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viernes, marzo 16, 2007

En Su Pecado Calderón Lleva la Penitencia

Por : Blogotitlán.

Cuando un ciudadano potosino que se identificó como militante del PRD le soltó a bocajarro que era un pelele, un espurio, Felipe Calderón ha de haber necesitado toda la fuerza de voluntad de su escolta para no estallar en ira y que se viera lo que todos conocen —su iracundia y poco control—, porque se contuvo y soltó un condescendiente “Sí, sí, amigo, gracias, buenos días”, para “darle el avión” a su interlocutor, tirándolo a loco.

Esa nueva reacción de quien los medios persisten en señalar como “presidente de México” —pues el país no acaba de aceptarlo como tal, por más spots y adornos que le pone la tele— se cruza con el aparente laissez faire, laissez passer hacia Vicente Fox con sus torpes exabruptos y cínicas fanfarronadas atribuyéndose todo el mérito de la usurpación de FeCal y la “continuidad” del PAN en el poder corrompido.

Pero no es generosidad de Calderón hacia el hablantín antecesor. Es su maldición. En corrillos políticos los ingenuos se preguntan por qué Calderón se deja ningunear de esa forma y no pone en su lugar a Fox, para que de una vez por todas sepa quién tiene el poder y ya se calle la boca. La verdad es que ni para eso tiene autoridad. Porque ambos están en sus respectivos lugares, actuando como les corresponde. Fox exhibiendo el poder transexenal de sus tonterías y FeCal aguantando el lodo de la usurpación. Uno y otro están en sus respectivas realidades y viven la corrupción que los beneficia, junto con su parentela y compinches.

Calderón siempre supo y padeció los enjuagues de Fox para imponer como sucesor a Santiago Creel. Conoció el desprecio público por las marrullerías presidenciales, que a Calderón le permitieron emerger como vencedor en la contienda panista, porque se le percibía como enfrentado a las pretensiones de Los Pinos. Más tarde, pese a no ser “su candidato”, se plegó a la trama que Fox armaba con el dinero público y todo el poder de la Presidencia, para “garantizarle” el triunfo —discutido y discutible, pero triunfo al fin—. Y tan sabía que su victoria no había sido tal y mucho menos limpia, que se escondió, inamovible, tras el legaloide argumento de que “la ley no prevé” el recuento de voto por voto y casilla por casilla para despejar cualquier duda de su magro “triunfo” que le diera una indiscutible legitimidad.

Calderón se sabe producto del fraude y por eso se escuda tras el Ejército y entrega unos aumentos de salarios a los militares, que rompen, con mucho, los topes fijados por los tecnócratas de Hacienda y el Banco de México, quienes no han dicho ni “pío” sobre las presiones inflacionarias de tales aumentos que, sumados al de los precios, rompen todos los controles y disparan la inflación muy arriba de sus previsiones. Por eso lo ocultan.

Si FeCal hubiera estado seguro de haber vencido limpiamente a López Obrador, como todo el aparato “institucional” insistía en difundir con sus loas a la transparencia del mecanismo electoral, lo más sencillo y contundente era aceptar el recuento y restregarle a AMLO su derrota. En ese momento se hubiera erigido con todo el poder de una decisión ciudadana, inducida o no, manipulada o no, pero indiscutible.

Pero Calderón sabía perfectamente que él había perdido, y que cualquier revisión haría aflorar el miasma guardado en los paquetes electorales, derrumbando —junto con las pretensiones transexenales— el tinglado armado por Fox, con presiones, amenazas, chantajes y dinero público, para efectuar el fraude y sentarlo en la silla presidencial.

Lo sabían Calderón, el PAN, las cúpulas empresariales y los medios de comunicación involucrados en la conjura, con Televisa al frente, así como las “serias y profesionales” empresas encuestadoras que se vendieron al mejor postor y se prestaron a la farsa de revertir en unos cuantos días la grisura de un Don Nadie, en refulgente popularidad de un candidato triunfador que por arte de magia arrasó a un político hecho y derecho, inamovible en la opinión popular.

Calderón conoció toda la trampa y hoy no puede alegar inocencia, sino padecer sus consecuencias.

Es un “mandatario” sin mandantes que lo respeten —sus manejadores lo toleran porque no les queda de otra, pues es muy pronto para cambiarlo por otro más carismático y menos discutible—, torpe, gris, errático, sin buenos asesores de mayor estatura intelectiva y racional que su Club de Tobi, igual o peor de torpes e ignorantes que su líder. Aunque —eso sí— muy pretensiosos con el poder usurpado.

Por eso Calderón permite las humillaciones de quien lo impuso. ¿Cómo contrarrestarlo? ¿Con qué verdad lo desmiente? Al preferir plegarse a lo que sus verdaderos amos le ordenan —callar y aguantar—, pues no es “conveniente” una ruptura o enfrentamiento público, Calderón disminuye más su personalidad ya disminuida por su "victoriosa" y accidentada toma del mando.

Las telarañas mentales de su conservadurismo reaccionario, la impuesta creencia de estar cumpliendo la defensa de una fe, lo alejan descomunalmente de una digna reacción de estadista como la de Lázaro Cárdenas del Río, cuando puso en su lugar a Plutarco Elías Calles, quien tenía muchísima mayor capacidad estratégica y poder táctico del que jamás haya tenido —y jamás tendrá— Vicente Fox.

Mostrando que consideran a México y los mexicanos como menores de edad incapacitados, Calderón sigue rodeado de sus niños cuatachines, dejando que Fox siga con sus “niñerías” y que Washington maneje todo como quiera, porque los gringos sí saben cómo hacerlo.

Pero su menosprecio a los ciudadanos mexicanos se le podrá revertir. No hay mal que dure cien años... vamos, a lo mejor ni tres.

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