La agenda de Estados Unidos con América Latina: la visita de George W. Bush
Jornada Jalisco
A qué viene George W. Bush a América Latina? Es necesario recordar que en septiembre de 2001, luego de los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York, Estados Unidos frenó su agenda con Latinoamérica para concentrarse en el tema del terrorismo. La razón: Washington había encontrado en el terrorismo el sustituto ideal para el papel geopolítico que, en su momento, jugó el comunismo soviético, como forma justificar y legitimar su intervención hegemónica en los asuntos mundiales.
Por fin, y después de haber ensayado diversas posibilidades como las de la intervención democrática (con la invasión a Panamá y Haití), la intervención humanitaria (en Somalia y en Kosovo) y la intervención civilizatoria (manifestada en la primera guerra del Golfo Pérsico); la intervención contra el terrorismo –también llamada “la guerra antiterrorismo”–, ofrecía la misma legitimidad y la misma dosis de manipulación a través del miedo como durante la guerra fría la ofreció el anticomunismo o intervención contra el comunismo.
Del fin de la justificación comunista en 1989, con la caída del muro de Berlín, al encuentro de la justificación terrorista; con el 11 de septiembre, pasaron unos 12 años. En ese tiempo la agenda de Estados Unidos con Latinoamérica tuvo un momento de auge, después bajó de perfil y ahora se intenta reactivarla.
Hacia principios de la década de los noventa, los Estados Unidos estaban concentrados en hacer de América Latina una gran área de intercambio comercial y de provisión de energéticos. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) era su cabeza de playa para convertir al subcontinente en una región periférica propia, frente al alzamiento de otros bloques comerciales tanto en Asia, comandada por Japón y en Europa Occidental, comandada por Alemania y Francia a través de la Unión Europea.
Debido al fin de la Guerra Fría los países latinoamericanos se veían en la necesidad de reconstituir sus relaciones con la hegemonía estadounidense, ya que se volvía insuficiente pertenecer al bloque capitalista para mantener la línea de ayuda financiera, el apoyo militar o las ventajas para el intercambio comercial. En otras palabras, la alineación a la ideología capitalista, ya no significaba mucho debido al fin del comunismo soviético.
Y el imperio situó nuevas reglas de relación entre el centro y su periferia. Todo con el fin de diseñar a América Latina a imagen y semejanza de un perímetro de dónde extraer materias primas y energéticos y a dónde vender los servicios más avanzados de la alta tecnología informática, entre otros.
Las nuevas reglas de relación tenían que ver con las condiciones para que los países pudieran ser incluidos en los planes de integración comercial y económica de Estados Unidos, es decir, para que los países pudieran o no firmar tratados de libre comercio con la Casa Blanca. Los países que cumplieran los requisitos podrían ser incluidos, los que no, serían excluidos. Las reglas eran de inclusión/exclusión. Por su parte, las naciones latinoamericanas comenzaron una carrera por ser incluidos, al grado de permitir abiertamente la explotación de sus riquezas naturales y su mano de obra barata como parte de las ventajas comparativas que la periferia le ofrecía al centro.
“Explótame pero no me excluyas” era la consigna del libre comercio a la latinoamericana. México entró a la primera colada con la firma del TLCAN, pero Chile era un fuerte candidato, además de Brasil que, encabezando el Mercado Común del Sur –o Mercosur– en no pocas ocasiones fue insistido por la administración estadounidense, especialmente la de William Clinton, para que apresurara su transformación institucional y se adhiriera a los planes de integración estadounidense.
Para ser incluidos, los países tenían que trabajar en una vertiente de reformas de tipo político e institucional que implicaban: 1) instituir la democracia formal como sistema de gobierno, esto con el fin de ofrecer gobernabilidad al comercio monopolizado por los grandes consorcios; de ahí las grandes transiciones democráticas vividas en Latinoamérica en los años noventa; 2) implementar políticas de protección ambiental y saneamiento, como preparación para las grandes privatizaciones del agua, de la basura o los bosques, que vendrían después, tal como ha sucedido; 3) garantizar el respeto a los derechos humanos, como una forma de tener argumentos a la mano para la intervención estadounidense, en caso de ser necesario; y no es casual que diversos organismos gubernamentales o civiles como las comisiones de derechos humanos tuvieran su auge en esa época; 4) Combatir el narcotráfico en coordinación con las agencias especializadas del gobierno estadounidense; como forma de control del tráfico y la oferta de drogas; 5) legitimar a los sistemas judiciales y la impartición de justicia, para regular la excesiva corrupción; 6) educar para el libre comercio, por medio de la excelencia académica y 7) establecer políticas asistencialistas y paliativas de los efectos de la pobreza, provocada por la adopción de las políticas de ajuste estructural del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, con el fin controlar el descontento social.
Si se hace una revisión de la energía social que los latinoamericanos le dedicaron a todas estas reformas durante los años noventa, se verá el interés que se tenía por ser incluidos en las grandes promesas de integración comercial con los Estados Unidos. Y sin embargo no fueron –no han sido aún- incluidos. ¿Por qué? Porque la verdadera agenda de la inclusión no pasaba por estas reformas, si bien estas eran el decorado del pastel. Las verdaderas reglas de la inclusión eran las siguientes: serían incluidos, en primer lugar, aquellos países que, habiendo cumplido o no con los requisitos anteriores 1) poseyeran materias primas insustituibles para los circuitos productivos estadunidenses –petróleo, minerales atómicos, otros energéticos, materias primas no tradicionales, etc.; 2) fueran capaces, por medio de sus propios recursos, de equilibrar los efectos que implican las relaciones comerciales con grandes consorcios; es decir, fueran eficientes en manejar la inflación, la balanza de pagos, la devaluación y el gasto gubernamental; 3) implementaran las políticas de ajuste estructural haciéndose cargo de controlar la resistencia social contra las privatizaciones, la baja en los subsidios, la alza de los precios y los salarios paupérrimos.
El último esfuerzo por combinar la presión que implican las reformas políticas e institucionales, con los verdaderos intereses estratégicos de los Estados Unidos, se dio hacia 1994 con la llamada Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), propuesta que pretendía que en el año 2005 todo el continente fuera una gran área de libre comercio. En eso estaban cuando llegó el 11 de septiembre de 2001 y con ello la justificación perfecta para seguir una ruta más corta: la de la guerra.
¿A qué viene mister Bush a America Latina? A recuperar el terreno perdido por los años de distracción dedicados a bombardear Afganistán, a invadir Irak y a hacer un gran negocio petrolero a nivel mundial. Ya antier la secretaria de Estado estadunidense Condoleezza Rice, comenzó de nuevo a hablar de derechos humanos y Bush de democracia, como ecos de aquellas viejas agendas de los años noventa que siguen vigentes.
Sólo que ahora, varios países del subcontinente, han revaluado la idea de “explótame pero no me excluyas”, pasando acciones nacionalistas con las que no se contaba en los noventa: Venezuela y Bolivia encabezan esta reacción inédita. En otras palabras, aunque la agenda de Estados Unidos parece ser la misma que surgió del fin de la Guerra Fría, quizá muchos lugares y países de América latina ya no sean los mismos.
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