Cruzada intolerante
El cristianismo es una gran multinacional con diferentes niveles de concientización.
Leonardo Boff
Realmente sorprende y preocupa lo que muchos políticos de derecha creen que es un Estado laico y lo que algunos ministros de culto, en especial de la jerarquía católica, entienden por no entrometerse en los asuntos políticos. La marcha “Actívate por la vida”, con la participación de funcionarios del gobierno -¡en domingo!-, y las declaraciones alocadas del cardenal Sandoval Iñiguez debieran provocar guasas y buen humor, salvo por el encono que alientan y la intolerancia que destilan.
En una sociedad moderna, plural, donde se expresan y conviven diversas formas de ver la realidad, solamente un Estado laico, sin influencia de ninguna Iglesia o religión, puede garantizar valores, prácticas y derechos democráticos. Donde sectores conservadores predominan y la Iglesia “cogobierna” -llámese islámica, budista, judía, protestante, cristiana o católica-, las conductas excluyentes, fanáticas y represivas afloran. Secularizar el Estado es un requisito fundamental para el respeto de las diferencias y la construcción de consensos a fin de alcanzar leyes que dan identidad, cohesión y normen la vida de los pueblos; es elemental para lograr su legitimación.
Si la derecha, porque gobierna, cree que puede imponer como decisión política y de manera totalitaria, sus creencias y formas de ver la vida a los demás, a lo único que estará abonando es al desgarramiento social y al linchamiento contra todos los que no piensen como ellos. Está alentando la violencia y la división.
Lo laico no se contrapone a lo religioso ni a la espiritualidad expresada en ninguna religión (o filosofía religiosa) sino a las ideas teocráticas de la política -al gobierno en nombre de Dios- y al autoritarismo de los dogmas que se intentan imponer como verdades universales a todos. Lo secular implica separar la religión del Estado –es más que ser “neutral”- a fin de que los ministros religiosos, cualquiera que sea su rango, no puedan ser parte del poder político ni tengan influencia en la generación y aplicación de las leyes. La laicidad es propia de la soberanía popular en un régimen democrático. Por ello, no admite ni justifica la imposición de las creencias aunque la mayoría de un pueblo las profese, aparentemente o no, porque éstas caen en el ámbito de lo privado y no de lo público.
Esto no impide la manifestación social de las ideas ni de las posiciones, pero sí exige el recato y el comportamiento responsable de las autoridades gubernamentales ante esas expresiones públicas, aún compartiéndolas –son los responsables de hacer, aprobar y aplicar las leyes velando por el bien común- y que el clero respete la ley, sin simulaciones. Las religiones deben someterse a normas generales que se apliquen a todas por igual y eso no sucede en nuestro régimen político –hay privilegios excesivos a la jerarquía católica por su relación con quienes gobiernan-; está claro a quién reconocen, nuestros funcionarios, como parte de los poderes fácticos, de los poderes reales.
Siendo Felipe Calderón candidato a la Presidencia de la República, en una reunión con la comunidad judía en junio del año pasado, se comprometió a que durante su gobierno no se iba a confundir religión y política. “No debe trasladarse el credo propio a la actividad del servicio público, tiene que distinguirse”, dijo. Se ve que a los funcionarios de Jalisco ese compromiso les pasó de noche o no lo entienden.
¿Por qué debe ser así, como dice Calderón?, leía un artículo, en Internet, que citaba a Mario Vargas Llosa, escritor peruano nacionalizado español, en El Lenguaje de la Pasión, con una razón poderosa: "ninguna Iglesia es democrática. Todas ellas postulan una verdad, que tiene la abrumadora coartada de la trascendencia y el padrinazgo abracadabrante de un ser divino, contra los que se estrellan y pulverizan todos los argumentos de la razón, y se negarían a sí mismas –se suicidarían- si fueran tolerantes y retráctiles y estuvieran dispuestas a aceptar los principios elementales de la vida democrática como son el pluralismo, el relativismo, la coexistencia de verdades contradictorias, las constantes concesiones recíprocas para la formación de consensos sociales. ¿Cómo sobreviviría el catolicismo si se pusiera al voto de los fieles, digamos, el dogma de la Inmaculada Concepción?". Es importante, pues, darse cuenta de que las religiones, en general, y el catolicismo en particular, históricamente, se han dejado manipular en función de las pretensiones de los poderosos, que nada tienen que ver con los intereses de Dios y del pueblo.
Esos ciudadanos “libres” que se expresaron el domingo deben respetar también la libertad de quienes no piensan como ellos –aun siendo católicos-, en especial los que son funcionarios; ellos no pueden declarar que “en Jalisco hay una abrumadora mayoría consciente de la importancia de entender y promover la vida” y, por ello, lo que es bueno para Jalisco, es bueno para México, dado que es “un estado comprometido con la vida, con la familia, con los valores de la persona humana y aquí hay un empate entre la sociedad y su gobierno, hay una visión compartida” (Guzmán Pérez-Peláez, dixit); pensando así el DF, no es parte de México. Y otro funcionario más, Gutiérrez Carranza, mostrando su idea de la función pública, dijo que si el aborto se autorizaba en Jalisco él renunciaba; con ese tamaño de intolerancia debería exigírsele desde ahora. Surrealismo puro de nuestra democracia.
Pero si esto inquieta, asusta más la cruzada de odio emprendida por el arzobispo de Guadalajara que, además de ver un “complot” del imperialismo para que no nazcan más niños en países tercermundistas y reiterar su desprecio a los homosexuales, dijo que los perredistas son más que un peligro, son “hijos de las tinieblas” a los que hay que combatir: “las guerras duran dos, tres, cuatro, cinco o 10 años… está en entredicho el destino de la patria y nuestra salvación”. Remató, por las dudas, con el dogma: “siempre se ha dicho y siempre se va a decir que un católico de convicción no puede votar por el partido o los partidos que apoyen el aborto o las uniones de homosexuales (sociedades de convivencia) porque atentan contra la ley de Dios (sic) y la vida humana”. Soy católico y aunque me excomulgue en automático, no pecaré de omisión: me da pena ajena ese cardenal y su cruzada intransigente. Apueste a que las bravatas de Sandoval no serán sancionadas por la autoridad correspondiente, en base a la ley, y va a ganar.
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