La Feria
El rostro de Guadalajara se desvanece con el crecimiento urbano sin una correcta planeación
Jornada Jalisco
Tanto y tan rápido ha cambiado, que algunas veces esta Guadalajara tan nuestra me parece ajena. De pronto, en mi automóvil, me encuentro en zonas que no conocía o en espacios que hace apenas cinco o seis años eran terrenos baldíos y ahora son asiento de nuevas colonias. Me parece que fue ayer, por ejemplo, cuando visité la casa del poeta José Ramos en San Sebastián, para pasar con él un día de campo; hoy, esa zona es asiento de miles de nuevas casas que, apeñuscadas en colonias con escasos espacios verdes, ven surgir a nuevas generaciones de tapatíos en condiciones de hacinamiento cuyas consecuencias aún no se prevén.
La visión de muchos constructores de fraccionamientos es tal, que han regateado hasta el último centímetro de terreno, en beneficio de sus bolsillos. Las áreas de donación, por ejemplo, algunos las compraron al ayuntamiento de Tlajomulco o de El Salto, apenas habían sido entregadas. Las calles son estrechas, las casas reducidas, no hay sitio para escuelas, mercados u hospitales. No hay lugar para otra cosa que no sea el terreno que el fraccionador ajusta apretadamente al diseño de casas de 50, 60 ó 70 metros cuadrados, encerradas muchas veces en enormes “cotos”.
En Tlajomulco, al sur de la mancha urbana, crecen como trigales los fraccionamientos. En 2006, fue uno de los municipios con mayor crecimiento urbano en el país; pese a ello, sólo una gran arteria, López Mateos, la une al centro de la urbe y permite el artrítico desplazamiento de cientos de miles de vehículos cada día. De poco han servido los pasos a desnivel que se realizaron en esa avenida como parte de un plan que, ya desde hace años, fue cuestionado por expertos en vialidad urbana. ¿Por qué invertir mil millones (más o menos) en un paso a desnivel, cuando con la suma de esas inversiones podría servir para comenzar un tren urbano, por ejemplo?
La zona norte no se queda atrás. La carretera a Tesistán es el eje sobre el que emergen innumerables colonias (unas precarias otras no, unas irregulares otras no) que, nuevamente, carecen de hospitales (excepto el Angel Leaño, que se encuentra en la zona desde antaño), mercados, escuelas y otros servicios. El valle de Tesistán, considerado como la reserva natural que contendría el crecimiento de Zapopan está invadido por decenas de miles de viviendas, que sin orden ni controles, se reproducen ocupando casi mil hectáreas por año; (300 de las cuales son ocupadas por asentamientos irregulares, carentes de servicios). La avenida a Tesistán es la única arteria que comunica este nuevo y desordenado mundo con la zona más céntrica; claro, está saturada y el lento movimiento de las largas filas de automóviles durante las horas “pico” es desesperante.
Todo esto es parte de la nueva Guadalajara y parte de su nuevo rostro, desfigurado. No hay espacios culturales en estas colonias, ni posibilidad de construirlos; la estructura de organización social es mínima, los tiempos de desplazamiento se alargan, los integrantes de las familias se desconectan, los muchachos se reúnen en calles, esquinas y billares, ante la escasez de áreas verdes, centros sociales, unidades deportivas. Las pandillas en esas zonas se cuentan por cientos, según los registros de la policía estatal, y las formas de integración social que se generan ante la falta de alternativas culturales, de empleo o de estudios, suelen ser violentas y destructivas. Guadalajara se convierte poco a poco en el presente, en un problema futuro.
Pues bien, en esa ciudad cuya fisonomía amenaza con borrarse, surgen también, de cuando en cuando, espacios para el respiro. Uno de ellos, la avenida más bella e importante (el eje Javier Mina-Juárez-Vallarta, incluyendo la avenida Chapultepec), se transforma cada domingo en una vía recreactiva que miles de tapatíos recuperan para sí. La recorren a pie, en patines, en bicicleta o en patineta, acompañados de amigos, de parejas o mascotas. La mirada, entonces, vuelve a hacer suya una parte de que fue esta capital; las hermosas casas de Vallarta, los árboles añosos, el paseo peatonal tranquilo, sin el riesgo del automóvil, la calma de la caminata, la conversación agradable, el ejercicio, el café en una esquina mirando a los que pasan. Un aire más sereno parece recorrer esa avenida los domingos, cuando los tapatíos se apoderan de ella.
Ahí, en esa vía y en otros espacios comunes que la gente disfruta en sus días libres (como la Plaza Tapatía, por ejemplo), más de 100 vacas, creadas por artistas locales, rompen la sensación del “desarrollo” mecanicista y el tráfago cotidiano, y abren un nuevo espacio a la observación, a la sonrisa, al guiño amable al ciudadano que de nuevo se humaniza en la mirada de esos bellos animales. Las vacas dialogan con las familias, con los adultos, con los niños. La gente recorre el camellón de Chapultepec y se acerca a estos increíbles animales; los toca, se fotografía con ellos y, en ese diálogo silencioso, recupera en alguna forma el contacto con su propia ciudad.
En esa forma, las vacas, elementos efímeros, se convierten pretexto que permite a la gente volver a su ciudad, recorrerla, disfrutarla, aunque sea por un rato, mientras que el tiempo sigue destruyéndola.
Finalmente, quiero otorgar mi premio personal a las vacas huicholas, verdaderas obras de arte entre muchas otras, que sin duda quedarán como una bella marca en la memoria. Y, bueno, pues el espacio acaba, así que nos leemos el día de mañana en esta misma Feria.
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