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jueves, mayo 31, 2007

Opinión - Carlos Gonzalez

El tamaño del descontento

Jornada Jalisco

Mucho se ha criticado en este espacio el conjunto de políticas neoliberales que los sucesivos gobiernos, desde 1982 hasta el día de hoy, han aplicado en nuestro país. En el largo tramado de la historia humana se trata, en verdad, de una estrategia suicida para México como nación soberana, pues las recetas neoliberales, mejor conocidas como el Consenso de Washington, han buscado y han logrado desmontar casi por completo la base económica soberana y las instituciones estatales que nuestro país logró construir y consolidar, con todos sus asegunes, concluido el ciclo de la Revolución de 1910.

Como lo hemos señalado y reiterado hasta la saciedad, el modelo neoliberal fue impuesto, desde un principio, por el gobierno de Estados Unidos de América y por los principales organismos financieros a nivel mundial. Para lo anterior se han valido de una clase política y de una oligarquía locales demasiado dóciles y serviles a los mandatos del amo.

Estamos hablando centralmente de la clase política que, haciéndose una con los grandes empresarios, la alta jerarquía eclesiástica y la derecha panista, no dudó en desmantelar el tinglado y la parafernalia “revolucionaria” que representaban el viejo PRI y sus devastados “sectores”, junto con las conquistas revolucionarias reales, no de oropel, conseguidas, tras esforzadas y sangrientas luchas, por los pueblos indígenas y los trabajadores de este país durante el violento ciclo que se abrió en 1910 y, tras dejar una estela de muerte, logró cerrarse con el régimen cardenista.

Nos referimos a los derechos consignados en artículos medulares de la Constitución Mexicana y a las instituciones que tuvieron su origen en dicha matriz histórica: el reparto agrario, la protección de la tierra comunal y ejidal, los derechos laborales, la seguridad social, la educación pública y gratuita, etcétera.

Se trata de derechos que, en la guerra del capital contra el trabajo, fueron brutalmente barridos para abrir paso a la nueva sociedad neoliberal apoyada en un Estado sumamente débil, fiel instrumento ejecutor de las políticas macroeconómicas que ordena el Consenso de Washington, sometida a las salvajes leyes del mercado capitalista y coronada por una rapaz oligarquía neoliberal cuya vertiginosa acumulación de capitales tiene su origen tanto en la despiadada explotación de los seres humanos, como en el despojo legal e ilegal de territorios, recursos naturales y saberes humanos y, por supuesto, en la realización o la vinculación con actividades francamente delictivas como el narcotráfico y el comercio de personas o armamento. Por lo mismo resulta lógico que, desde un principio, muy diversos sectores de la sociedad mexicana se opusieran al neoliberalismo y sus fatales consecuencias en el tejido económico y social de la nación. Sin duda alguna el levantamiento zapatista de 1994 representa uno de los puntos más álgidos en la lucha de nuestra pueblo contra el Estado neoliberal y contra el orden capitalista que lo parió.

Por lo mismo la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, a través de la cual el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) llama a la unidad del pueblo de México para luchar, no únicamente en contra del actual régimen político, sino en contra del sistema capitalista neoliberal que está devastando nuestro país, resulta referente obligado para las batallas que nuestro pueblo habrá de librar en los próximos meses y años con el fin de conjurar la pesadilla neoliberal que no deja de atormentarnos.

Ciertamente los primeros meses de este año han visto crecer el descontento proletario y popular en las grandes ciudades, pues, por un lado el continuismo neoliberal del calderonismo agravia por sí mismo y, por otro lado, la reforma a la Ley del ISSSTE, junto con la promesa de nuevas “reformas estructurales”, está provocando un profundo descontento entre las bases sindicales y de trabajadores agremiados, incluidos los más apáticos y oficialistas.

Si la protesta urbana y proletaria logra tender puentes con experiencias como la de la APPO –y no nos referimos al cascarón burocrático que actualmente se acompaña de dichas siglas– y con la lucha de largo aliento que representan el EZLN y los pueblos indígenas aliados a éste, que se cuiden los agoreros del fin de la historia.

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