Las enseñanzas de Kapuscinski
Jorge Gómez Naredo
Ryszard Kapuscinski murió el martes pasado en Polonia. Su obra periodística es, en una palabra, excepcional. Nunca recibió el Premio Nobel de Literatura, pero no le hizo falta, pues siempre estuvo acostumbrado a pensar con los pobres, a estar próximo a los sin voz, a darle atención a todos aquellos que jamás tuvieron la mirada de los poderosos, de los ricos, de los grandes medios de comunicación. El codiciado galardón hubiera sido un simple reconocimiento de los de arriba, nada más. Lo que a él le interesaba no eran los corrillos del poder, los cotilleos e intrigas de la política más insulsa y superficial. No, a él eso le producía repulsión. Su objeto, su interés, su gran pasión era la comprensión de los problemas desde adentro. Por eso en Ébano, un libro-reportaje sobre la conflictividad del continente africano, describió cómo era su vida en una modesta habitación de un barrio pobre: siempre estaba cerca de los humildes, de quienes quería describir y explicar sus comportamientos, sus acciones. La misión del periodismo siempre fue clara para Kapuscinski “en mi opinión el verdadero periodismo es el de contacto vivo con la gente y con las situaciones: ese conocimiento directo constituye la base del reportaje serio y con ambiciones literarias”.
Nunca sobran las palabras cuando se escribe sobre Kapuscinski. Es un arquetipo no solamente para el periodismo, sino para muchos ámbitos profesionales. Si confrontamos la visión del periodista polaco con los fracasos de las políticas gubernamentales en México, tendremos muchas reflexiones interesantes. Para Kapuscinski estar cerca de los problemas era fundamental. ¿Acaso no sería conveniente que nuestras autoridades se plantearan comprender a la inmensa mayoría de los mexicanos que vive en la pobreza y sufre los aumentos de los productos básicos?
Felipe Calderón declaró en el Foro Económico de Davos, Suiza (conciliábulo donde los dueños del dinero dicen a los Estados qué deben y no hacer) que México había, el 2 de julio de 2006, optado por el “libre mercado”. ¿Acaso estas enunciaciones desafortunadas representan el sentir común de los mexicanos? Por supuesto que no. Lo único que demuestran es la falta de cercanía de Calderón con el pueblo y su incapacidad para comprender los problemas de los mexicanos. Pero, ¿por qué no los entiende? Simple, porque jamás ha estado cerca de ellos, porque nunca los ha vivido, no le interesan.
Los funcionarios públicos mexicanos están acostumbrados a alejarse de la sociedad que los vota. Viven inmersos en una burbuja donde no existen dificultades y donde la carestía es una palabra inexistente, ¿cómo pueden gobernar así por bien del país? Imposible hacerlo. Por eso aparecen personajes como Felipe Calderón que se dedica a hacer declaraciones absurdas e incoherentes; por eso en la vox populi se bautizó a este fenómeno como “foxilandia” y por eso buena parte de la población está desencantada de la supuesta democracia, pues quienes están arriba jamás piensan como los de abajo ni conocen los problemas y necesidades de los más humildes, en un país, hay que recordarlo, que está atrapado entre la pobreza y la pobreza extrema.
Kapuscinski marcó el periodismo porque buscaba dar voz a los pobres, a los que siempre se les ha negado el privilegio de expresar su sentir. Criticó con ahínco a los medios de comunicación electrónicos masivos porque, en lugar de informar, buscaban hacerse de más y más poder. Lo explicó elocuentemente: “en el mundo contemporáneo, tener medios de comunicación significa tener poder”; ¿y de qué sirve a la gente que los medios de comunicación tengan poder si continúan olvidando y ocultando el sentir de la inmensa mayoría?
El periodismo, cuando se alía con una clase política corrupta, en lugar de ser un arma para democratizar y sensibilizar a los gobernantes, se convierte en una puñalada trapera a los más humildes, a los que carecen de voz. No hay información objetiva ni hay interés por los verdaderos problemas de los gobernados, no existe la crítica y sí los cercos informativos que consolidan la visión obtusa de los gobernantes, donde los pobres mejoran y alaban la acciones de los funcionarios públicos. Ejemplos tenemos muchos: ahí está Felipe Calderón, encerrado en una burbuja (donde todo es selecto) que le impide ver la pobreza y el gran repudio que buena parte del pueblo mexicano le tiene. Por eso las enseñanzas de Kapuscinski son importantes tanto para el periodismo como para el arte de gobernar: conocer los problemas de la población, vivir cerca de ellos y estar consciente de las necesidades de los gobernados son tareas imprescindibles. Lástima que Calderón, el individuo que llegó a la presidencia a través de un fraude y de una campaña electoral sucia e irresponsable, haga suya la famosa frase de Carlos Salinas de Gortari: “ni los veo ni los oigo”. Vaya forma de gobernar tan convincente...
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