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viernes, marzo 09, 2007

Opinión - Jorge Souza Jauffred

La Feria

Las fotos que aparecen ayer en la Internet muestran el Zócalo de la ciudad de México saturado por una multitud. Decenas de miles marcharon desde cinco puntos distintos para coincidir en esa enorme plaza, corazón del país, y manifestar con mantas, con gritos, con consignas, su inconformidad, su desesperación, sus exigencias. Más allá de los motivos que impulsaron a estos contingentes, resulta muy significativo que esta manifestación ocurra cuando el gobierno de Felipe Calderón no tiene siquiera cien días en el poder.

La bandera principal de esta múltiple marcha la constituye la exigencia de un incremento de emergencia al salario mínimo, que en la zona de Guadalajara es apenas de 49 pesos diarios (es decir, poco menos de mil 500 pesos al mes). Esta cantidad, obviamente, no soluciona ni con mucho las necesidades de una familia; y el contraste que surge de comparar esta miseria (unos 10 millones de mexicanos viven con menos de un dólar diario) con la opulencia generada por la acumulación del capital de otros mexicanos, no puede menos que lastimar el sentimiento de equidad, justicia, humanidad.

En efecto, el día de ayer, la revista Forbes dio a conocer que el mexicano Carlos Slim sigue siendo el tercer hombre más rico del planeta, después de Bill Gates, fundador de Microsoft, y del financiero Warren Buffet. La noticia es que Slim, a diferencia de los anteriores, hizo crecer su fortuna, en un año, en la cantidad de 19 mil millones de dólares, para dejarla en 49 mil millones. Esta cifra es el equivalente a unos 500 mil millones de pesos. Y naturalmente, todos cooperamos a reunirla porque pagamos una cuota mensual a Teléfonos de México, que fue del pueblo pero que ahora está en sus manos, gracias a la generosidad del ex presidente privatizador Carlos Salinas.

No pretendo criticar a Slim por el hecho de ser hábil negociante. La reflexión quiero llevarla a la estructura de un sistema, defendido a capa y espada por los poderosos, que permite que alguien se enriquezca en esa forma, gracias a que trabajan para él decenas de miles de seres humanos que obtienen salarios de hambre. Salarios, es cierto, autorizados por la ley. Salarios cuyo crecimiento ha sido frenado año tras año por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, integrada por un representante del gobierno neoliberal, uno del sector empresarial (que sólo se preocupa de sus utilidades) y uno más de un sindicalismo obrero que hace mucho dejó de defender a los trabajadores y que se vende con facilidad a los poderosos.

Pero, volvamos a la marcha que llenó ayer el Zócalo. Además de la exigencia de incrementar los salarios los manifestantes pedìan que no se privatice la energía eléctrica, como pretende hacerlo Calderón y como lo intentó –por fortuna sin conseguirlo– Vicente Fox. Este último ¿no se desgarró las vestiduras y pronosticó que en unos años ya no tendríamos electricidad, para justificar la participación de la iniciativa privada? Ahora aún tenemos electricidad, pero si queda en manos de empresas privadas nos ocurrirá lo que a los países que la han privatizado, y la crisis Argentina no me dejará mentir: las tarifas serán impuestas por los empresarios, agobiando la frágil economía de quienes menos tienen.

Otras quejas que se manifestaron en la concentración de ayer se refieren a las violaciones a los derechos humanos, al encarcelamiento de los líderes de la APPO y a la violencia contra las mujeres. En fin, se trató de un acto de protesta. Llenó el Zócalo... ah, y Andrés Manuel López Obrador no intervino en él.

Hay otro asunto inoportuno que saca chispas y amenaza con traerle más problemas a Calderón, por la injusticia que representa, por hilarse en el filo de la legalidad y porque muestra la mano ancha de su gobierno hacia el ex presidente Vicente Fox. Además, se presenta en un momento muy inoportuno, porque ocurre justo cuando se están cuestionando las pensiones a los ex mandatarios. En resumen: resulta que con dinero del pueblo se está pagando al personal que trabaja en el museo personal de Fox.

En efecto. El gobierno está cubriendo salarios de siete funcionarios federales medios y superiores, aportando la cantidad mensual de 214 mil pesos al proyecto personal foxista. Sí, se acuerda usted bien, se trata del museo aquel en el que el ex presidente de ingrata memoria (“¿y por qué yo?”) quiere exponer sus botas exóticas, los regalitos que recibió de otros gobiernos, sus hebillas y cinturones, y toda clase de chácharas. Como era demasiado trivial el proyecto de un museo sólo para sus cachivaches, entonces decidió agregar un pegoste: también habrá biblioteca y centro de estudios.

Claro, los diputados de la oposición piden al gobierno que explique por qué decidió pagar con recursos de los impuestos al personal privado de Fox. Se trata, sin duda, de una mancha más del tigre, y por lo mismo, nuestra clase gobernante ya ni la nota. Y eso es todo por ahora, nos leemos hasta el lunes en esta misma Feria.

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