Por: Jenaro Villamil.
México, D.F., 30 de enero (apro).- La gira de Felipe Calderón por Europa confirmó a los ojos de la prensa internacional lo que los mexicanos hemos observado en menos de un mes: la compulsión anticarismática del presidente mexicano, que lo ha llevado a actuar de manera torpe y camaleónica, como aquel personaje de Zelig, creado por Woody Allen.
Sin embargo, más temprano que tarde sale a relucir su verdadero talante poco tolerante o su idea aspiracional de la posición de México en la economía globalizada.
Cada vez que quiso agradar a un auditorio empresarial (como le sucedió en Alemania y en Davos), Calderón agredió a las naciones que apenas una semanas antes alabó (como fue en el caso de Venezuela, Argentina, Bolivia y, de paso, Brasil), cuando pretendió quedar bien con los inversionistas extranjeros, a los que dijo que México es un “seguro contra el populismo”.
En Estados Unidos no pocas empresas, como la poderosa General Electric, saben que en México los monopolios de televisión y telecomunicación son los que realmente mandan. Y cuando buscó quedar bien con el gobierno español, ante el reciente ataque terrorista de la ETA, el presidente de su partido, Manuel Espino, fiel a su apellido, actuó como buen aguafiestas, haciendo declaraciones nada diplomáticas al periódico La Razón.
Por si fuera poco, Calderón ignoró que uno de los puntos que más preocupan a los gobernantes e inversionistas europeos es el respeto a los derechos humanos. Ni una sola mención a éste tema. Sin embargo, en Berlín, Londres y Madrid las protestas de residentes mexicanos y de activistas de organizaciones sociales por el maltrato, las torturas y los abusos sexuales documentados contra decenas de ciudadanos en Oaxaca, mostraron el otro rostro de la demagogia calderonista. La televisión mexicana simplemente invisibilizó estas protestas.
La gira europea de Calderón pretendió ser un largo promocional de nuestro país para atraer a los inversionistas. Con poco pudor y sin el menor tacto diplomático, el mandatario mexicano, al querer presumir el “paraíso del futuro” que representa México, acabó por agredir a las otras naciones latinoamericanas. “Hay una preocupación entre los inversionistas sobre lo que pueda pasar en América Latina. Lo ocurrido en Venezuela, Bolivia y otros países, donde ha habido expropiaciones que los inversionistas atentan contra su patrimonio, no debe ser una percepción que englobe a toda la región”, declaró al periódico catalán La Vanguardia.
Por si fuera poco, Calderón demostró que sus fugaces estudios en Harvard no le ayudaron mucho a entender la dinámica de la globalización económica. Si nos atenemos a sus discursos y promocionales, para Calderón lo importante es convertir a nuestro país en un receptáculo de inversiones extranjeras, casi un free way de maquiladoras, sin poner ninguna condicionante y, mucho menos, sin comprometerse a impulsar las propias exportaciones de nuestro país. Como han demostrado los “milagros económicos” recientes de China y las naciones del sudeste asiático, para competir en la globalización no basta con importar capitales, sino ser capaces de impulsar una economía de servicios, intensiva en exportaciones, y promover la competencia económica, como han hecho los europeos. El modelo maquilador simplemente se agotó.
En Madrid, Calderón se volvió un promotor acrítico del TLC, algo que ni el mismo Carlos Salinas de Gortari se atrevió a realizar ignorando los matices de éste tratado que ha empobrecido al campo mexicano, e ignoró una agenda migratoria elemental, así como beneficios sociales, a diferencia de la Unión Europea.
Calderón recordó que “casi el 80 por ciento de la inversión extranjera directa (en México) ha estado vinculada al sector del NAFTA (las siglas en inglés del TLC), el 60 por ciento de los nuevos empleos formales han estado vinculados a este sector y los salarios son un 42 por ciento superiores en promedio”.
Lo peor es que esta gira de Calderón apenas y despertó el interés de la opinión pública europea. Concentrados como están en la debacle del gobierno de George W. Bush, en los problemas del calentamiento global y las resistencias del gran capital para apoyar, y en la bomba de tiempo que representa Irán, los europeos simplemente vieron en Calderón un personaje de guión, atrabancado que acabó por servirle a Hugo Chávez, el incontenible mandatario venezolano, en un pretexto más para su oratoria incendiaria.
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