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miércoles, enero 24, 2007

Opinión - Jorge Souza Jauffred

La Feria

Bush y la construcción de otra bélica fantasía ominosa

Adiós al maestro Kapuscinski

El maestro del terror, George W. Bush, configuró ayer un nuevo escenario de amenazas y premoniciones contra los ciudadanos de Estados Unidos para obligarlos a otorgarle su apoyo para un nuevo envío masivo de soldados a Irak.

Durante el informe anual que rindió ante un Congreso de mayoría demócrata, el mandatario no pudo esgrimir argumentos para defender uno de los mayores crímenes masivos que se han perpetrado en la historia reciente de la humanidad (más de 120 mil iraquíes asesinados por las tropas invasoras estadunidenses). En cambio, sembró, una vez más, el miedo entre la gente, y le amenazó con un futuro funesto si no se “gana” la guerra. Una guerra que justificó en su momento diciendo al mundo, a voz en cuello, que Sadam Hussein, el tirano mandatario iraquí, tenía armas de destrucción masiva, lo que a la postre resultó ser una total mentira. En términos reales, Hussein era sólo un pobre diablo cuyas armas más letales eran aquellas que le habían sido proporcionadas precisamente por Estados Unidos y por Gran Bretaña, en aquellos tiempos, cuando Ronald Reagan era su aliado y su amigo.

Ahora, en esta nueva fase del episodio, semanas después de que los estadunidenses rechazaron la invasión iraquí y votaron por una mayoría demócrata en el Congreso, el presidente advierte, con índice de fuego, que “un fracaso” en aquella nación traería consecuencias “graves” para Estados Unidos. Ya con argumentos similares, aunque menos descarados, Geroge W. Bush obtuvo la ree-lección hace poco más de dos años, en una elección llena de dudas, debido al conteo de las boletas electorales en el estado de Florida. Ahora, intenta de nuevo levantarse de sus cenizas despertando el miedo entre los suyos.

La credibilidad y la posibilidad de manipular a los votantes ya quedó de manifiesto durante los anteriores comicios, en la forma en la que votaron los estados según los índices de cultura de sus habitantes. En las zonas más cultas, como en el noreste (con Nueva York como centro de gravedad) y la del suroeste (con las ciudades californianas como centro) la gente sufragó masivamente en contra de Bush. Pero en el extenso centro, habitado por el ciudadano medio, el miedo que sembró Bush hizo su labor y le consiguió los votos necesarios para triunfar.

Anoche, el discurso de Bush dibujó de nuevo un horizonte devastador para su país, si no sigue al pie de la letra sus instrucciones. En su arenga, justificó la invasión diciendo: “para ganar la guerra contra el terrorismo, debemos llevar la lucha al enemigo. Desde el comienzo, Estados Unidos y nuestros aliados han protegido a nuestro pueblo al mantenerse en la ofensiva”. Traducido al lenguaje real, el mandatario tejano está construyendo una fantasía ominosa contra su gente. Si no está la guerra allá, en Irak, entonces podría estar acá, en su país. Contra esa amenaza no hay argumento que valga porque no se trata de razonamientos, sino de la elaboración detenidamente planeada y cuidadosamente verbalizada de una amenaza que pueda aterrorizar a cualquier ciudadano. Bush ha decidido hasta la mente del estadounidense medio una posible pesadilla que le permite establecer “O yo o el caos”; “o yo o la muerte”.

Parte de su estrategia fue la de celebrar el arribo de la demócrata Nancy Pelosi al liderazgo demócrata. Su celebración, que estudiadamente lo mostró como un individuo relajado, sin rencores contra los demócratas y dispuesto a sonreir, se apuntaló con la petición de una reforma migratoria que beneficie a millones de migrantes. Esa reforma que ha lanzado al aire cada que quiere aumentar sus puntos en las encuestas y que nunca se concreta. Todos estos elementos hicieron del discurso del presidente de Estados Unidos una pieza discursiva finamente elaborada, pero con un fondo verdaderamente estremecedor. Serán los propios estadunidenses los que resuelvan si vuelven a caer en esa trampa, ante el prestidigitador del miedo; serán ellos quienes decidan si le vuelven a confiar la vida de sus jóvenes, para que luchen y queden mutilados (al menos psicológicamente), a una guerra en la que sólo ganan los comerciantes de la muerte.

La casa Arreola. En los dos o tres años recientes mucho se ha hablado de Juan Rulfo y de Agustín Yánez y poco, muy poco, de Juan José Arreola. Por supuesto que a él no le hace falta. El maestro de la invención varia no necesita que se hable de él para que su obra siga perteneciendo al ámbito de la gran literatura, al dominio de las obras maestras. Sin embargo, en estos días habrá motivos para recordarlo. La casa de Juan José Arreola, allá en una orilla de Zapotlán el Grande (antes Ciudad Guzmán) comienza a convertirse poco a poco en lo que será algún día cercano un centro cultural importante. La finca fue adquirida por el gobierno del estado hace poco más de un año, pero se encontraba en condiciones tan malas que fue necesario someterla a una concienzuda remodelación. Ahora, cuando los trabajos de remozamiento casi han terminado, la Secretaría de Cultura ya planea amueblarla e inaugurarla para que se realicen en ella programas y actividades culturales.

Adiós a Kapuscinski. El destacado periodista y escritor polaco, Ryszard Kapuscinski (Polonia, 1932), uno de los autores que revolucionaron la forma de ver y de presentar las noticias periodísticas, falleció ayer. Este maestro del periodismo contemporáneo cubrió 17 revoluciones y procesos de descolonización en todos los continentes y mantuvo un estilo intenso y profundo en sus reportajes y libros. Entre otras cosas, Kapuscinski dijo que la gente le creía más a la televisión que a la realidad, en un intento por definir la forma en la que la noticia transmitida por este medio modelaba la percepción de la realidad y, por lo tanto, las reacciones y los pensamientos de los espectadores. Y eso es todo por ahora, nos leemos mañana en este mismo espacio.

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