Jorge Zepeda Patterson
3 de diciembre de 2006
Siguen lloviendo evidencias sobre la debilidad con la que inicia Felipe Calderón. Al asumir la Presidencia, "toma posesión de una cabina de mando en la que la mayor parte de los botones y palancas ya no está en el tablero", escribimos hace una semana. Prácticamente se ha colapsado el rol de la Presidencia como eje articulador del poder político. Los poderes de facto han aumentado su protagonismo y no están dispuestos a cederlo (el narcotráfico, los empresarios, además de los otros actores políticos: partidos, Congreso, gobernadores, intereses externos, sindicatos y monopolios).
En resumen, los márgenes de maniobra de Calderón son bajísimos, y los riesgos de pérdida de control altísimos. La situación no es culpa de él, personalmente, pero lo que siga será responsabilidad suya. ¿Qué va a hacer al respecto?
En mi opinión, la única alternativa que tendría el régimen es una salida hacia delante, para ampliar el margen de maniobra presidencial. Es tal la parálisis que existe entre la clase política (evidenciada con el caso de Oaxaca o la toma a golpes de la tribuna de la Cámara de Diputados), que hay condiciones para establecer un relativo liderazgo si Calderón toma la iniciativa y sorprende con medidas destacadas e impactantes.
Una, desde luego, sería la resolución del conflicto de Oaxaca, aun cuando incurra en riesgos. Tumbar a Ulises Ruiz, aunque luego deba negociar con el PRI. En el fondo, a estas alturas, el propio PRI lo agradecería, no obstante que frente a las cámaras tuviera que hacer un berrinche. En todo caso, el país completo lo aplaudiría. Mostraría que otra vez México tiene una dirección política capaz de imponer "lo correcto", lo que conviene a todos. Durante décadas, la estabilidad se basó en la capacidad del presidente para imponer "reglas no escritas", pero que presuntamente buscaban lo que convenía al país.
Cuidado, esto no significa mano dura. Por el contrario. Lo más fácil es creer que reprimir a los inconformes traerá paz y tranquilidad. Sucedería justamente lo contrario y, además, con la represión, Calderón demostraría que, en medio de la polarización de la sociedad, el Presidente viene a gobernar en nombre de un polo y en contra del otro. Saldríamos del impasse en que nos encontramos, pero con dirección al precipicio.
Los mexicanos necesitan un presidente. No sé si Calderón sea el que convenga, pero es el que tenemos. Debe tomar acciones impactantes, que establezcan la noción de que hay un liderazgo, pero deben ser medidas que resulten en beneficio del sistema en su conjunto, y no en favor de una fuerza y en detrimento de otra.
Además del caso coyuntural de Oaxaca, recurrir al quinazo es un recurso infalible si se realiza con firmeza y buena puntería. Salinas enderezó su tambaleante sexenio gracias a esta medida. Con el raulsalinazo, Zedillo acalló las voces que hablaban de su renuncia tan pronto cumpliera los dos primeros años (para evitar elecciones). El caso Bibriesca ofrece una inmejorable oportunidad a Calderón para legitimarse ante la opinión pública. Motivos sobran:
Muchos creen que la peor pesadilla de Vicente Fox es Andrés Manuel López Obrador, y hasta hace dos meses tenían razón. Pero la persona que en verdad le quita el sueño a Fox se llama Anabel Hernández. Hace unos años, esta periodista dio a conocer el Toallagate de Los Pinos; el año pasado publicó La familia presidencial (coautora con Arelí Quintero) que ya exhibía los malos manejos de los Bibriesca, y ahora publicó en solitario un libro admirable por su solidez y contundencia: Fin de fiesta en Los Pinos. Se trata de una investigación con datos y pruebas abrumadoras de la manera en que los hijos y los hermanos de Marta Sahagún torcieron la ley para defraudar al Estado y hacerse de una fortuna incalculable.
El principal recurso fue trampear licitaciones mediante el tráfico de influencias, para hacerse de todo tipo de contratos con el gobierno. Paquetes de propiedades con valor de 12 mil millones de pesos, compradas al IPAB en 400 millones y revendidas inmediatamente. Contratos de Pemex por cientos de millones de dólares para transportar petróleo en altamar, aunque recontrataran a una empresa danesa; venta en el mercado negro de mercancías incautadas en las aduanas; obtención de una línea aérea mediante prestanombres; contratos de Infonavit para construir casas de interés social. Además de la influencia de la primera dama, se utilizaba un recurso infalible, aunque ilegal: licitar a costos mucho más bajos que sus competidores, ganar la licitación y luego de algunos meses, modificar el contrato para hacerlo rentable y sin restricciones para poder "revenderlo" .
Todos los casos están documentados y comprobados por Anabel. A la PGR y a la Secretaría de la Función Pública les bastaría muy poco para librar órdenes de aprehensión. Habría además pistas para temas adicionales que merecen mayor investigación, como los vínculos con el narcotráfico. Desde luego, se trata de una decisión política. Puede alcanzar a Sahagún o sólo a sus familiares. Hay riesgos y cálculos políticos en los que la Presidencia incurriría. Pero hay mucho que ganar; los grandes problemas reclaman soluciones trascendentes.
El país necesita llegar a acuerdos y consensos para implantar reformas que propicien gobernabilidad y crecimiento. Pero antes, el sistema requiere un mínimo de liderazgo que garantice el éxito de las convocatorias y el respeto de los acuerdos. En este momento, ni siquiera eso tenemos. Calderón puede conseguirlo a través de medidas impactantes que sean percibidas como benéficas para todos. Urge enterar al país de que ha llegado un piloto a la cabina de mando. De lo contrario, la polarización de la sociedad, los pleitos y los poderes fácticos lo consumirán. Resolver Oaxaca ya; operar un quinazo. ¿Hombre de Estado o simplemente otro presidente panista?
www.jorgezepeda. net
Economista y sociólogo
3 de diciembre de 2006
Siguen lloviendo evidencias sobre la debilidad con la que inicia Felipe Calderón. Al asumir la Presidencia, "toma posesión de una cabina de mando en la que la mayor parte de los botones y palancas ya no está en el tablero", escribimos hace una semana. Prácticamente se ha colapsado el rol de la Presidencia como eje articulador del poder político. Los poderes de facto han aumentado su protagonismo y no están dispuestos a cederlo (el narcotráfico, los empresarios, además de los otros actores políticos: partidos, Congreso, gobernadores, intereses externos, sindicatos y monopolios).
En resumen, los márgenes de maniobra de Calderón son bajísimos, y los riesgos de pérdida de control altísimos. La situación no es culpa de él, personalmente, pero lo que siga será responsabilidad suya. ¿Qué va a hacer al respecto?
En mi opinión, la única alternativa que tendría el régimen es una salida hacia delante, para ampliar el margen de maniobra presidencial. Es tal la parálisis que existe entre la clase política (evidenciada con el caso de Oaxaca o la toma a golpes de la tribuna de la Cámara de Diputados), que hay condiciones para establecer un relativo liderazgo si Calderón toma la iniciativa y sorprende con medidas destacadas e impactantes.
Una, desde luego, sería la resolución del conflicto de Oaxaca, aun cuando incurra en riesgos. Tumbar a Ulises Ruiz, aunque luego deba negociar con el PRI. En el fondo, a estas alturas, el propio PRI lo agradecería, no obstante que frente a las cámaras tuviera que hacer un berrinche. En todo caso, el país completo lo aplaudiría. Mostraría que otra vez México tiene una dirección política capaz de imponer "lo correcto", lo que conviene a todos. Durante décadas, la estabilidad se basó en la capacidad del presidente para imponer "reglas no escritas", pero que presuntamente buscaban lo que convenía al país.
Cuidado, esto no significa mano dura. Por el contrario. Lo más fácil es creer que reprimir a los inconformes traerá paz y tranquilidad. Sucedería justamente lo contrario y, además, con la represión, Calderón demostraría que, en medio de la polarización de la sociedad, el Presidente viene a gobernar en nombre de un polo y en contra del otro. Saldríamos del impasse en que nos encontramos, pero con dirección al precipicio.
Los mexicanos necesitan un presidente. No sé si Calderón sea el que convenga, pero es el que tenemos. Debe tomar acciones impactantes, que establezcan la noción de que hay un liderazgo, pero deben ser medidas que resulten en beneficio del sistema en su conjunto, y no en favor de una fuerza y en detrimento de otra.
Además del caso coyuntural de Oaxaca, recurrir al quinazo es un recurso infalible si se realiza con firmeza y buena puntería. Salinas enderezó su tambaleante sexenio gracias a esta medida. Con el raulsalinazo, Zedillo acalló las voces que hablaban de su renuncia tan pronto cumpliera los dos primeros años (para evitar elecciones). El caso Bibriesca ofrece una inmejorable oportunidad a Calderón para legitimarse ante la opinión pública. Motivos sobran:
Muchos creen que la peor pesadilla de Vicente Fox es Andrés Manuel López Obrador, y hasta hace dos meses tenían razón. Pero la persona que en verdad le quita el sueño a Fox se llama Anabel Hernández. Hace unos años, esta periodista dio a conocer el Toallagate de Los Pinos; el año pasado publicó La familia presidencial (coautora con Arelí Quintero) que ya exhibía los malos manejos de los Bibriesca, y ahora publicó en solitario un libro admirable por su solidez y contundencia: Fin de fiesta en Los Pinos. Se trata de una investigación con datos y pruebas abrumadoras de la manera en que los hijos y los hermanos de Marta Sahagún torcieron la ley para defraudar al Estado y hacerse de una fortuna incalculable.
El principal recurso fue trampear licitaciones mediante el tráfico de influencias, para hacerse de todo tipo de contratos con el gobierno. Paquetes de propiedades con valor de 12 mil millones de pesos, compradas al IPAB en 400 millones y revendidas inmediatamente. Contratos de Pemex por cientos de millones de dólares para transportar petróleo en altamar, aunque recontrataran a una empresa danesa; venta en el mercado negro de mercancías incautadas en las aduanas; obtención de una línea aérea mediante prestanombres; contratos de Infonavit para construir casas de interés social. Además de la influencia de la primera dama, se utilizaba un recurso infalible, aunque ilegal: licitar a costos mucho más bajos que sus competidores, ganar la licitación y luego de algunos meses, modificar el contrato para hacerlo rentable y sin restricciones para poder "revenderlo" .
Todos los casos están documentados y comprobados por Anabel. A la PGR y a la Secretaría de la Función Pública les bastaría muy poco para librar órdenes de aprehensión. Habría además pistas para temas adicionales que merecen mayor investigación, como los vínculos con el narcotráfico. Desde luego, se trata de una decisión política. Puede alcanzar a Sahagún o sólo a sus familiares. Hay riesgos y cálculos políticos en los que la Presidencia incurriría. Pero hay mucho que ganar; los grandes problemas reclaman soluciones trascendentes.
El país necesita llegar a acuerdos y consensos para implantar reformas que propicien gobernabilidad y crecimiento. Pero antes, el sistema requiere un mínimo de liderazgo que garantice el éxito de las convocatorias y el respeto de los acuerdos. En este momento, ni siquiera eso tenemos. Calderón puede conseguirlo a través de medidas impactantes que sean percibidas como benéficas para todos. Urge enterar al país de que ha llegado un piloto a la cabina de mando. De lo contrario, la polarización de la sociedad, los pleitos y los poderes fácticos lo consumirán. Resolver Oaxaca ya; operar un quinazo. ¿Hombre de Estado o simplemente otro presidente panista?
www.jorgezepeda. net
Economista y sociólogo
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