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miércoles, enero 17, 2007

Opinión - Ramon Guzman Ramos

Estado Neoliberal

Jornada Jalisco 17 Enero 2007

No está en manos del gobierno revertir y poner un control estricto sobre la escalada de precios a los productos y servicios que estamos padeciendo. En un régimen de economía neoliberal no es el Estado el que detenta realmente el poder para hacerlo. Las leyes de la economía, que se basan en el libre mercado, están sujetas a otros factores, a condiciones de una competencia ciega, salvaje, que no considera de ninguna manera el aspecto social, humano, de la cuestión.

En un régimen de economía neoliberal las grandes empresas se superponen al Estado y terminan por utilizarlo como un instrumento para sus fines económicos, que no pueden ser sino la acumulación sostenida de capital. De esta manera, el Estado acaba siendo un aparato de dominación de una clase social sobre todas las demás. Quienes eventualmente llegan a formar parte de este tipo de Estado no constituyen más que una junta que se dedica a administrar los negocios de las grandes empresas, tanto nacionales como transnacionales.

Actualmente vivimos una ofensiva del neoliberalismo en todo el mundo. Las grandes potencias, como Estados Unidos, no han dudado en utilizar una estrategia de guerra para imponer sus reglas, su modelo económico, su dogma ideológico. Es el neoliberalismo de guerra. A los países con gobiernos débiles, que se han doblegado sin resistencia alguna, acaso por convicción propia, por una profunda identidad de principios, los han integrado a este orden que no hace sino generar miseria y de-sesperación por todas partes, que amenaza con convertir a nuestro planeta en un desierto inmenso, que fomenta el individualismo rabioso como medio de movilidad social.

El neoliberalismo plantea que el Estado no pase de ser un observador de los movimientos de la economía; de manera que sea la libre empresa, la iniciativa privada, la que regule el mercado. En esta estructura de imposición de una economía neoliberal las clases trabajadoras no tienen ningún espacio para que pudieran proteger sus intereses. La democracia formal, que empieza y termina en las urnas, que se basa en el engaño y la manipulación de las conciencias, no alcanza para tanto. A los trabajadores no les queda sino seguir soportando sobre sus espaldas el peso aplastante de una estructura económica que ha sido diseñada para exprimirles hasta la última gota de su sudor y su sangre.

¿Pero cómo es posible identificar las políticas económicas y sociales que tienen que ver con el neoliberalismo? Algunos de sus rasgos más pronunciados son las tentaciones privatizadoras que son irresistibles para los empresarios. Ellos quisieran que el Estado se deshiciera de toda intervención en la economía, incluso por lo que se refiere a áreas que son estratégicas para el desarrollo del país. Otra de las características es la superexplotación de los trabajadores. De ser posible, cuando las condiciones lo permiten, eliminan de tajo o gradualmente las conquistas históricas que en materia de derechos laborales habían logrado. Y se les imponen condiciones de contratación realmente humillantes y de total desprotección. En este proceso de aniquilación entra también la seguridad social.

Lo que está sucediendo en estos momentos en nuestra economía nacional no es sino una de las expresiones de este tipo de mercado libre, de libre competencia, donde el más fuerte es el que impone las condiciones y se lleva todas las ganancias. El Estado neoliberal que nos gobierna hace mucho que ha cedido la soberanía a las grandes potencias económicas y militares. Lo que estamos viendo en estos momentos es la pérdida dramática de nuestra soberanía alimentaria, de la misma manera que había ocurrido ya con nuestra soberanía política.

Los panistas se han identificado desde hace tiempo con el neoliberalismo de guerra que le ha impuesto Bush al mundo. Nada han hecho contra esa estrategia de militarización de nuestra frontera norte y de apertura total a las importaciones. Esta escalada de precios, que encarece la vida hasta la infamia, es también un síntoma de las crisis en que la economía neoliberal suele caer de una manera recurrente. Y eso es finalmente lo que tenemos en puertas: el inicio de una crisis económica profunda, como la que recibió Ernesto Zedillo al inicio de su mandato, que tiende a agudizarse.

No está en manos del Estado neoliberal que gobierna en estos momentos Felipe Calderón detenerla y revertirla. No es el Estado el que tiene una injerencia decisiva en estas cuestiones. La naturaleza salvaje de esta economía arrojará a más millones de mexicanos a la pobreza, a la miseria extrema y a la desesperación. A menos que el gobierno implemente medidas urgentes para subsidiar los productos y servicios de primera necesidad. Se paliaría así un poco la crisis, aunque no la resolvería. Pero son medidas que requieren de recursos extraordinarios que el Estado no tiene, o no quiere soltar; medidas de tipo populista de las que se acusó tanto a López Obrador.

La economía neoliberal, con su Estado protector, ha llegado a límites que sólo han demostrado su ineficacia para procurarles bienestar a todos los sectores y clases de la sociedad. Lo que hace es que tarde o temprano las crisis económicas, como esta que estamos viviendo con espanto, se traducen en crisis de estabilidad social. Calderón tendría que recordar que viene de un proceso electoral severamente cuestionado y que la fractura social no se ha compuesto. No sólo por cuestiones políticas se abren coyunturas para empujar el cambio hacia posiciones de mejoramiento de la vida social. Las crisis económicas suelen ser mucho más explosivas en este aspecto.

Felipe Calderón debe estar realmente preo-cupado por lo que está pasando y por el hecho de que su gobierno no puede hacer lo que se necesita para revertir la crisis que le estalla en las manos y evitar el estallido desde la sociedad. Por eso, quizá, esa actitud de optimismo artificial en el balance que acaba de hacer de sus primeros 45 días de gobierno. Podríamos estar también ante la reedición de esa política de los espejismos que nos impuso Fox. La gente puede aguantar un poco con el descontento que le generan los engaños políticos. Pero que nadie espere que se aguante el hambre y las enfermedades y que aguante ver así a sus hijos. De la tristeza y la impotencia se podría pasar sin pensarlo a la irrupción de la sociedad en los espacios públicos.

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