de panistas o miembros de otras organizaciones de derecha. Como sea, se trató de un encuentro sistemático de oportunismos: el de jóvenes ambiciosos de un lado y de un régimen sin ideología real pero siempre dispuesto a reclutar y a usar en su beneficio la ambición personal inescrupulosa.

El PRI como oposición

Es evidente que en la vida política mexicana, en general, y en la relación gobierno-oposición, en particular, subsisten residuos del pasado, desde el indígena y colonial hasta el de apenas ayer, es decir, el priista. Sin embargo, también hay situaciones novedosas.

Lo nuevo, desde fines del siglo pasado, es la existencia de un espacio para una oposición que efectivamente es tal y que busca el poder por la vía pacífica. Se trata de un espacio con fronteras muy ambiguas y donde el juego sucio es aún determinante, como quedó bien demostrado en la elección presidencial del año pasado, donde el propio Presidente, el IFE o el TEPJF actuaron con parcialidad no disimulada.

Lo nuevo también incluye al viejo PRI tratando de ser oposición pero sin lograrlo porque no está en su naturaleza. Hay una pizca de conmovedor y mucho de patético, al contemplar a un PRI que nació para apoyar a quien quiera que estuviera en control del gobierno -al Jefe Máximo de 1929 a mediados de 1935 y al Presidente en turno a partir de entonces- tratando de ser oposición pero finalmente cayendo en cada intento en la colaboración negociada. Simplemente no está en su ADN luchar contra el poder sino aprovecharlo, sea del color y naturaleza que sea. Es por ello que la opinión pública no ve al PRI como oposición sino al PRD.

Y es así como se va adentrando México en su nuevo laberinto político en donde un gobierno, en manos de un antiguo partido de oposición, hoy ya le tomó gusto a vivir del y para el poder por lo que ya hizo propias muchas de las artes del antiguo autoritarismo. Las fallas que existen son numerosas y profundas. Y, sin embargo, sin el respeto a la participación de una verdadera oposición política, y sin la efectividad y congruencia de ésta, México será un país aún más injusto y menos viable.

viernes, marzo 02, 2007

Nuestro futuro ya no es lo que fue

Lorenzo Meyer - Reforma

México y el mundo deben modificar sus planes de desarrollo pues los modelos de siempre ahora son inviables

Los límites de lo posible

Por razones que están más allá de nuestra capacidad de control, ya no se puede ni se debe pensar el futuro nacional en los términos en que se hizo durante el último par de siglos. Hoy y parafraseando a García Lorca, "Nosotros ya no somos (sólo) nosotros ni nuestra casa es ya (únicamente) nuestra casa". Y es que los análisis globales nos dicen que ya no existen los recursos materiales para desarrollar a México siguiendo los modelos de Europa Occidental o Estados Unidos. México debe pensar su futuro en términos nuevos porque pretender un nivel de vida "al estilo americano" y por la "vía americana" es imposible: ni tenemos ni podemos usar los recursos naturales como ellos lo hicieron.

La comunidad científica lo venía señalando pero un buen número de gobiernos negaban lo que hoy es innegable: hay un daño severo al medio ambiente por las acciones del hombre y uno de sus múltiples efectos es que países como el nuestro ya no pueden tener el acceso barato a recursos naturales como los que usaron -y malgastaron- los países hoy desarrollados. Lo peor es que nadie sabe aún si, como conjunto, los miembros del sistema internacional van a tener la voluntad, la honestidad y la eficacia para detener y revertir el daño. Lo que sí se sabe es que tiene que surgir un nuevo equilibrio entre las acciones de más de 6 mil millones de habitantes del planeta y las reacciones de la naturaleza. Ese equilibrio puede llegar por las buenas o por las malas, pero en cualquier caso va a modificar el tipo de futuro que imaginamos como país y como parte de la comunidad global.

El proyecto original

En el Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España (1811), Alejandro de Humboldt encontró razones para que los criollos mexicanos vieran con optimismo el porvenir. Un decenio más tarde, en 1821, cuando México se asumió como un nuevo país, el discurso de la época mostró que, no obstante la destrucción y encono provocados por la guerra civil, el optimismo había renacido. Los mapas y los datos cuantitativos parecían asegurar que las dimensiones y recursos naturales del Imperio Mexicano le garantizaban un lugar privilegiado entre las grandes naciones del orbe (véase a Javier Ocampo López, Las ideas de un día: el pueblo mexicano ante la consumación de su independencia, México, 1969). Sin embargo, esa euforia duró lo que un suspiro. El mal funcionamiento de las nuevas instituciones políticas, la dificultad en reactivar la minería, las abismales divisiones sociales y el conflicto entre las élites desembocaron en medio siglo de guerra civil, depresión económica, acentuación de localismos, invasiones y pérdidas de territorio y buen ánimo.

Sólo hasta el final del siglo XIX, cuando los gobiernos de Benito Juárez y Porfirio Díaz reintrodujeron a sangre y fuego la estabilidad, las clases dirigentes volvieron a levantar la mirada. Para entonces la posición relativa de México en el contexto internacional había cambiado. No sólo se había perdido la mitad del territorio sino que el vecino del norte había crecido mucho y se proyectaba ya como potencia. En contraste, México ya no podía aspirar a ser un gran actor internacional sino apenas un protagonista de significación local en asuntos de América Central y el Caribe. El horizonte se había achicado, pero los ferrocarriles, las minas, las fábricas, las grandes empresas agrícolas y las fiestas del Centenario (1910) hicieron recuperar algo de ambición a dirigentes y a la incipiente clase media.

La Revolución Mexicana casi barrió a la oligarquía porfirista. Por un tiempo la dureza de la lucha, la falta generalizada de orden y seguridad más la emergencia al primer plano del "México profundo", hicieron que más de uno sospechara que el futuro del país sería sólo una extensión de su caótico presente. Los reportes de los diplomáticos extranjeros de la época subrayan el retorno al "salvajismo prehispánico", el temor a que la reforma agraria acabara con la propiedad privada y que incluso el idioma español se perdiera aplastado por las lenguas y visiones del mundo pasado.

En medio del caos revolucionario, emergieron una nueva clase política y proyecto. José Vasconcelos o Diego Rivera fueron representativos de la nueva visión y propósito: el dar forma a un México reconciliado con sus raíces indígenas, educado, constructor de un entramado institucional orientado a la justicia social y con aportaciones a la cultura universal. Esta vez la idea de futuro tocó a las masas.

El México que siguió a las reformas cardenistas y a la Segunda Guerra Mundial abandonó los elementos utópicos del nacionalismo revolucionario. Sin embargo, para la nueva clase dirigente para la cada vez más visible burguesía nacional, para la clase media e incluso para una parte de las clases populares, el futuro lucía promisorio: con la estabilidad política México se urbanizaría e industrializaría y por la vía de la sustitución de importaciones llegaría a ser un país desarrollado. Para los 1960 se hablaba ya del "milagro mexicano", ése que había llevado a un crecimiento promedio anual del 6 por ciento.

El 68 y la guerra sucia, la tensión entre las élites y las devaluaciones y crisis económicas de 1976 y 1982, hicieron que el "milagro mexicano" se desvaneciera. Sin embargo, la conversión de México al neoliberalismo y la globalización y la firma del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN) en 1993, revivieron en muchos la vieja esperanza. Se quiso suponer que así como España había superado el subdesarrollo al ser absorbida por la Europa unificada, México también lo haría con el TLCAN. Sin embargo, el tiempo pasó, la economía no creció y el gran salto al "Primer Mundo" no se concretó.

El cambio en la naturaleza del tiempo histórico

En tres años los mexicanos habremos de conmemorar dos siglos de haber iniciado el esfuerzo colectivo por la soberanía y la modernidad. En ese periodo, ciertos países que originalmente eran marginales se colocaron en el centro de la modernización -Estados Unidos es el caso más notable- pero no México. Y es aquí donde el futuro de los que se retrasaron se topa con una situación imprevista: resulta que por el cambio de las circunstancias ya no podremos transformarnos como lo hicieron esos países que son nuestros modelos: Estados Unidos y Canadá, Europa y Australia y partes de Asia. Y es que hoy el planeta ya no da para ese tipo de progreso.

En una obra de grandes generalizaciones e ideas titulada Collapse. How Societies Choose to Fail or Succeed (2005), Jared Diamond, un profesor de geografía de la Universidad de California, mediante la combinación de historia, geopolítica y el estudio de los sistemas ecológicos, ha presentado suficiente evidencia como para sostener, entre otras tesis, que hoy ya no es posible ni deseable que el Tercer Mundo pueda acceder a las formas de consumo y de vida del Primer Mundo. El camino que Estados Unidos y el resto de los países centrales siguieron para alcanzar su actual situación privilegiada tuvo un costo ecológico altísimo y hoy es irrepetible.

Para Diamond, el discurso de Naciones Unidas, del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional en relación a las posibilidades del mundo hoy subdesarrollado, es falso. El planeta simplemente no está ya en condiciones de soportar el costo que significaría que los pobres de la tierra llegasen a tener un consumo similar al de Estados Unidos o al de la Unión Europea. Es más, tanto norteamericanos como europeos van a tener que enfrentar los límites de su propio modelo de desarrollo, pues de seguir invariables sus formas de vida, en menos de medio siglo los recursos para sostenerlas -petróleo, bosques, agua, alimentos, etcétera- se habrán agotado. La atmósfera y el agua estarán contaminadas en extremo, un gran número de especies de plantas y animales habrán desaparecido, la desertificación se habrá extendido, el clima habrá cambiado y el nivel de los mares se tragará parte de las actuales zonas costeras.

En suma

México, como el resto de la humanidad, tiene que repensar radicalmente su futuro. El modelo histórico de desarrollo al que por siglos aspiramos, ya no es repetible. Hay que discutir con seriedad y ética nuestras posibilidades reales pues hace tiempo que el abuso de los recursos naturales, la explosión demográfica, la deforestación, la erosión y la contaminación vaciaron esos "Cuernos de la Abundancia" que se suponía eran México y el planeta. No hay hoy reto político más importante que repensar el futuro en función de los recursos disponibles y determinar la forma más eficiente de usarlos y regenerarlos en función de algo más que el mercado: de la justicia y la viabilidad colectivas.

viernes, febrero 23, 2007

Fox o la democracia elitista

Lorenzo Meyer - Reforma

Con ese "yo tuve la victoria" Vicente Fox ha asumido plenamente su papel de gran elector en el 2006

Responsabilidad

La política electoral que desarrolló Vicente Fox al final de su gobierno tenía implícita una definición de democracia: la competencia leal por la Presidencia sólo es aceptable si tiene lugar entre candidatos y partidos con proyectos conservadores similares. Si una de las fuerzas contendientes se sale de ese esquema y se propone representar los intereses de las "clases peligrosas" -las mayorías- entonces se vale detenerlo a como dé lugar. La pugna entre Fox y Labastida en el 2000 fue del primer tipo, la del 2006 entre Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Calderón del segundo, por eso la diferencia en la calidad de ambas elecciones.

Le han llamado irresponsable a Fox por su admisión pública en Estados Unidos de haber dejado de lado el papel de actor neutral que le correspondía como Presidente saliente y haber intervenido de manera abierta en la lucha partidista por su sucesión. Sin embargo, tomando el concepto de responsabilidad en su sentido estricto, resulta que ése es uno de los pocos calificativos que simplemente no le quedan al ex Presidente, al menos no en materia electoral. El personaje de San Cristóbal es el principal responsable de que el año pasado se haya perdido en México la gran oportunidad histórica de consolidar la calidad de la recién conquistada democracia política. Obviamente el ex Presidente no fue el único causante de ese daño. Muchos acompañaron al presidente-ranchero en su empeño por desviar el rumbo que el país parecía haber tomado en el 2000: su esposa y su partido, los grandes capitales, un buen número de medios de difusión, el Instituto Federal Electoral, el Poder Judicial, una buena parte del Poder Legislativo, gobernadores, iglesias, líderes sindicales y de partidos, intelectuales y, finalmente, los miedos y prejuicios clasistas e incluso racistas de una buena parte de la clase media mexicana.

Sinceridad

A Fox se le pueden echar en cara una pila de cosas, pero ya no el que rehúya su responsabilidad en el gran descalabro del proceso de desarrollo político de México en el 2006. Al contrario, se muestra orgulloso de ello. Según informes de prensa provenientes de Washington, D.C. (Proceso, 18 de febrero), el 12 de febrero Fox hizo allá una afirmación rotunda y decisiva en relación a la naturaleza de la legalidad y legitimidad del proceso electoral en que se decidió su sucesión. En el marco de una conferencia-entrevista pública con una reportera norteamericana, el ex Presidente aceptó que el resultado final del desafuero de AMLO promovido por él en el 2005 resultó en una derrota política para su gobierno, "...pero 18 meses más tarde yo tuve la victoria" (Reforma, 13 de febrero). En otro diario la afirmación fue traducida de manera ligeramente diferente. "Pero 18 meses después, me desquité cuando ganó mi candidato" (El Universal, 13 de febrero).

En cualquier caso Vicente Fox admitió lo que había sido evidente a todo lo largo del proceso electoral del 2006: que en esa coyuntura él abdicó de su papel de jefe del Estado, de estadista "au-dessus de la mêlée", para asumir el propio de un participante -quizá el principal- en la disputa por el poder y el proyecto. De hecho, a partir del 2005, desde la Presidencia y usando todo el poder de esa institución, Fox encabezó no tanto la campaña electoral de Felipe Calderón -"mi candidato"- sino la ofensiva contra AMLO. Los spots presidenciales en radio y televisión en el 2006 (cientos de miles) estuvieron en el centro de esa especie de cruzada contra el candidato de la izquierda. El mensaje desde la más alta tribuna política era: cualquiera, menos el tabasqueño. Así pues, tiene razón el ex Presidente en asumirse como el arquitecto de la derrota final de aquel al que primero intentó, sin éxito, cerrarle el paso mediante el juicio de desafuero para que no pudiera llegar a ser el candidato de la izquierda. En fin, que es tan cierta como clara la afirmación de Fox de "me desquité", pero es más clara aún esa de "yo tuve la victoria". Este "yo", tan diferente de aquel otro igualmente notable -"¿y yo por qué?"-, está muy bien plantado.

Echando la vista hacia atrás, es claro que el primer y gran éxito histórico de Fox fue su campaña presidencial. El Fox del 2000 hizo lo que sabía y debía hacer en la coyuntura: ser el vendedor perfecto de sí mismo: espontáneo, seguro, de argumento simple y prometedor de un futuro colectivo tan brillante como fácil, no en balde había sido gerente de Coca Cola. El objetivo entonces era sacar al PRI de "Los Pinos" y se logró. Debió de pasar un sexenio -el suyo- antes que el guanajuatense se anotara el segundo gran éxito político de su carrera. Para lograrlo hizo de lado su papel de Presidente para transformarse, de nuevo, en gran vendedor. Sin embargo esta vez lo que vendió no fue algo positivo, una promesa, sino la imagen muy negativa de AMLO que el Presidente, el PAN y muchos otros habían ido construyendo. Montado en lo único que cuidó y cultivó sistemáticamente a lo largo de su sexenio -su popularidad personal-, Fox se puso al frente de una gran campaña mediática contra el "populista" que ponía en peligro el supuesto gran futuro de un México cuya economía en realidad apenas si creció en promedio al 1 por ciento anual en términos reales y que había pasado del noveno al decimocuarto lugar mundial.

El activismo electoral del jefe del Estado mexicano fue de tal magnitud que, al final, una autoridad tan parcial y renuente a llevar la lógica de sus propios argumentos hasta sus últimas consecuencias, como fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), no tuvo más remedio que admitir que Fox había puesto en riesgo la elección misma. Sin embargo, el TEPJF se quedó corto en su caracterización de la conducta del entonces Presidente. Fox no sólo puso en riesgo la elección -en realidad, contribuyó decisivamente a echarla a perder- sino que afectó de manera negativa algo aún más importante y vital para el futuro político de México: el proceso de consolidación de una democracia que aún no arraigaba.

Significado

La primera victoria de Fox, la del 2000, abrió finalmente las puertas a la democracia política mexicana. En contraste, su segunda victoria, aquella donde asumió un papel que legal y moralmente no le correspondía, la que explotó los miedos de una parte del electorado, si no ha cerrado la puerta a esa democracia, sí afectó negativamente su calidad y sus perspectivas. Fox reintrodujo a la Presidencia como el "gran elector", y aunque no lo hizo de la misma manera que en el antiguo régimen, al final revivió su esencia tramposa. Políticamente México retrocedió en el 2006, aunque aún es demasiado pronto para saber la magnitud de esa marcha atrás.

La dimensión de la no-consolidación democrática en nuestro país se puede medir por la polarización política que surgió tras el desafuero del candidato de la izquierda y que desembocó en una movilización social. Esa polarización creció y se instaló entre nosotros después de la elección y tras provocar dos negativas. Una fue de la autoridad electoral que se negó al recuento de los votos a pesar de que así lo aconsejaba la pequeña diferencia entre ganador y perdedor. La otra fue de la oposición, que se negó a aceptar la legitimidad de la victoria de la derecha y del proceso electoral mismo, argumentando, entre otras cosas, que la conducta presidencial había sido ilegal e ilegítima.

En cualquier sociedad, la gran prueba de la calidad del juego político democrático no está tanto en el proceso de declarar a un ganador sino en la conducta de la oposición. En efecto, la democracia efectiva es la que permite que la disputa política discurra de manera pacífica, civilizada y constructiva pese a la magnitud de los intereses en pugna y que, al final, la parte perdedora ni pueda ni quiera -porque no le conviene-, deslegitimar el proceso sino todo lo contrario. Ése, desde luego, no es hoy nuestro caso.

El problema de fondo

Por largo tiempo, la democracia liberal en el mundo buscó restringir el derecho de las mayorías a participar en las grandes decisiones políticas. En su origen, la democracia moderna fue elitista; sólo los pocos podían ser ciudadanos plenos: aquellos con propiedad, educación y "sentido de responsabilidad". Poco a poco la fuerza de las masas fue echando por tierra las restricciones a su participación. Sin embargo, en México los partidarios de una democracia "a la antigua", restringida, siguen siendo fuertes y encontraron en Fox a su campeón. Sólo el tiempo dirá si la victoria del ex Presidente es duradera. Por lo pronto, ha dividido aún más a un México caracterizado más por sus diferencias que por sus equidades.

sábado, febrero 03, 2007

La Democracia sucia

Lorenzo Meyer

Se puede decir que México salió del autoritarismo pero eso no significa que estemos en la democracia plena. Contamos con una democracia sucia e indigna. Del 2000 a la fecha sólo se ha perdido el tiempo

Definición

Tras ese largo esfuerzo que significó tratar de remontar su propia historia, en el año 2000 México pareció arribar, por fin, a la democracia. Se trató de una democracia "con adjetivos", pero no con los adecuados. Lo esperado era que empezara a arraigar entre nosotros una forma de vida pública que pudiera ser calificada de honesta, generosa y franca y que sirviera para entregar resultados electorales creíbles y, además, para curar heridas históricas e ir cerrando las enormes brechas de desigualdad entre clases, grupos, regiones, intereses e ideologías.

A poco más de seis años de distancia de la jornada electoral de julio del 2000, hoy queda claro que el adjetivo que más le cuadra a nuestra democracia es el de sucia, aunque también podrían añadírsele los de tramposa y mediocre. Entre esa parte de la sociedad que no se identifica con los intereses e ideología de la derecha, existe la sensación de un tiempo y un esfuerzo perdidos.

Los términos del debate

El debate sobre la naturaleza del tiempo mexicano actual se puede iniciar preguntando: ¿hubo un cambio político real tras la derrota electoral del PRI en el año 2000? Una respuesta afirmativa abre una nueva interrogante: ¿se trató de un cambio de régimen o de una simple alternancia de partidos dentro del mismo y viejo esquema?

Sostener que seguimos viviendo dentro del marco del régimen anterior puede ser comprensible y, sin embargo, no ayuda a entender bien lo ocurrido. En términos explicativos, es más productivo aceptar que hace seis años el proceso de desarrollo político de México sufrió un cambio cualitativo, que algunas de sus reglas fundamentales -las establecidas por el grupo que triunfó con la Revolución Mexicana- dejaron de operar y que hoy están tomando forma otras nuevas.

Aceptar que hubo cambio no significa que éste fue uniformemente positivo; incluso se abre la posibilidad de suponer que en algunas áreas hubo un retroceso. En efecto, tras el fraude electoral de 1988, el decadente y corrupto autoritarismo priista iba por el mundo casi desnudo. Los posteriores acontecimientos de 1994 terminaron por despojarlo de los pocos paños con los que aún se cubría. Sin embargo, hoy el discurso desde el poder es más engañoso; está lleno de referencias a la democracia -así, a secas, sin adjetivos-, a la ética, al Estado de derecho, etcétera. Hoy los velos que encubren las trampas políticas son nuevos y su tejido más cerrado; hay más hipocresía pero no más moral.

Los elementos del cambio

Suponer que seguimos viviendo dentro del marco creado por el PRI impide explicar situaciones nuevas. En su momento de plenitud -mediados de los 1930 a fines de los 1980-, el viejo régimen autoritario tenía como árbitro único e indiscutible de toda la vida política al Presidente. Éste asumía no sólo las funciones del Poder Ejecutivo sino las del Legislativo y Judicial también y era el jefe indiscutible del poder federal, de todos y cada uno de los gobernadores, de las autoridades municipales y del partido de Estado. Ningún actor político individual o colectivo podía aspirar a permanecer en el escenario si no obtenía el beneplácito del Presidente; así lo comprobaron a su costa los callistas, los almazanistas, los henriquistas, los comunistas, los vallejistas, los estudiantes del 68 y el 71 y tantos otros. Hoy entra a la arena política el que puede, sin pedir permiso.

En el viejo régimen un solo partido monopolizaba el poder y el resto, si les era permitido existir, apenas podían aspirar a sobrevivir y nada más. Los medios de difusión realmente masivos estaban obligados a seguir la línea trazada por la Presidencia y ningún líder sindical o empresario podía sobrevivir si chocaba con ésta. Las movilizaciones sociales independientes nacían a contrapelo y nunca podían sostenerse por largo tiempo, pues por cooptación o represión eran apagadas.

Hoy, el Presidente sigue siendo el factor político más importante, pero el Congreso o las cortes le pueden obstruir sus planes, ya no hay partido "casi único". La participación de los estados en el presupuesto ha aumentado y algunos gobernadores han llevado tan lejos su independencia política y económica que sus estados son casi sus feudos. La Suprema Corte de Justicia suele coincidir con el Presidente -por ejemplo, en el caso del desafuero de Andrés Manuel López Obrador-, pero el Poder Judicial también puede disentir, como cuando un juez desechó la acusación de la PGR contra el mismo personaje. Los partidos han logrado poder y recursos económicos propios al punto que hoy se puede hablar de una "partidocracia" . En Oaxaca, un movimiento social de oposición se ha mantenido por meses, incluso después de una represión brutal. La televisión y una parte de la radio siguen la línea negociada con el gobierno pero ya no dictada. La prensa en su conjunto refleja de manera más o menos fiel todos los colores del espectro político.

En suma, la esencia de todos los sistemas autoritarios es la limitación efectiva del pluralismo político, pero hoy en México el pluralismo es un fenómeno central; las añejas limitaciones impuestas por el presidencialismo priista a la disidencia a lo largo del siglo pasado ya se vinieron abajo. Y si nuestras características ya no corresponden a las definiciones aceptadas de dictadura o autoritarismo, entonces, por default, se queda con la de democracia, pero con el calificativo de deficiente, sucia.

Lo sucio

Democracia honesta no es lo que tenemos. Tras una elección ganada en el 2006 por el manejo de los sentimientos de miedo -el mismo manejo que se hizo en la última "ganada" por el PRI, la de 1994- y por un margen muy pequeño -menos del 1 por ciento- la autoridad electoral negó un recuento que hubiera sido esperado y hasta necesario en muchos países, lo que afectó seriamente la certidumbre del resultado. Y en cuanto a la equidad, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se negó a anular el resultado pese a aceptar que la intervención del Presidente y de un poderoso grupo empresarial en favor de un candidato, el que triunfó, fue ilegal y que puso en serio riesgo a la elección. El envío de millones de correos electrónicos desde oficinas de gobierno en contra de un candidato de oposición, hecho aceptado por la fiscal para delitos electorales, tampoco avala la equidad.

Transparente tampoco es nuestra democracia. El órgano encargado de los procesos electorales, el IFE, está cuestionado por la oposición al punto que en el Congreso se ha pedido la cabeza de sus responsables. Y un proceso electoral donde la oposición cuenta con elementos para no aceptar el resultado, es un proceso deficiente en lo fundamental. El pasado julio, el comportamiento del Programa de Resultados Electorales Preliminares y el del cómputo final desafiaron, con mucho, lo que es normal en la estadística para ese tipo de registro y acumulación de datos.

Democracia generosa, tampoco tenemos. Basta con echar una ojeada a las últimas cifras publicadas por la Organización Internacional del Trabajo sobre salario mínimo para comprobarlo. Si se toma 2001 como base, en 2005 ese salario sólo había crecido en México el 0.71 por ciento. En contraste, tomando al conjunto latinoamericano, el aumento real del minisalario fue de 10.95 por ciento. Su eficacia económica tampoco la salva, pues si bien el crecimiento promedio anual del PIB del conjunto latinoamericano en este periodo fue pobre: 2.38 por ciento, el de México resultó peor: 1.88 por ciento.

Justa y honesta nuestra democracia tampoco es. En el arranque se prometió ajustar cuentas con los grandes y numerosos corruptos del antiguo régimen, pero finalmente no se llevó ante el juez a ningún "pez gordo". Y por lo que respecta a los crímenes políticos del autoritarismo tampoco ha habido rendición de cuentas. La fiscalía encargada de investigar los grandes crímenes políticos del pasado sólo publicó un informe que, en la práctica, no significó gran cosa. Luis Echeverría ha visto refrendada en esta pobre democracia la impunidad que le otorgó el viejo autoritarismo.

Respetuosa de los derechos humanos, tampoco es nuestra democracia. El gran movimiento social que se desató en Oaxaca en contra de uno de los muchos remanentes del autoritarismo priista, no culminó con su caída sino con su reafirmación, la represión del movimiento y una seria violación de los derechos humanos, tal y como lo documentó la Comisión Civil Internacional de Observadores de los Derechos Humanos.

En resumen

La puerta por la que México intenta entrar a la democracia no resultó ser la grande. Por eso aún tiene que avanzar mucho y, sobre todo, limpiarse antes de poder reunirse en plan de igualdad con las democracias dignas de tan alto nombre.

Artículo prublicado en el Reforma el jueves 1 de febrero, 2007.

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