Hace 40 años moría en Bolivia el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara y también, casi al mismo tiempo, nacía en Cuba la Nueva Trova Cubana.
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Silvio Rodríguez tenía 12 años cuando en 1958 el joven abogado Fidel Castro y el médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, nacido en la ciudad de Rosario, Argentina, el 14 de junio (o mayo) de 1928, salieron de las montañas cubanas para dar la ofensiva final contra el dictador Fulgencio Batista. Tenía 21 cuando fundó, junto a Pablo Milanés, Noel Nicola y Vicente Feliú la Nueva Trova Cubana, que mostraría lo más bello de la revolución por todo el mundo. Y tenía 21 cuando ese mismo año de 1967 mataron, un 9 de octubre, al Che.
Cuarenta años después de aquel asesinato, cuando el asmático guerrillero decidió abandonar su puesto como ministro de Finanzas en la Cuba triunfante de los barbudos e intentó crear, junto a medio centenar de hombres procedentes de Cuba, Argentina, Bolivia y Perú, desde la selva boliviana, un foco rebelde para expandir la revolución a América del Sur, Silvio Rodríguez, al borde de los 61, matiza su historia poco conocida y sus orígenes como dibujante de cómics, su primer contacto con una guitarra y las canciones que le escribió al Che. ¿Puntos en común entre ambos? Rebeldes en la infancia y la adolescencia, sumamente traviesos según los allegados, provocativos, mal encarados, escandalosos incluso, y la convicción común —manifiesta en el Che, en sus poemas y en la vida, y en Silvio en sus canciones— de que la muerte no es un fin sino un medio.
“Morir, sí, pero acribillado por las balas,/destrozado por las bayonetas, si no, no, ahogado no…/un recuerdo más perdurable que mi nombre/es luchar, morir luchando”, escribió Guevara en 1947, a los 19 años, cuando la familia se trasladó a Buenos Aires, cinco años antes de que partiera, en julio de 1952, en su último viaje por América Latina, sin contar con un pasado de militancia política o estudiantil en la siempre convulsa Argentina. Para Silvio Rodríguez, la muerte es una pasajera “que anda en secreto”, como reza en “Testamento”, canción en la que el también productor y diputado pasa en limpio su larga lista de deudas, una de ellas “a una bala,/a un proyectil que debió esperarme en una selva”.
El viaje del Che a finales de 1966 para instalarse en una zona montañosa y selvática cerca del río Ñancahuzú, cuando Bolivia era regida por la dictadura del general René Barrientos, estuvo precedido por el debate en Cuba sobre qué estrategia económica seguir y el grado de dependencia con la Unión Soviética, único socio comercial de la isla tras el bloqueo estadunidense impuesto en 1962. Había divergencias acerca de la conducción de la economía, defendiendo el Che un rumbo que no hiciera a Cuba depender exclusivamente de los suministros soviéticos a cambio de su azúcar.
Para Silvio, “por supuesto que el Che tenía y tiene todavía la razón” en su empeño en diversificar productos y mercados. Incluso antes del llamado periodo especial, a comienzos de 1990, cuando la desintegración de la URSS arrasó tras de sí a la estrechísima economía cubana, “la razón se la daba su sentido común, la dignidad que el Che le confería a la revolución cubana y el deseo de hacernos lo más independientes que fuera posible”.
Para el autor de “Fusil contra Fusil” y “La era está pariendo un corazón” —temas dedicados a la muerte del “guerrillero heroico”—, la vinculación que pudiera haber entre la desaparición del argentino y el nacimiento de la Nueva Trova “consiste en que Ernesto Guevara había sido uno de los comandantes de la revolución, estallido social en que mi generación se formó, incluyendo a los que escogimos ser trovadores. Después, cuando el Che y otros altruistas se lanzaron al internacionalismo, siguieron dejándonos un ejemplo de humanidad que durante años muchos jóvenes quisimos imitar y que, al menos, dejamos reflejados en canciones”.
“Se perdió el nombre de este siglo allí (…)/Todo el mundo tercero va/a enterrar su dolor/con granizo de plomo harán/su agujero de honor, su canción”, rezaba en 1967 “Fusil contra fusil”, uno de los varios temas en homenaje al Che, compuestos por Rodríguez en distintas etapas de su vida. “Pero también tengo otras —precisa—, en las que él ronda, aunque no se le mencione”.
Para Silvio, el Che les dejó un doble legado, como sociedad y en lo personal: “Una revolución triunfante, sin pretenderlo, a costa de hacer bien y de ser aplaudida por ello, puede desarrollar una especie de narcisismo que pudiera llegar a ser pernicioso. Del Che siempre me agradó la intransigencia con el acomodamiento y con el oportunismo. Para mí su legado esencial, como Homo sapiens, es su sentido autocrítico”.
Conocido por su lealtad, renovada con los años, hacia el hoy convaleciente presidente Fidel
Castro, Silvio es escueto pero contundente ante la pregunta de si Fidel es para él tan humanista, intransigente y autocrítico como lo era el Che: “Yo creo que el Che aprendió mucho de Fidel y posiblemente también viceversa”.
No parece el músico temer al hecho de la mercantilización extenuante de la figura del Che en camisetas, gorras, ceniceros, llaveros y carteles, ni que esa exposición icónica extrema pueda afectar su legado, desviarlo o vaciarlo. Más bien, piensa, “el hecho de que el rostro del Che, en el pecho de Carlos Santana, haya provocado reacciones tan virulentas, de cierta forma salva a las camisetas de su ‘pecado original’ como objeto de consumo”.
“Una suerte poder contar la vida”
Silvio conversó con Fin de semana mientras preparaba el concierto de este domingo 7 en la antigua comandancia del Che en la provincia de Santa Clara, en el centro de Cuba, distante unos 400 kilómetros al noreste de San Antonio de los Baños, provincia de Habana, cuna del cantautor, cuyos primeros estudios además de la escuela fueron piano y pintura. Su primer trabajo fue dibujante de cómics, a cargo de la satírica “El Hueco: Una historieta muy profunda” en el semanario Mella, revista mensual de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, donde el colorista Lázaro Fundora lo acercó a la guitarra, el instrumento junto al cual Silvio se ha colocado en estos cuarenta años junto a los mejores de la época: Chico Buarque, Joan Manuel Serrat, Caetano Veloso, Víctor Manuel…
A propósito de sus influencias musicales, Silvio ve en sus maestros y maestras “a Bola de Nieve, Chaikovski, Teresita Fernández, el mexicano Francisco Gabilondo Soler, César Portillo de la Luz, Antonio Vivaldi, Glenn Miller, Mikis Teodorakis, Benny Moré, George Brassens, Mozart, Domenico Modugno, Lennon y McCartney, Charles Aznavour, Enio Morricone, María Teresa Vera e interminables etcéteras”, dice.
Bajo el alias de El Aprendiz, Rodríguez confiesa ser “un poco conservador en materia de música”, cuando le preguntamos qué lo inspira.
“Pocas veces me aventuro fuera de aquella música con la que he conseguido dialogar y me es entrañable. No quiere decir que nunca me salga, sólo que lo hago poco. Como siempre, en mí predomina la música instrumental; por propia voluntad escucho pocas canciones.
—¿Y en cuanto a las lecturas?
—Con la lectura soy más temerario y no sólo leo narrativa o poesía. Me gusta la historia y también algunas ciencias. Me entusiasman los libros que explican el porqué de las cosas. No sólo porque muestran los conocimientos; también porque las buenas explicaciones ayudan a entender segundos y terceros asuntos.
En los próximos días la totalidad de su obra discográfica podrá ser obtenida en forma totalmente gratuita en internet, desde diversas tiendas on line, gracias a un acuerdo con la distribuidora digital de la Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE). Al respecto, consultado si a su juicio las nuevas tecnologías han cambiado y cambiarán más profundamente la manera de adquirir y escuchar música, Silvio lamenta que “se perdió el disco compacto, que además de sonar bien tenía un formato y un tamaño que estimulaban el diseño. No es que ahora me cierre a algo mejor que el CD, si realmente va a serlo. Pero hoy día muchos artefactos, vendidos como avances son más hijos del consumismo frenético que del verdadero progreso”.
Él deshecha totalmente la idea de que la música estadunidense deba tener un lugar reducido en los canales y las emisoras de radio de América Latina: “Es una tontería pensar que alguna música contiene en sí misma gérmenes imperiales”, dice, no obstante que “a través de la cultura, la música, el cine, la literatura, etcétera, se puede estar contribuyendo a formas de dominación política, porque la cultura también proyecta modelos. Pero creo —agrega— que las culturas nacionales deben ser lo suficientemente robustas como para salir enriquecidas (no absorbidas) del contacto con lo foráneo. Y también considero que es importante estar abiertos y preparados para cualquier confrontación”.
—¿Conservas tu producción de cómics y aquel legendario libro de poemas, Horadado Cuaderno No.1, que entiendo ganó primera mención en el concurso literario de las Fuerzas Armadas cuando hacías el servicio militar?
—Los cómics que yo publicaba son de cuando era un adolescente. Todo eso está perdido. Y aquellos poemillas hicieron bien en quedarse en el hueco que los dejé.
Últimamente, raras veces Silvio lee cómics, “más bien los miro, los examino. Como de niño fui tan adicto y luego de adolescente trabajé en eso, se me quedó el vicio. Pero lo que a mediados del siglo 20 era una industria regular de entretenimiento hoy día tiene otras connotaciones. Ahora los dibujantes y escritores de cómics son considerados verdaderos artistas”.
Sus héroes de entonces eran Will Eisner, Milton Caniff, Hal Foster y Jack Davis, maestros considerados clásicos. Actualmente, en la lista de buenos dibujantes para Rodríguez figuran Richard Corben y Simon Bisley, “amén de la proliferación de dibujantes de manga”.
“Habrá tiempo para Cuba”
La pregunta es inevitable: desde la muerte del Che y vistos desde el futuro que vendrá, qué ha pasado con Cuba en estos cuarenta años. Y qué espera el autor del impactante álbum de 2003, Cita con ángeles, con motivo de la invasión anglo-estadunidense a Irak (donde vuelve a aparecer una mención al Che y su muerte en Bolivia, y el ex presidente español José María Aznar es tratado como “enano alcahuete” por su alianza con la dupla Buhs-Blair). “Si lo viera desde el deseo, podría decir que en este lapso hemos estado aprendiendo qué hacer y qué no hacer. Y justamente eso es lo que espero que demostremos en el futuro.”
—¿Hay tiempo para eso? Parece más bien que el futuro se le viene encima a Cuba...
—A mi modo de ver habrá tiempo, siempre que respetemos dos cosas a la vez: los sacrificios realizados y los derechos de las nuevas generaciones.
Más que identificar un punto de inflexión en estas últimas cuatro décadas en algún acontecimiento político como la caída del muro de Berlín, la desaparición del mundo comunista o los más recientes atentados terroristas del 11-S en Estados Unidos, este “obrero de la palabra”, como gusta decirse, autor de temas sin fronteras como “Te doy una canción”, “El unicornio azul”, “Ojalá”, “La gaviota” y “Rabo de nube” considera que no necesariamente son los hechos políticos los que pueden marcar a un siglo, vivimos en un mundo donde la ciencia y el arte están en baja pero el cambio climático y los avances en ingeniería genética también son sucesos que podrían tener un impacto tremendo en la suerte de la humanidad”.
Renuente como es sabido a hablar de sí mismo, Rodríguez dice “no tener la más mínima pretensión” de pensar en qué herencia va a dejarle a la gente. “Y la verdad —dice— que sería raro que se me tomara en cuenta. Constantemente aparecen y desaparecen artistas, pensadores, mujeres y hombres extraordinarios, y el mundo no parece muy receptivo. ¿Por qué iba a aprender de un aprendiz?”
—Aun así hay muchos que clonan tu estilo o que se inspiran a través de tus canciones. ¿Cómo ves a esos seguidores?
—Siempre han existido referentes y eso sirve para incentivar las ganas de otros. Yo mismo fui un joven soldado que cierta vez trató de hacer sonar su guitarra como “We can work it out”.
A partir de 1983, con el retorno de la democracia en Argentina, tuvieron lugar en Buenos Aires varios conciertos de Silvio y de Pablo Milanés que reunieron a millares de personas las cuales coreaban de memoria, con velas encendidas, cada una de las letras de la Nueva Trova, a pesar de los años de aislamiento y sin el recurso aún del internet capaz de burlar la censura militar: “¿Te conmovió aquella adhesión, que también era una adhesión a la satanizada Cuba?”. “Antes de llegar a la Argentina me habían contado que si en un registro policial encontraban un casete con música nuestra, podía significar arresto o golpiza. La verdad es que yo llegué allá, más que conmovido, abrumado por la responsabilidad que cargaba. El entusiasmo de la gente fue un alivio.”
La entrevista casi termina. Todavía preguntamos qué pasó con él en estos 40 años y con sus ideas sobre el mundo, la vida y el amor.
“En 40 años pueden ocurrir muchas cosas que no imaginábamos. Al nivel esencial creo que sigo siendo casi el mismo y que no me he vuelto loco”.
—Como dice el lugar común, ¿la vida comienza a los 40?
—Dice García Márquez que es una suerte poder contarla. Sin afán de apostilla (Dios me libre), yo agregaría “siquiera un pedacito”.
Dejamos correr el final:
—¿Qué es lo que más te sigue enamorando de la vida y qué es lo que más te frustra y enoja?
—Lo peor que tiene la vida es que termina. Y lo mejor que tiene es que, así y todo, continúa.
—A lo largo de tu trayectoria y mirando atrás, ¿qué canción tuya consideras la más sabia o atinada?
—No estoy muy seguro de cómo medir la eficacia de las canciones. Lo que tienda puentes, lo que nos ayude a comprender, lo que nos haga más solidarios y mejores, sin duda vale la pena. Pero hay otra categoría, no sé si más simple o compleja, que es aquello inefable que nos hace felices, o que nos acerca a eso. Si crees que una canción mía ha tenido alguna de esas cualidades, pues... esa misma.
—¿Cuál es la palabra más revolucionaria que conoces?
—A riesgo de parecer trillado, amor puede ser todavía —más que una palabra— un sentimiento sumamente explosivo.
—¿Es cierto que la canción “Ojalá”, aquella de “ojalá pase algo que te borre de pronto…” fue por un enojo? ¿Con quién?
—La hice después de varios meses en alta mar, al recuerdo obsesivo de una mujer. Pero todavía no te sé decir con qué estaba enojado.
—¿Qué harías con diez años de menos?
—Volver a enamorar a mi compañera.
Ciudad de México/Irene Selser
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