Páginas

::::

martes, marzo 13, 2007

Opinión - MANUEL GARCIA URRUTIA

Desde el Bush Garden

Jornada Jalisco

Siempre que pienso en George Bush, hijo, no sé por qué, me viene a la mente el libro denominado en español Desde el jardín –luego llevado a la pantalla, por el inolvidable Peter Sellers con el nombre de Un jardinero con suerte–, de Jerzy Kosinski (1973). La obra trataba del señor Chance, una persona que toda su vida vivió en una casa, grande, de ricos, protegido y apartado del mundo exterior, cuyo único contacto con la naturaleza era el jardín de la mansión, al que atendía diligentemente, y la realidad le era transmitida a través de la televisión.

Al morirse su protector, el último heredero de la casa, tiene que abandonarla y salir, por primera vez, a la calle; ahí, casi de inmediato, es atropellado por una mujer, casada con un hombre acaudalado e influyente en materia política, que, además, es amigo del presidente y frecuentemente lo visitaba, en su casa, para platicar y hacerle consultas sobre asuntos complejos y delicados.

La señora que lo atropelló le ofrece, al señor Chance, hospedarlo en su casa para atenderlo hasta su recuperación. En ese ínterin, el presidente va de visita a la casa del magnate y conoce a su huésped que, ya un poco más recuperado, puede cenar con ellos e intervenir en la plática a petición del propio mandatario –sin saber quién es él, pero con la confianza de que está en casa de su amigo–; su opinión la vierte hablando sobre la jardinería, que es el tema que conoce, pero el presidente toma sus comentarios como una metáfora y en una entrevista en televisión utiliza dicha retórica para explicar un problema complejo de política económica. Como el ejemplo le funciona, el presidente cada vez más va a consultar a su amigo y a su huésped, hasta que los medios de comunicación, más o menos, empiezan a investigar sobre ese asesor que salió de la nada y de quién hay poca información.

La ignorancia y opacidad del señor Chance son su principal virtud; su análisis de la realidad, desde la perspectiva de un jardín –lo único que conocía–, lo lleva a encumbrarse en el mundo de la política posicionándolo para llegar a ser el próximo presidente. Esa moraleja-advertencia futurista (¿profecía?) de la obra, creada en la década de los setenta, sobre la simplicidad y el relajamiento de la política y la amenaza de que una persona sin instrucción pudiera, por el poder de los medios, de la televisión en especial –y la mercadotecnia–, llegar a dirigir los destinos de una nación, en especial de un país poderoso, nos alcanzó, según mi entender, en el 2000, en Estados Unidos, el país más poderoso del mundo –y, si me apuran, aquí en nuestro país también–.

Hay quien dice, con datos, que el actual mandatario estadunidense es el que más bajo nivel intelectual ha tenido dentro de la historia de los presidentes de aquel país –por debajo incluso, de Ronald Reagan y su propio padre, George Bush–. Lo peligroso, desde esa perspectiva, son las decisiones que pueden tomar y los efectos que pueden generar en la humanidad y su hábitat, muchos de ellos irreversibles; asimismo, la facilidad que presentan para ser manejados por intereses superiores a los que sirven consciente e inconscientemente. La ventaja, es que sus determinaciones, a veces, en una democracia, pueden ser frenadas por otras fuerzas e instituciones que propician contrapesos.

Así, George Bush, hijo, emprende la recta final de su mandato con un desgaste en su imagen que ni la televisión ni la mercadotecnia pueden salvar. En una intentona por recuperar presencia en terrenos abandonados, este lunes y martes, el mandatario estadunidense visita la ciudad de Mérida, Yucatán, como parada final de su gira por Latinoamérica para entrevistarse, por primera vez, en territorio mexicano con Felipe Calderón.

Antes de arribar a Yucatán, estuvo en Brasil, en Uruguay, Colombia y Guatemala. El propósito de su gira, como se explicaba, tiene que ver, al menos, con tres propósitos.

El primero, vinculado a razones políticas, dado el menosprecio que esta región del mundo le ha merecido a la administración de Bush Jr. Sin duda, ahora le preocupa el crecimiento de gobiernos que tienden a ser críticos de las políticas neoliberales y desconfiados de su gestión. Se trata de liderazgos de centro izquierda que tienden a favorecer proyectos incómodos para los intereses estratégicos de la Casa Blanca y que, además ven con simpatía y solidaridad a gobiernos como el cubano y el venezolano.

El segundo, es impulsar una serie de medidas tendientes, precisamente, a recuperar su influencia en la zona a través de prometer apoyos en materia de libre comercio y agricultura, así como en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo –claro, bajo su concepto y agenda de seguridad–.

Y tercero, además de esa agenda, a Bush, hijo, le interesa el acceso a recursos naturales de vital importancia, como el petróleo y otras fuentes alternas de energía; asimismo, busca impulsar su iniciativa en materia de migración, que si bien no resuelve todos los problemas de los inmigrantes indocumentados que hay en Estados Unidos, sí le permite a ese país, mediante una legalización limitada de su estancia, mantener un control regulado de su frontera sur.

Todos estos propósitos están enmarcados en uno solo: recuperar la influencia deteriorada de su partido, el conservador, en la comunidad latinoamericana que reside en Estados Unidos a fin de que apoye sus políticas bélicas y económicas ante el Congreso –que ahora domina la oposición– y para efectos electorales, donde, como era de esperarse, no le ha ido bien últimamente, sobre todo por el desgaste y la demagogia que ha implicado la invasión militar en Irak.

En cada lugar visitado por el mandatario estadunidense se encontró con manifestaciones de rechazo y repudio a su política militar y de intromisión en cuestiones que competen a la soberanía de cada nación; a su estrategia expansionista, en favor del capital trasnacional y la imposición de su agenda de seguridad, “antiterrorista”. Mérida no ha sido la excepción; su sociedad –haciendo eco del sentir de amplias capas de mexicanos–, también ha repudiado su visita.

La seguridad, por cierto, que rodea a Bush hijo, y su comitiva, es toda una afrenta a la soberanía nacional. Sólo para cuidarlo hay, además de la seguridad mexicana –policías y ejército–, más de tres mil agentes secretos estadunidenses que tomaron la ciudad para su protección en detrimento de sus habitantes y el desarrollo de su vida cotidiana. A México no le dejó nada bueno la administración de Bush Jr., sólo ilusiones alentadas por la enchilada completa del foxismo. Esa será la promesa, la carta fuerte que tratará de volver a vender, ahora a Calderón, a cambio de medidas y recursos que le interesan. La diferencia ahora es que W. Bush va de salida y el Congreso está dominado por demócratas. Así que la negociación hay que hacerla en otra parte y con otros actores. Bush, hijo, por tanto, ni como turista es grato.

No hay comentarios.:

radioamloTV