La Feria
- La voz de los desposeídos no se escucha
- La cañeros, trabajadores sin la esperanza de un futuro digno
Los datos trajeron a mi pantalla mental una vez más a “los invisibles”; es decir, a 40 millones de mexicanos que viven en la pobreza y a quienes no vemos, porque nuestras rutinas son muy distintas a las suyas y nuestros barrios, nuestras colonias, son diferentes a las zonas en las que ellos habitan.
El primero de los datos es un conjunto de cifras que dio a conocer ayer la Fundación del Empresariado en México (FEM), organismo filantrópico que recibe dinero de empresas para apagar algunas necesidades de los mas pobres. Pues bien, según la FEM: 1) Dos de cada tres niños mexicanos no terminarán la primaria; por eso, en las escuelas de nuestros hijos no encontramos a ese “invisible” que no estudia. 2) 35 por ciento de las personas que trabajan (hay millones que no tienen trabajo) perciben menos de dos salarios mínimos al mes; es decir, menos de 3 mil pesos mensuales, aproximadamente. 3) La tercera parte de la población mexicana, casi 40 millones de personas, vive con menos de dos dólares diarios, es decir, con menos de 22 pesos.
Estos datos nos arrojan al rostro una realidad que no es tomada en cuenta por los poderes reales que construyen el país virtual en que vivimos (Foxilandia, le han llamado). La realidad de ese país que no aparece en los discursos políticos ni en las imágenes televisivas; ese que se despliega en los laberintos subterráneos de México; ese en donde habitan seres que no alcanzaron la instrucción y que no sobreviven dignamente. Ese país, cuyos habitantes viven en una especie de infierno.
El segundo dato es más concreto. Nos presenta de frente a “los invisibles”. Nos los muestra. En el estado de Nayarit, la industria de la caña constituye uno de los ejes económicos. Los ingenios de Santa Isabel, de Menchaca y de Puga, entre otros, requieren de la siembra de miles de hectáreas. Los cañeros, a su vez, necesitan a cientos de jornaleros en la época de la zafra, que coin-cide, por cierto, con estas fechas invernales.
Así que, cada año, muchos cientos de trabajadores de Oaxaca, Guerrero, Chiapas y otras entidades del sur, arriban en camiones y trocas a Nayarit para cortar la caña, una de las labores más difíciles y peor pagada. Una situación similar ocurre en Nayarit durante la recolección de la hoja del tabaco. Quien haya visto este trabajo, estará conmigo de acuerdo en que se trata de una labor intensa, peligrosa, muy dura y mal pagada.
Estos jornaleros son parte de esos ejércitos de personas que nadie ve, ni las autoridades, ni la Iglesia, ni las dependencias oficiales; son “invisibles”. Llegan muchos de ellos acompañados de su familia en camiones saturados. A su arribo, los hospedan en refugios casi inhabitables, en los que las condiciones sanitarias constituyen un peligro permanente y el hacinamiento es la norma. Algunos periódicos, en distintos momentos, han documentado esta cruda realidad, lo que no significa que hayan profundizado siempre en el problema.
Los jornaleros trabajan largas jornadas cortando a machete el producto, previamente quemado, para subirlo a trocas que lo conducirán a los ingenios. Aquellos hombres curtidos, envejecidos prematuramente, realizan una labor infame. Cortan y cargan, cargan y cortan, entre los aguates de la caña, y la vigilancia de los capataces que cuentan cada carga para pagar por el trabajo de un día, a destajo, entre 80 y 100 pesos. Una cantidad que, aunque ganada a sangre y músculo, no es suficiente para sobrevivir con dignidad. Una cantidad que imposibilita que sus niños tengan educación, medicina, ropa. Una cantidad que, peor aún, sólo reciben durante las semanas que dura la zafra, y después deberán buscar nuevas labores en otras entidades, en donde sea requerida su mano de obra poderosa y barata, casi gratuita.
Ellos son casi “invisibles” para las personas como nosotros, que escribimos y leemos periódicos, que hemos estudiado bien o mal, y que vivimos en casas de ladrillo, con los servicios de luz eléctrica, agua potable y drenaje, porque su camino no se cruza con el nuestro. Su esperanza de vida, por la luz apagada de sus rostros y el desgaste que vemos en sus cuerpos, seguramente es mucho menor a la del mexicano promedio, que superó ya los 70 años. Ellos a los treinta y tantos están viejos. Sus hijos, poco a poco, pierden la alegría. El escape que tienen a su alcance es el licor barato: alcohol, mezcal, charanda.
El destacado fotógrafo José Hernández Claire, hace algunos años, hizo una serie de fotos a estos jornaleros itinerantes y a sus familias. Las gráficas son conmovedoras. Nos dejan en el ojo la certeza de que algo está muy mal en el país, cuando gente que trabaja con tal intensidad no tiene siquiera el dinero necesario para comer. Y lo peor: los niños crecen sin esperanza. Son carne de cañón de un sistema social injusto, en el que algunos se enriquecen con el trabajo de millones y el gobierno, en lugar de convertirse en el factor de equilibrio, se ha aliado cada vez con mayor fuerza a los grupos económicos poderosos para construir caminos “legales” para saquear la riqueza del país.
Así que, por lo pronto, no hay defensa para estos “invisibles” que ni siquiera están registrados en el padrón electoral, y que ignoran que la democracia, esa cosa que dice Fox que él inventó, los están beneficiando ampliamente. Y eso es todo por ahora; nos leemos mañana en este mismo espacio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario