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martes, marzo 06, 2007

Columna Redes Ciudadanas

GERMÁN ROBLES CASTAÑEDA

Ni perdón ni olvido ¿quién te lo hizo Néstor?

Todos podemos ser víctimas del influyentismo


Jornada Jalisco

A Néstor Alan lo mató el sistema, el influyentismo, quienes también le quitaron a la justicia el velo de sus ojos, lo hicieron con un joven que no llegaba aún a las dos décadas de vida. Tu nombre es Néstor Alan, de apellidos Rodríguez Licea. Te hablo a ti Néstor; hace poco más de dos meses, un 26 de noviembre del año que nos antecede habías dejado a tu amigo Daniel en su casa cerca de las 2 de la mañana, después te disponías a regresar a tu hogar. Ibas de regreso por avenida Enrique Díaz de León en tu “vochito”, eran cerca de las 2:20 de la nueva aura que ya no verías aquí en la tierra, te detuviste en la luz roja del cruce de avenida Vallarta.

Luego vino la luz verde, arrancas, un estruendo ensordecedor inundó tu mente y sentidos, dos bólidos como balas impactaron lateralmente contra tu vehículo, primero te provocaron un violento giro de rehilete, la otra embestida te proyectó hacia un poste, tu cráneo estalló, habías cerrado tus ojos para siempre; por la muerte con que la negligencia, la irresponsabilidad, la estupidez, la confianza que da el influyentismo y la injusticia matan.

Tus verdugos, de cuyos nombres no podemos olvidarnos aunque quisiéramos y por cuya alcurnia se pueden ir al diablo, responden a Christian Arias de la Torre y Francisco Javier Alvarez del Castillo, ambos hijos de influyentes, el primero hijo del “flamante” secretario de Comunicación Social de la Segob, Fernando Arias Pérez, y el segundo nieto del ex gobernador de Jalisco, Enrique Alvarez del Castillo, cuyas familias y por cuyos puestos les dieron a estos criminales un fuero informal, ese fuero no escrito que da el sistema, talante de impunidad.

Los mismos padres y parientes que proveen a sus vástagos de lujos y caprichos sin más merecimiento que ser sus hijos, que les aseguran futuras carreras políticas y los envían a escuelas privadas con el influyentismo, la impunidad, y un futuro político seguro bajo el brazo, las más de las veces son crías que maman de las ubres del presupuesto, a pesar de la alcurnia social. Padres que paradójicamente se dicen profesionales de la comunicación social aunque actúan en la práctica como heraldos del silencio, de la complicidad y la censura.

Tus victimarios, los sordos testigos de la noche y los que lo vieron todo, hablan de que la estampida de la muerte jugaba a las “carreritas” y que fue un accidente. Esto no fueron carreritas, fue el preludio de un asesinato, la deliberada acción asesina de quién dirige su auto como proyectil sin escatimar a quién se le cruce a su paso; tampoco fue un accidente; la vida es harto precisa, certera, así lo fueron también los agravantes como para considerar un accidente.

Estos miserables venían alcoholizados, venían según testigos, de festejar los nuevos alcances políticos de sus padres. Los mismos que eran aplaudidos por las élites mientras tu yacías en tu lecho de muerte, allá arriba festejaban el pago de prebendas, en ese topus uranos del sistema donde la vida de los humildes y la gente de abajo no importa, sino la bolsa, los mercados, la imagen hacia los inversionistas, el statu quo y las buenas costumbres, los arreglos oscuros para poner en orden un motín, después de la incertidumbre política del año anterior.

Bastaron 15 minutos para que Fernando Arias Pérez llegara a la escena, para hacer un par de llamadas que encadenaría la cooptación de las autoridades y la ley; desde lo más elemental como locatel, como a las televisoras, que no obstante ante la baja informativa de la temporada decembrina, no hacían más que reportar accidentes viales pero que “misteriosamente” ese día nunca hubo alusión a tu accidente.

A los malditos no les pasó nada, sólo un corte de labio, rasguños, un esguince. Nada de importancia comparado con la vida misma de un joven que apenas comenzaba a vivirla, cuyos sueños de chico de preparatoria que pensaba en su próxima carrera, así como los de sus padres de verlo crecer fueron dilapidados. Deliberada e impunemente los correctos procedimientos policiacos, jurídicos y periciales fueron violados. A tus agresores los llevaron por separado a hospitales privados, a San Javier y Terranova; todo para desintoxicarlos del alcohol y desvanecer la principal agravante, por la cual la justicia los hubiera condenado a prisión.

Salieron entre las 6 y 8 del alba aproximadamente, se les aplicó la prueba de alcoholemia dando positivo con doble grado A, esas pruebas “desaparecieron misteriosamente” y las que constan del examen aplicado a las 10 de la mañana ya dieron negativo. Se paga una fianza y no pisan la cárcel. Un perito del Semefo, al ser cuestionado por la prensa local, adujo que tus padres no habían sido avisados hasta las 2 de la tarde del mismo día, 12 horas después del accidente porque no tenías identificación contigo cuando te cegaron la vida.

¿No es raro que un joven de valores cristianos y responsable como tú, quien se hallaba en una edad donde solicitar identificaciones y tarjetas es una constante no trajera consigo ninguna identificación? ¿Cómo? Si te acababan de expedir tu cartilla militar, licencia de conducir, las múltiples credenciales que te da la universidad. ¿Cómo? Si tus padres además se encontraban apenas a cuatro cuadras del lugar; ¿Cómo Néstor? Si vivimos en el siglo de las telecomunicaciones y ¿no pudieron informar a tus padres de lo sucedido antes de 12 horas?

Ni perdón, ni olvido, no para nosotros aquí Néstor; tu fuiste un joven ejemplar, un amigo, educado con valores católicos por tu familia, ayudabas en un changarro de abarrotes y por tus ahorros te compraste tu vochito.

Según los tuyos no fumabas ni bebías, estabas en sexto semestre de prepa, cuando los sueños hacen golpe de timón y te llevan a decisiones importantes, tales como estudiar una carrera, crecer, en fin, la vida.

Y mientras tanto allá arriba, las élites en sus usos y costumbres de porquería exclaman a modo de pregunta: ¿Quién era él, que tenía? ¿Por qué la osadía de pretender interrumpir la carrera y vida de nuestras huestes que bebían y celebraban por nuestros triunfos? Tu nombre es Néstor, eras un ciudadano, un hijo, un amigo. Tenías la dignidad de un ser humano y la entereza de un hombre probo, sano y un futuro por vivir.

Y arriba en las élites vuelven a exclamar: ¿A quién le importa la vida de un joven de abajo, sin influencias y sin dinero? ¡A nosotros nos importa y la valoramos!, ¡A todos nosotros, miserables! Contestamos todos aquí, con el aplomo de la dignidad, la solidaridad. ¿Quién te lo hizo Néstor? Fue una colisión, dos vehículos como proyectiles sin compasión, una acción artera y precisa, criminal que no merece ser llamada accidente, fueron los usos de la élite, la corrupción ministerial y de algunos funcionarios; fue un sistema que tolera estos sucesos por la impunidad misma con la que quedan resueltos por las autoridades.

Néstor, señores Rodríguez, ¿Qué más les podemos decir a ustedes que no sepan? Nosotros, modestos ciudadanos que estamos en su misma condición social, pero que muchos no tenemos idea de su dolor y pena que no se le desea a nadie, ni a estos miserables que le arrebataron la vida a Alan y con él parte de ustedes.

Néstor ¿qué te podemos decir a ti? Si tú lo viviste todo. Disculpa si con estas líneas incomodo tu memoria y paz. Ni perdón ni olvido Néstor Alan, sabemos que tus padres te enseñaron a perdonar y por el lugar donde te hallas precisaste hacerlo.

Acá abajo, y los de abajo estamos luchando por transformar el orden social en el país, por la democracia, la misma que hará algún día que casos como el tuyo no se vuelvan a repetir, y que dará castigo a los culpables, por este tipo de cosas estamos luchando, por recuperar la justicia, la igualdad y liberación de todos nuestros yugos. ¿Sino para que estamos luchando a final de cuentas?

Te hablo a tí Néstor, al que está en mejor vida, al que quedó con sus padres, a ti al que lee estas líneas, al que llevamos cada uno de nosotros dentro al vivir en esta ciudad, conducir por estas calles, sin dinero, ni influencias de por medio, al que cruza por las calles de noche o de día y que espera no tener el infortunio de atravesarse en el camino asesino de la persona inadecuada.

Te hablo a tí, que tienes hijos, padres, hermanos, amigos, todos estamos expuestos a esta situación de ser víctimas de influyentismo y la impunidad fabricada. Esto algún día se acabará y Néstor Alan no habrá pasado en vano. Por ahora nuestro apoyo moral a la familia. Denunciaremos los hechos como un recordatorio fiel que nos sirva de defensa de nosotros mismos y cuidado de los nuestros. ¿Quién te lo hizo Néstor? Eso ya no importa donde estás. Pero aquí abajo, a los de abajo si nos importa. Ni perdón, ni olvido, todo lo contrario. Justicia para Néstor Alan; justicia para todos.

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