Sara Sefchovich
21 de mayo de 2007
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/37639.html
En México no nos gusta la crítica y nunca nos ha gustado. Por eso ejercerla puede costar la vida, como le ha pasado a tantos periodistas y activistas.
En los remotos tiempos de la Nueva España, si se quería criticar se echaban a circular volantes y coplas anónimas para decir que el virrey era un "tonto o animal". En los tiempos de la dictadura porfirista, se hacían versos anónimos para burlarse de que los diputados que representaban a los chamulas "tenían ojos azules". En el siglo pasado se podía escoger: billete o balazo, pero nada de criticar. En los años 60 empezaron a aparecer libros críticos, pero cuando había terminado el sexenio. Más de un programa de radio o televisión y más de una revista y periódico sufrieron las consecuencias de la censura, porque, como decía un gobernador: "La crítica genera desconfianza e intranquilidad".
De los últimos dos presidentes del siglo XX, a uno, Salinas, le pareció que el modo de parar a los críticos consistía en comprarlos con prebendas y honores, lo que hizo. Y al otro, Zedillo, le dio por acusarlos de nostálgicos del autoritarismo, pesimistas y derrotistas "que sólo ven lo negativo y nunca lo positivo", que "ocultan las buenas noticias y el esfuerzo de millones de mexicanos que sí creen en nuestro país". Los llamaba "malosos" y los sacaba de formar parte del pueblo porque, en su opinión, "el pueblo se identifica con el gobierno y criticar a éste es oponerse a aquél".
Cuando el presidente Fox inició su mandato, él y la señora Marta, gustaban decir que "bienvenida la crítica" porque "de ella aprendo y me ayuda", pero muy pronto ya no quisieron ni saber. Entonces se dedicaron a descalificar a los críticos, a acusarlos de estar motivados por razones ridículas ("pura vocación criticona", dijo el entonces vocero del Partido Acción Nacional), aviesas (envidia, resentimiento, servicio a los partidos de oposición e incluso corrupción) o pasadas de moda ("quieren que sigamos siendo floreros, figuras decorativas"). A veces el Presidente se enojaba tanto que amenazaba "con hacerlos beber sopa (sic) de su propio chocolate".
Pero su estrategia principal consistió en ignorarla. Le dio por decir a los cuatro vientos que no leía los periódicos ni oía lo que se opinaba sobre su quehacer, y además invitó a los ciudadanos a hacer lo mismo, llegando hasta el punto de felicitar a una campesina ¡porque no sabía leer!
Tampoco a López Obrador le gustaba la crítica y también durante su gestión la ignoró, pero durante el conflicto post electoral, de plano los que se atrevieron a hacerla tuvieron que pedir perdón público, como en los tiempos del estalinismo, cuando cada vez que alguien decía algo ajeno a los lineamientos en turno tenía que retractarse.
El presidente Calderón está teniendo la misma actitud. Ya pueden los ciudadanos decir lo que sea: que si no hay rumbo, que si la forma en que se pretende luchar contra el narco es contraproducente, que si hay demasiado acercamiento con el Ejército, ni le va ni le viene.
Y el ejemplo cunde: ¿cuántos se han desgañitado criticando las fiestas opulentas de Onésimo Cepeda o su intolerancia frente a otras religiosidades?, ¿cuántas acusaciones hay en contra de Rivera Carrera?, ¿cuántas páginas ha dedicado Denisse Dresser a denostar a Carlos Slim?, nadie los pela. La moda ha pasado a la academia donde, dice Julio Boltvinik: "La crítica es interpretada como descalificación personal. Quien se atreve a criticar las ideas, análisis y conclusiones de sus colegas es castigado por la comunidad con el aislamiento. Esta manera lleva a (casi) todos los académicos a abstenerse de toda crítica a sus colegas". Y para no ir más lejos: ¡ya ni siquiera hay crítica literaria en el país!
Y sin embargo, ¿de qué otra forma puede el poder (cualquier poder: el político, el militar, el eclesiástico, el económico, el cultural) conocer el parecer de los ciudadanos, lo que se supone es esencial para que se le ejerza de manera adecuada?
"La democracia tiene como premisa fundamental e irrenunciable la exteriorización pacífica de las opiniones de los ciudadanos", escribió Alain Touraine, el cuestionamiento constante, el "interpelar e interpelar" dijo Norbert Lechner. "El ideal democrático prevé una ciudadanía atenta a los desarrollos de la cosa pública, informada sobre los acontecimientos políticos, al corriente de las principales cuestiones y comprometida de manera directa o indirecta en formas de participación", afirma Giacomo Sanni.
¿Se habrán enterado de esto nuestros poderosos? ¿O de verdad creen que todavía son tiempos en los que se puede no escuchar la crítica?
Sara.sefchovich@asu.edu
Escritora e investigadora en la UNAM
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