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viernes, enero 26, 2007

Opinión - Jorge Souza Jauffred

LA FERIA

Jornada Jalisco

Las ideas son más peligrosas que los hombres. Por eso, a lo largo de la historia, han sido combatidas tantas veces desde el poder y por eso preocupan tanto a los gobiernos que no cuentan con argumentos para luchar contra ellas. El ejemplo que se repite como prototipo de la intolerancia a las ideas es el sufrido por el sabio Galileo Galilei (1564-1643), a quien la Iglesia Católica estuvo a punto de ultimar por difundir que la tierra giraba en torno al sol, y por lo tanto no era el centro del universo, como lo afirmaba la vieja idea de Aristóteles. Otro sabio, Giordano Bruno (1548-1600) muere quemado, acusado de herejía por sus ideas; una de ellas identificar la grandeza del universo y la naturaleza con Dios. La lista de grandes hombres agredidos por sus ideas es interminable.


La literatura también se ha encargado ampliamente de presentar sociedades que luchan contra las ideas. En el famoso libro de Hermann Hesse, El juego de los abalorios, en el que el gobierno de la utópica Castalia dirige un mundo perfecto, pero el hombre que sería quizá el posible sucesor del gobernante mundial, Jose Knecht, renuncia al encontrar que aquel mundo es tan imperfecto como los anteriores; estas ideas le valen una especie de exilio “suavizado” de parte del gran maestro del juego y mandatario mundial.

Más cercanos y claros son los libros Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, en donde los libros son quemados por las autoridades y las personas que leen y piensan son perseguidas y ejecutadas. En Un mundo feliz, de Aldous Huxley, las ideas del protagonista, Vincent, lo dejan fuera de la estructura social debido a que cuestiona la raíz misma de aquella sociedad aparentemente perfecta. Más graves resultan las sanciones impuestas a los pensadores en la utopía de George Orwell 1984, en donde los detractores no sólo mueren, sino que, antes, son obligados a renunciar a sus ideas con los peores tormentos, después de ser apresados por la policía del pensamiento.

Todo esto viene al caso porque el Congreso del Estado debate una ley que permitirá la creación de “agentes encubiertos”, quienes supuestamente se inmiscuirán en los grupos delictivos para reportar sus operaciones. Esta medida, ampliamente adoptada en países como Estados Unidos o España, no rinde en realidad ningún resultado contra los poderosos grupos de narcotraficantes y las mafias organizadas. Aunque en el viejísimo programa televisivo de “En la cuerda floja”, el agente encubierto (el héroe de la serie) siempre brindaba los datos que conducían a la captura de los malhechores, en la vida real se ha comprobado que no es así.

Los nombres y los datos de los maleantes ya los tienen ahora en sus manos las corporaciones policiacas. Detenerlos y proceder contra ellos es otra cosa. Los dirigentes de los grupos delictivos organizados no son peces fáciles; el dinero que han acumulado les permite tener de su lado policías y políticos que los defienden; como lo dijo cínicamente el alcalde de Tijuana, Jorge Hank Rhon, ellos pagan mejor que el Estado y que los Ayuntamientos. Los capos de las mafías sólo caen cuando debajo de ellos ya hay otro grupo más fuerte que ha tomado el control de los negocios ilícitos que dirigen.

Así que, si no es para detener a los grandes delincuentes ¿para qué servirían los “policías disfrazados de civiles? Muy fácil. Para lo mismo que trabajaron durante los sexenios priístas; para proporcionar información al gobierno sobre los grupos de intelectuales, los movimientos de sindicatos, los partidos políticos de oposición, los movimientos de los periódicos, etcétera. Es decir que, en otras palabras, el PAN va por la legalización de una de las cosas que siempre le criticó al PRI. Por eso, no es extraño que entre los mismos panistas haya quienes no quieren avalar esta nueva ley. Por eso el alcalde tapatío, Alfonso Petersen, dijo que no era ni legal ni oportuno caminar en ese sentido; igualmente, el director de Seguridad Pública de Guadalajara, Macedonio Tamez, se pronunció en desacuerdo con esta legislación. (Por cierto que ayer compró personalmente todos los ejemplares de La Jornada en el centro tapatío).

Así que regresamos a tiempos superados. Así que ahora también vamos a cuidarnos de lo que andamos diciendo y de lo que andamos escribiendo, porque no sabemos si el vecino es uno de esos agentes que cobran en el gobierno. Ojalá que los legisladores consideren que las ideas deben combatirse con otras ideas mejores, más sólidas, más finas y benéficas; y no con infiltrados para obtener información que, más tarde, les permitan triunfar en las elecciones, encarcelar a un periodista o chantajear a un ciudadano.

Ojalá que los panistas, al menos en este punto, actúen con sentido histórico y no le den vuelta hacia atrás a la manivela del desarrollo político de Jalisco. Por algo los organismos defensores de los derechos humanos y la propia Comisión Estatal han alzado su voz contra este intento de embozar el espionaje ciudadano.

Elena Matute no se fue al Ayuntamiento de Guadalajara así nomás. Dejó una larga herencia que ira apareciendo poco a poco en el Instituto Cultural Cabañas. Su primer legado fue dejar los pisos destrozados, ya que la última exposición que montó (y en la que por cierto contrató como museógrafo a su yerno, sin licitar la contratación como lo ordena la ley) dañó gravemente los pisos nuevos con muros falsos colocados arbitrariamente y sin cuidado en varias salas. Pero, lo más grave es que sus ataques contra el sindicato han provocado que el ICC se encuentre al borde de la huelga, precisamente en vísperas de realizarse la última exposición del sexenio. La herencia seguirá apareciendo. Y eso es todo por ahora, nos leemos el lunes en este mismo espacio.

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