Por : Alejandro Caballero
México, D.F., 17 de mayo (apro).- Una catástrofe para la izquierda nacional se gesta en Michoacán: si hoy fueran las elecciones para gobernador, programadas para el próximo 11 de noviembre, Acción Nacional (PAN) ganaría con al menos 12 puntos de ventaja al Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Las encuestas, que así lo indican, se guardan con celo y alta preocupación en las oficinas perredistas y, por supuesto, en las de Andrés Manuel López Obrador.
Michoacán está lleno de significados políticos. Es la única entidad que ha sido gobernada por tres miembros de una familia. Por el padre, Lázaro Cárdenas del Río, el hijo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y, actualmente por el nieto, Lázaro Cárdenas Batel.
La huella que dejó Tata Lázaro no sólo en la entidad --que está a unos meses de ser entregada a Acción Nacional--, sino en el país como presidente de México, permitió que décadas después su hijo Cuauhtémoc encabezara el desmoronamiento electoral del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Con un pasado de servidor público entre gris y mediocre --subsecretario de Agricultura, senador, gobernador-- el hasta hace poco líder moral del perredismo rompió con el partido oficial en 1986 y se puso al frente del movimiento de izquierda inagotable pero ineficaz en sus demandas de elecciones limpias, de fin al dedazo y de democracia, así, a secas.
En unos comicios limpios, sin duda Cárdenas habría ganado las históricas elecciones presidenciales de 1988. Fue el primer personaje, haciendo dupla con el polémico Porfirio Muñoz Ledo, que puso en riesgo la continuidad del PRI en Los Pinos. La ilegitimidad de Carlos Salinas de Gortari lo persigue desde entonces.
Derrotado oficialmente en las elecciones presidenciales de 1988 y 1994, ante la debacle moral del priismo --el surgimiento de la guerrilla chiapaneca, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu y el costosísimo error de diciembre que aún sacude las finanzas nacionales--, Cárdenas logró su primera y única victoria electoral desde la oposición en 1997: la jefatura de Gobierno del Distrito Federal (GDF).
Sin embargo, Cárdenas fue incapaz de aprovechar su despegue electoral. Catapultado a inicios de su administración como el favorito para el 2000, dilapidó su capital político.
Fiel a su estilo, gobernó en la grisura y poco supieron los defeños de sus habilidades para conducir la administración pública capitalina. La inseguridad creciente en el corazón del país y una despiadada campaña de medios electrónicos, que no supo contrarrestar, lo volvieron a la realidad. En los comicios presidenciales terminó, como en 1994, en un lejano tercer lugar: el candidato del 17%.
Ingrata la historia con Cuauhtémoc, el causante del desfonde priista, miró desde la derrota la alternancia en el país e involuntariamente colaboró a que el PAN accediera a la Presidencia de la República.
Irreprochable hasta entonces su conducta política, inquebrantable su congruencia frente al poder priísta, el crecimiento político y electoral de Andrés Manuel López Obrador --quien bajo su conducción el PRD obtuvo las mayores conquistas electorales de la izquierda y refrendó el triunfo capitalino-- lo desquició.
Cárdenas dejó de ser el único referente moral y de peso en el PRD, y trastabilló. Impensable hasta entonces, el hijo del Tata, el de la memorable campaña del 88, empezó a trabajar deliberadamente para el enemigo.
Cuauhtémoc rompió con Andrés Manuel o López Obrador se distanció de Cárdenas. Los motivos del divorcio político sólo ellos los saben. Es una historia que ninguno de los dos se atreve a contar, ni en público ni en privado. Lo cierto es que el desencuentro se fue fraguando a fuego rápido sin dejar cenizas para el retorno.
Hay un elemento visible de la ruptura, pero seguramente no el único y tiene nombre y apellido: Carlos Ahumada.
Es decir, las corruptelas del empresario detectadas al interior del gobierno capitalino y no solapadas o, consideradas no convenientes por la administración de López Obrador; la relación personal de Ahumada con Rosario Robles, la entonces dirigente nacional del PRD y, los apoyos monetarios a la campaña de gobernador de su hijo Lázaro Cárdenas, del que se afirma existe un video con coreografía y audio similar al de René Bejarano y Carlos Imaz.
Lo cierto es que para Cárdenas y su equipo cercano, el enemigo a vencer dejó de ser Salinas de Gortari, Roberto Madrazo, el PRI, Vicente Fox, Felipe Calderón, el PAN. El odiado hasta la patología pasó a ser AMLO.
Cuauhtémoc se volvió crítico público de la gestión de López Obrador, y Cárdenas hizo mutis ante el desafuero de su compañero de partido, el líder moral del perredismo se sentó a la mesa con priistas de la talla de José Murat y del mismo Roberto Madrazo.
Cárdenas intentó acuerdos políticos con Manuel Bartlett, el operador del fraude de 1988, Cuauhtémoc esperó paciente, aunque infructuosamente, la pronosticada debacle electoral de López Obrador, el incorruptible hijo de Lázaro Cárdenas aceptó chamba de Fox en pleno proceso electoral, en una señal inequívoca de su decisión política.
Lo demás viene solo: Cuauhtémoc no apareció en ningún acto de campaña de AMLO y, en consecuencia, le quedó grande Heberto Castillo, quien declinó por él a un mes de los comicios presidenciales de 1988.
Y su hijo, Lázaro Cárdenas Batel, aquel que con su voto de senador dio la espalda a la lucha indígena encabezada por el subcomandante Marcos, aquel que fue partícipe de la represión contra los trabajadores mineros del puerto que lleva el nombre de su abuelo, hizo su parte.
Con todo el poder del gobierno federal y de los poderes fácticos encima, López Obrador supo que Enrique Bautista, entonces secretario de gobierno de Lázaro se apareció, “casualmente”, en un acto de campaña de Calderón en Morelia y que, ese mismo día, el mismo candidato presidencial panista cenaría, tragos de por medio, con el gobernador michoacano.
Los resultados del 2 de julio de 2006 dejaron evidencias de ello.
En el 2000, Cárdenas ganó la votación presidencial michoacana con 543 mil votos (37.1%), seguido de Madrazo con casi 442 mil sufragios (30.2%) y de Fox con 419 mil sufragios (28.6%)
Dos años después, el propio Lázaro ganaría la gubernatura con 561 mil votos (41.9), Alfredo Anaya, del PRI, obtendría 492 mil sufragios (36.8) y el panista Salvador López Orduña sumaría 247 mil votos (18.5).
Sin embargo, para el 2006, la correlación de fuerzas se modificó. Si bien AMLO sumó 608 mil votos --más que ningún candidato en la historia de la entidad--, perdió unas décimas de punto respecto de Lázaro, al obtener 41.9%.
Y la sorpresa: Calderón consiguió 509 mil sufragios, equivalentes a 34.4% de la votación y Madrazo cayó al tercer lugar con 280 mil votos y el 19% de las papeletas cruzadas a su favor.
Ahora, en puerta los comicios para relevarlo, Lázaro Cárdenas “apoya” a su exsecretario de Gobierno Enrique Bautista --aquel de los acercamientos con Calderón-- y se peleó con el aspirante más fuerte del perredismo, Leonel Godoy, quien cuenta con el respaldo de López Obrador.
Y el gobierno federal hace su parte. El michoacano Calderón tiene tomada la entidad por el Ejército, lo que le genera vetos entre analistas, pero le suma votos en esa entidad.
Mientras, su esposa Margarita Zavala viaja a Tingüindín, se entrevista con familiares de trabajadores migratorios y promete impulsar programas de capacitación laboral y de orientación para contrarrestar la drogadicción. De ello, obviamente dan cuenta los boletines del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). Marido y mujer, en plena campaña.
Las encuestas del momento colocan arriba al panismo. No cabe duda que los Cárdenas trabajan, ¿quién lo iba a decir?, para la derecha.
México, D.F., 17 de mayo (apro).- Una catástrofe para la izquierda nacional se gesta en Michoacán: si hoy fueran las elecciones para gobernador, programadas para el próximo 11 de noviembre, Acción Nacional (PAN) ganaría con al menos 12 puntos de ventaja al Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Las encuestas, que así lo indican, se guardan con celo y alta preocupación en las oficinas perredistas y, por supuesto, en las de Andrés Manuel López Obrador.
Michoacán está lleno de significados políticos. Es la única entidad que ha sido gobernada por tres miembros de una familia. Por el padre, Lázaro Cárdenas del Río, el hijo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y, actualmente por el nieto, Lázaro Cárdenas Batel.
La huella que dejó Tata Lázaro no sólo en la entidad --que está a unos meses de ser entregada a Acción Nacional--, sino en el país como presidente de México, permitió que décadas después su hijo Cuauhtémoc encabezara el desmoronamiento electoral del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Con un pasado de servidor público entre gris y mediocre --subsecretario de Agricultura, senador, gobernador-- el hasta hace poco líder moral del perredismo rompió con el partido oficial en 1986 y se puso al frente del movimiento de izquierda inagotable pero ineficaz en sus demandas de elecciones limpias, de fin al dedazo y de democracia, así, a secas.
En unos comicios limpios, sin duda Cárdenas habría ganado las históricas elecciones presidenciales de 1988. Fue el primer personaje, haciendo dupla con el polémico Porfirio Muñoz Ledo, que puso en riesgo la continuidad del PRI en Los Pinos. La ilegitimidad de Carlos Salinas de Gortari lo persigue desde entonces.
Derrotado oficialmente en las elecciones presidenciales de 1988 y 1994, ante la debacle moral del priismo --el surgimiento de la guerrilla chiapaneca, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu y el costosísimo error de diciembre que aún sacude las finanzas nacionales--, Cárdenas logró su primera y única victoria electoral desde la oposición en 1997: la jefatura de Gobierno del Distrito Federal (GDF).
Sin embargo, Cárdenas fue incapaz de aprovechar su despegue electoral. Catapultado a inicios de su administración como el favorito para el 2000, dilapidó su capital político.
Fiel a su estilo, gobernó en la grisura y poco supieron los defeños de sus habilidades para conducir la administración pública capitalina. La inseguridad creciente en el corazón del país y una despiadada campaña de medios electrónicos, que no supo contrarrestar, lo volvieron a la realidad. En los comicios presidenciales terminó, como en 1994, en un lejano tercer lugar: el candidato del 17%.
Ingrata la historia con Cuauhtémoc, el causante del desfonde priista, miró desde la derrota la alternancia en el país e involuntariamente colaboró a que el PAN accediera a la Presidencia de la República.
Irreprochable hasta entonces su conducta política, inquebrantable su congruencia frente al poder priísta, el crecimiento político y electoral de Andrés Manuel López Obrador --quien bajo su conducción el PRD obtuvo las mayores conquistas electorales de la izquierda y refrendó el triunfo capitalino-- lo desquició.
Cárdenas dejó de ser el único referente moral y de peso en el PRD, y trastabilló. Impensable hasta entonces, el hijo del Tata, el de la memorable campaña del 88, empezó a trabajar deliberadamente para el enemigo.
Cuauhtémoc rompió con Andrés Manuel o López Obrador se distanció de Cárdenas. Los motivos del divorcio político sólo ellos los saben. Es una historia que ninguno de los dos se atreve a contar, ni en público ni en privado. Lo cierto es que el desencuentro se fue fraguando a fuego rápido sin dejar cenizas para el retorno.
Hay un elemento visible de la ruptura, pero seguramente no el único y tiene nombre y apellido: Carlos Ahumada.
Es decir, las corruptelas del empresario detectadas al interior del gobierno capitalino y no solapadas o, consideradas no convenientes por la administración de López Obrador; la relación personal de Ahumada con Rosario Robles, la entonces dirigente nacional del PRD y, los apoyos monetarios a la campaña de gobernador de su hijo Lázaro Cárdenas, del que se afirma existe un video con coreografía y audio similar al de René Bejarano y Carlos Imaz.
Lo cierto es que para Cárdenas y su equipo cercano, el enemigo a vencer dejó de ser Salinas de Gortari, Roberto Madrazo, el PRI, Vicente Fox, Felipe Calderón, el PAN. El odiado hasta la patología pasó a ser AMLO.
Cuauhtémoc se volvió crítico público de la gestión de López Obrador, y Cárdenas hizo mutis ante el desafuero de su compañero de partido, el líder moral del perredismo se sentó a la mesa con priistas de la talla de José Murat y del mismo Roberto Madrazo.
Cárdenas intentó acuerdos políticos con Manuel Bartlett, el operador del fraude de 1988, Cuauhtémoc esperó paciente, aunque infructuosamente, la pronosticada debacle electoral de López Obrador, el incorruptible hijo de Lázaro Cárdenas aceptó chamba de Fox en pleno proceso electoral, en una señal inequívoca de su decisión política.
Lo demás viene solo: Cuauhtémoc no apareció en ningún acto de campaña de AMLO y, en consecuencia, le quedó grande Heberto Castillo, quien declinó por él a un mes de los comicios presidenciales de 1988.
Y su hijo, Lázaro Cárdenas Batel, aquel que con su voto de senador dio la espalda a la lucha indígena encabezada por el subcomandante Marcos, aquel que fue partícipe de la represión contra los trabajadores mineros del puerto que lleva el nombre de su abuelo, hizo su parte.
Con todo el poder del gobierno federal y de los poderes fácticos encima, López Obrador supo que Enrique Bautista, entonces secretario de gobierno de Lázaro se apareció, “casualmente”, en un acto de campaña de Calderón en Morelia y que, ese mismo día, el mismo candidato presidencial panista cenaría, tragos de por medio, con el gobernador michoacano.
Los resultados del 2 de julio de 2006 dejaron evidencias de ello.
En el 2000, Cárdenas ganó la votación presidencial michoacana con 543 mil votos (37.1%), seguido de Madrazo con casi 442 mil sufragios (30.2%) y de Fox con 419 mil sufragios (28.6%)
Dos años después, el propio Lázaro ganaría la gubernatura con 561 mil votos (41.9), Alfredo Anaya, del PRI, obtendría 492 mil sufragios (36.8) y el panista Salvador López Orduña sumaría 247 mil votos (18.5).
Sin embargo, para el 2006, la correlación de fuerzas se modificó. Si bien AMLO sumó 608 mil votos --más que ningún candidato en la historia de la entidad--, perdió unas décimas de punto respecto de Lázaro, al obtener 41.9%.
Y la sorpresa: Calderón consiguió 509 mil sufragios, equivalentes a 34.4% de la votación y Madrazo cayó al tercer lugar con 280 mil votos y el 19% de las papeletas cruzadas a su favor.
Ahora, en puerta los comicios para relevarlo, Lázaro Cárdenas “apoya” a su exsecretario de Gobierno Enrique Bautista --aquel de los acercamientos con Calderón-- y se peleó con el aspirante más fuerte del perredismo, Leonel Godoy, quien cuenta con el respaldo de López Obrador.
Y el gobierno federal hace su parte. El michoacano Calderón tiene tomada la entidad por el Ejército, lo que le genera vetos entre analistas, pero le suma votos en esa entidad.
Mientras, su esposa Margarita Zavala viaja a Tingüindín, se entrevista con familiares de trabajadores migratorios y promete impulsar programas de capacitación laboral y de orientación para contrarrestar la drogadicción. De ello, obviamente dan cuenta los boletines del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). Marido y mujer, en plena campaña.
Las encuestas del momento colocan arriba al panismo. No cabe duda que los Cárdenas trabajan, ¿quién lo iba a decir?, para la derecha.
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