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domingo, enero 28, 2007

Opinión - Ramon Guzman Ramos

Populismo de derecha

Jornada Jalisco

Andrés Manuel López Obrador lo acusaron, desde que era el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, de ser un populista empedernido. Y el populismo, según clamaban en esa campaña de desprestigio que duró varios años, es un peligro para las finanzas sanas de cualquier país. El populismo, se esmeraban en explicar, basa su política en una estrategia distributiva más que de creación de la riqueza. Por eso invierte tanto en programas de asistencia social sin preocuparse del origen de los recursos que reparte. Tarde o temprano, advertían, y la advertencia se proponía generar temor entre la población, las medidas populistas terminan por provocar desequilibrios financieros. Las consecuencias se expresan en aumentos de precios y de las tasas de interés, así como en la devaluación de la moneda y en el incremento del desempleo.

Pero el país que recibió en sus manos Felipe Calderón se encuentra hundido en un rezago tan grande que ninguna medida que no transforme de raíz el sistema económico neoliberal podría resolver realmente el problema de la pobreza y la pobreza extrema, de la marginación y la ausencia casi total de horizontes para los miserables. De manera que sólo el populismo pude ofrecer la fórmula para paliar el padecimiento de la población y, de paso, procurar que la imagen del gobernante genere simpatías entre las masas desamparadas. Las medidas populistas, como se sabe, se relacionan con el reparto de artículos y servicios gratuitos, incluso de dinero. Frente a un problema tan grave como la escalada de precios, que hunde más en el limbo a las clases desposeídas, el presidente Calderón no se plantea intervenir con determinación en la regulación de la economía, sino que les da algunos bienes transitorios a los pobres.

El populismo, se cansaron de decirnos por todos los medios, es una perversión de la política. El concepto resulta ser equivalente a demagogia y a la manipulación de la voluntad popular. Desde luego que todos los gobiernos, sean del signo que sean, suelen aplicar medidas de esta naturaleza cuando se generan situaciones de emergencia. El problema se presenta cuando un gobierno hace de la asistencia social un programa permanente. Se convierte entonces en populista. Es un gobierno que apela en todo momento a esa abstracción llamada pueblo y en su nombre comete todas las barbaridades. El dinero que se reparte para anestesiar un poco la angustia por la vida, la desesperación que produce la impotencia ante una suerte de miseria, se evapora sin ningún efecto productivo como gotas de agua en las arenas del desierto. El objetivo no será nunca acabar con la marginación de millones de familias que se debaten entre el lodo del desprecio y el olvido, sino apenas el de mantenerlas en un nivel básico de sobrevivencia.

Felipe Calderón se ha propuesto tomar medidas de emergencia para evitar que los pobres empiecen a caer muertos de inanición masivamente. Tendrían que ser medidas compensatorias de la caída súbita de la capacidad de compra que han experimentado millones de mexicanos. Pero no siquiera. Lo que realmente está mostrando es que la sombra del otro ha llegado hasta Los Pinos y le dicta la política a seguir. El problema es que las medidas se convierten en una distorsión de la propuesta original del otro sencillamente porque se intentan aplicar en el mismo contexto en que se producen las crisis. La economía de libre mercado no le permite al Estado intervenir enérgicamente para regular sus movimientos, sus convulsiones, sus crisis recurrentes. Lo único que le queda a un Estado neoliberal es someterse a la máxima de dejar hacer, dejar pasar y adoptar ciertas medidas que no pueden sino verse como de limosna social.

También existe el populismo de derecha. Tiene que ver con un gobierno que está urgido de aceptación social y que se ha visto obligado a aplicar medidas que siguen yendo a contracorriente de las expectativas de la sociedad. ¿Cómo instalarse en las preferencias de sus gobernados cuando les está golpeando tan drásticamente el bolsillo, cuando los empuja más y más al borde del precipicio? En este populismo de derecha emergente se da una curiosa combinación de demagogia con las acciones concretas de reparto limitado de algunos bienes. Por demás está decir que medidas de esta naturaleza nunca se convierten en las soluciones de fondo que reclaman quienes han padecido desde siempre el olvido oficial. En el discurso, como ocurrió en su momento con Fox, se empieza a concebir y a construir un mundo ideal, un país donde todos los problemas que agobian a la población se encuentran siempre en curso de solución, donde la dicha y la prosperidad saturan el aire que todos respiramos. En el sexenio anterior se le llamó Foxilandia.

No es improbable que Felipe Calderón no esperara una crisis económica como la que se la ha venido encima. Es algo que con toda seguridad se contrapone a sus planes originales. Pero la realidad es siempre mucho más fuerte que los deseos. La crisis económica que estamos padeciendo es también producto de los compromisos que se adquirieron durante toda esa campaña que ensució y dañó severamente a la democracia. Quienes se cobran las facturas no se detienen ante el riesgo de que la crisis económica pudiera llegar a convertirse en una crisis de gobernabilidad. La orientación neoliberal ha llegado a tal extremo que el Estado mexicano se ha quedado prácticamente con las manos atadas. No hay nada que hacer sino observar pasivamente cómo la economía de libre mercado, los procesos de globalización neoliberal, eliminan todo vestigio del Estado de bienestar social que alguna vez se vislumbró en el horizonte.

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