La teoría de la cobija
Publico - 12/12/06
Un presupuesto es como una cobija. Idealmente debe bastar para que todos se cubran, pero suele suceder que no alcance a tapar completamente, así que los que se quieren cubrir jalan de uno y otro lado. Y los que se cubren mucho suelen destapar al otro. Ésa es la historia de nuestro presupuesto, es decir el de una cobija que no alcanza para todos y termina jaloneado para uno y otro lado. La economía es por excelencia la ciencia de los recursos escasos. Se supone que debería servir para entender cómo podemos hacer para que sea más grande la cobija o por lo menos para repartirla mejor. Los economistas que elaboraron el proyecto de presupuesto por lo visto nunca han pasado frío. No parecen estar muy preocupados ni por repartir bien la cobija, ni por crear las condiciones para que ésta se haga más grande.
Todos los especialistas en la materia y los organismos internacionales lo repiten de manera incesante: un país sin educación está destinado al subdesarrollo. México, por razones demográficas, está entrando en una etapa en la que la educación media y superior se está volviendo esencial para el desarrollo. No sólo la pirámide de la población está demandando esos servicios educativos, sino que la propia estructura productiva está requiriendo personal más capacitado. Ahora no es suficiente tener la primaria o la secundaria. Sin hablar de la calidad de esta educación, se requiere mucho más para salir del subdesarrollo. Este país debería estar gastando mucho más en creación de escuelas media-superior y superior, más científicos y más investigadores en todas las áreas.
La pregunta es la siguiente: ¿si lo anterior es tan evidente, por qué los gobiernos no le dedican el suficiente presupuesto? La respuesta es relativamente simple, aunque la cuestión sea obviamente mucho más compleja: la cobija no alcanza para todo y para todos. En consecuencia, se les ha ocurrido a algunos que el Estado no puede cubrir esa necesidad y que es mejor que sea la iniciativa privada la que se ocupe de ese sector. El problema es que, con la distorsión de nuestro mercado, en lo que hemos acabado es en un país con creciente número de “universidades patito”, que ni cubren realmente las necesidades de la población, ni resuelven el problema de la educación superior de calidad en México. Desafortunadamente, la otra opción, es decir la de crear universidades públicas para atender una creciente demanda, otorgándoles los recursos necesarios para lograr realmente sus propósitos, tampoco se ha tomado. Siguiendo la imagen de la cobija, se les da un pedacito de ella, que no alcanza para cubrir ni el cuerpo ni los pies. Entonces tampoco sirve de mucho.
En México ya sucedió lo que muchos temían: que los funcionarios de gobierno provienen de universidades privadas y no tienen la menor sensibilidad respecto a la importancia de las universidades públicas. Quisieran ellos aplicarles una lógica que no funciona, porque no están hechas para responder a las necesidades de un mercado específico, en el que la educación superior se compra y se vende bajo un criterio de ganancia inmediata, sin que ello implique una visión de largo plazo sobre lo que necesita el país y sin que la mayor parte de ellas se ocupen de la investigación básica que sostiene el conocimiento. En nuestro país muy pocas universidades privadas se preocupan por apoyar la investigación y la educación en áreas no rentables en el corto plazo. Debilitar el presupuesto para la educación superior en México supone entonces vivir en el inmediatismo de la ganancia, además de circunscribir la educación a los que pueden pagarla, cerrando las vías para una sociedad menos desigual.
No es cierto que los países desarrollados hayan basado su crecimiento en la educación superior privada. En Europa, donde está la mayoría de los países desarrollados, no hay ninguna universidad privada importante o con más prestigio que las públicas. La Sorbona, Cambridge, Oxford, la Universidad Humboldt, el Instituto de ciencias Políticas de París, las llamadas Grandes Écoles, de cualquiera de los ámbitos de las ciencias son todas universidades públicas. La disyuntiva no está entonces entre la universidad pública y la privada, sino en la de otorgar estímulos fiscales y otros alicientes a las universidades privadas, pero sobre todo suficientes fondos a las universidades públicas para que contribuyan al desarrollo del país o, por el contrario, tenerlas siempre hambreadas y con recursos escasos. La paradoja es que el gobierno exige y aprieta cada vez más a las universidades públicas para que ofrezcan resultados en cantidad y al mismo tiempo en calidad. Pero no parece estar dispuesto a dedicar los recursos necesarios para ello.
En todo caso, lo más grave del presupuesto asignado a la educación no es la estupidez de algún diputado panista o el descuido de algún funcionario. Aunque muchos se hayan disculpado y deslindado, lo realmente grave es la mentalidad de muchos funcionarios, que siguen viendo el gasto social (en educación, en salud, etc.) como dispendio o despilfarro. Más valdría que, si no pueden hacer que la cobija crezca, dejaran por lo menos de jalarla para su lado y se descontaran otro diez por ciento de su sueldo.
rblancarte@milenio.com
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