Artículo de Lorenzo Carrasco Bazúa.
Reseña Estratégica, 11 de mayo de 2007 (www.msia.org.br).-Tal pareciera que las nuevas andanzas de la tristísima figura del ex-presidente Vicente Fox y su escudero, el dirigente nacional de Acción Nacional Manuel Espino, estuvieran en franca oposición a la política externa de Felipe Calderón, por lo menos en lo que concierne a la crispada relación con Fidel Castro y Hugo Chávez. Como se sabe la pareja Fox-Espino pretenden convertir la insignificante Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) en una plataforma política neo conservadora continental con el presunto objetivo de combatir el llamado socialismo del siglo XXI asociado al febril presidente venezolano Hugo Chávez. En realidad el activismo del presidente Fox es apenas una prolongación del proyecto del ex-mandatario español José Maria Aznar y su red política europea, buscando escenificar como pantomima una pequeña nueva Guerra Fría. Proyecto que detallamos en un artículo publicado en la edición anterior de este periódico.
Si bien Calderón no quisiera cargar la herencia maldita de la política externa del ex-presidente Fox, como tampoco las truculencias políticas y la corrupción de la profesora Elba Esther Gordillo para tan solo citar dos ejemplos de la descomposición institucional del país, la manera en como llegó al poder, carente de real legitimidad, lo condena a ser apenas un instrumento de un proyecto económico y político diseñados por los centros de poder para dar continuidad al bien llamado "sistema salinista" que a lo largo de los últimos 24 años instauró un sistema de crimen organizado en la vida institucional del país.
La política externa, como la política económica, e ahí incluidas las "reformas" a la ley del ISSSTE, fiscal y energética, con lo que se conseguiría coronar la obra de demolición de las estructuras del estado nacional soberano, son parte del paquete político pactado por los protagonistas internos y externos del monumental fraude electoral de julio pasado orquestado para matar la emergencia de un legítimo movimiento de restauración nacional. Por ello los pretensos virajes diplomáticos del gobierno mexicano son apenas artificios mediáticos, como por ejemplo el autoproclamarse líder regional de América Latina pretendiendo ser el mediador del continente hacia los Estados Unidos. Liderazgo que actualmente ningún país de América del Sur acepta por considerar la actual diplomacia mexicana como una mensajera de la política norteamericana.
Como lo señaló el agudo intelectual argentino, Juan Gabriel Tokatlian, durante el seminario América Latina: ¿integración o fragmentación?, realizado en abril en la Ciudad de México, "es un error que México trate de presentarse como líder o "puente" entre el subcontinente y Estados Unidos, cuando en su propio territorio es visto como un país fragmentado y fracturado....El interno es aquél que supone un México muy consensual, sin disensos, que no está partido, pero hoy, visto del sur, México se ve muy fraccionado, muy fragmentado, por lo que ser puente en medio de la fractura doméstica es muy complicado(...)Yo no veo por qué Calderón tendría que contener a Hugo Chávez, representar a toda América Latina o introducir la guerra fría en el subcontinente".
La brújula histórica.
El problema más a fondo de la desorientación diplomática del país tiene que ver con la distorsión del sentido de identidad de lo que ha significado México en la historia universal, como integrante de un continente que fue resultado de un proceso civilizador singular que lo diferencio del proceso que dio origen al orden político y económico angloamericano hegemónico globalmente. Esta diferencia existente desde el periodo colonial, permaneció en el nacimiento de la República como se plasmó en los Sentimientos de la Nación de José María Morelos y Pavón, y continuó durante los periodos de la Reforma y la Revolución. Por eso siempre fue fundamento de la política exterior mexicana la idea de la integración de Latinoamericana.
A pesar que existieron proceso políticos y movimientos culturales para desarraigar al país de sus propias tradiciones, solo el desmembramiento nacional del siglo 19 logró herir tanto el alma nacional tanto como el proceso que paulatinamente, en los últimos 24 años, erosionó la independencia política y económica del país. El ilusionismo salinista presentó, cual Retablo de la Maravillas, (obra de Miguel de Cervantes) un escenario en cual México sería una nación desarrollada si abandonase los principios de independencia política y económica y aceptase integrarse a los Estados Unidos en un solo bloque. Así se rasgaron los principios históricos de la doctrina diplomática mexicana para sustituirla por corolarios del utilitarismo económico o comercial.
Dentro de esta lógica cabría al país ser el intermediario natural del poder angloamericano con el resto de países iberoamericanos que, a su vez, se integrarían en el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Este bloque de naciones sería la base de la continuada hegemonía económica y política angloamericana basada en una nueva relación especial Atlántica ya no solo entre los Estados Unidos e Inglaterra, sino ahora se juntaba la península Ibérica y el resto del hemisferio occidental. El avance económico avasallador del sistema bancario anglo-español sobre América Latina es parte esencial de esta nueva estrategia de dominación.
Pero este Retablo de las Maravillas empezó a desmoronarse rápidamente con el deterioro acelerado del poder hegemónico angloamericano, primero con el fracaso militar en Afganistán e Irak y segundo por la inevitable explosión de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos, con lo que se amenaza toda la aparente prosperidad comercial de la globalización financiera mundial.
En ese cuadro de súbita perdida de hegemonía norteamericana México se encuentra, en política externa, como un hombre en medio de la calle que perdió la fortuna que imaginaba conquistada en la ruleta del casino mundial. Si nada más que ofrecer para seguir creciendo México se convirtió en el líder mundial de emigrantes hacia los Estados Unidos. Irónicamente la era que se inicio con la caída de Muro de Berlín en 1989 termina para México con la construcción del Muro en la frontera norte del país.
Ante esta verdadera calamidad histórica, la elección presidencial de julio pasado, se presentaba como una gran oportunidad para una corrección radical de rumbo. Fue ante esta real posibilidad que el conjunto de las fuerzas del sistema TLCAN-neocon --internamente las fuerzas del salinismo en el sistema político mexicano y externamente el aparato neo conservador, incluido ahí la maquinaria de José Maria Aznar -- se movilizaron para articular uno de los más sofisticados fraudes electorales de la historia. En un declino de hegemonía angloamericana, un cambio en México, significaría un proyectil en la popa del navío.
La campaña sucia contra Andrés Manuel López Obrador, tuvo éxito en asustar una gran parte del electorado al vincular fraudulentamente el candidato mexicano al presidente venezolano Hugo Chávez, que anteriormente había coludido con el presidente Vicente Fox en la cumbre latinoamericana de Punta del Este. Esta falsa polarización entre el aparato neo conservadora y el "socialismo del siglo 21" de Chávez (ALCA vs. ALBA) cayó como guante en la mano de los mismos grupos de poder neo conservador, que hoy la promueve como su única estrategia política en el hemisferio.
En realidad esta falsa polarización expresa una falta de política hemisférica. El relativo protagonismo de Chávez es resultado, por una parte de la propia bancarrota de la hegemonía estratégica estadounidense que menospreció el continente y por otra la ausencia de una propuesta en América del Sur para participar de la reorganización urgente del sistema económico y de poder mundial. El esfuerzo inicial del presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, para constituir el G-3, uniéndose a India y África del Sur, con real posibilidad de intensificar las relaciones con Rusia e China, se desvió hacia una obsesión para ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que intensificó la natural resistencia de Argentina y México, al presunto liderazgo brasileño. Como consecuencia al fracaso diplomático brasileño, se abrió espacio para el proyecto bolivariano de integración (ALBA) de Chávez que lejos de ser la solución, expresa exactamente lo contrario, la falta de alternativa que se esconde bajo los ropajes de un fácil y anti-imperialismo.
Revolución en la política externa.
En cuanto a México, el país no podrá salir de este callejón sin salida a menos que se produzca un cambio radical que el gobierno de Felipe Calderón, y sin una fuente firme de legitimidad, permanecerá impotente. No existe cualquier posibilidad del cambio necesario con el actual gobierno porque esta amarrado a los compromisos externos que lo plantaron en Los Pinos.
Claro que México es mayor que las mezquindades neo liberales y podrá recuperar su prestigio histórico característico de las luchas del pueblo mexicano, aunque para esto tendrá que deshacerse de la cúpula parasitaria que tomó las principales instituciones nacionales. Como ya hemos dicho anteriormente, un cambio de esa naturaleza en México tiene características universales porque induciría a un cambio del orden mundial. Si el orden mundial no tolera las soluciones para que los estados nacionales cumplan su obligación primaria de defender el bien común, es hora de cambiar el orden mundial, y esa debe ser la tarea central de una política externa digna de la grandeza de la nación mexicana. En síntesis, el imperativo es tener una Doctrina de relaciones exteriores, en toda la extensión de la palabra y no una caricatura de oportunismo comercial.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario