Procesiones
Publico
No hay expresión cultural más compleja y acabada que una buena procesión. Organizarla parece una tarea fácil, pero en realidad quienes se dedican a estos menesteres deben poseer una enorme cultura general y deben ser capaces de interpretar con precisión casi milimétrica las necesidades de un conglomerado humano dispuesto a adorar a una figura de yeso, cera o madera y acompañarla entre alabanzas y rezos por distintas geografías.
Además de una capacidad natural de liderazgo y facilidad para la logística, quien organiza una procesión pone en juego sus conocimientos de historia, filosofía, psicología social, geografía, antropología cultural, además de los indispensables conocimientos de teología y de aquellos relacionados con la vida y milagro de los santos.
Una procesión mal organizada puede ocasionar serios e irresolubles conflictos entre distintas colonias, barrios o pueblos. La responsabilidad del organizador va más allá del mero acomodo de los participantes y del diseño del recorrido.
Las procesiones responden a una necesidad espiritual colectiva y estas pueden expresarse a través de cortejos previstos por un calendario anual o en liturgias organizadas de urgencia.
Por lo general, responden a una necesidad de protección y están organizadas a través de ritos que se instalan en el imaginario colectivo y cuyo origen muchas veces se pierde en las sombras de los tiempos. Es decir, a veces quienes participan en una procesión han olvidado el origen de esta, sin embargo, su fervor religioso se conserva intacto y llega a equipararse con quienes muchos años atrás iniciaron el rito.
Por ello, la organización de una procesión puede considerarse como un acto cultural de relevancia, porque además preserva una antiquísima característica regular y no ocasional de la liturgia.
Desde tiempos inmemoriales, las procesiones han acompañado a las grandes ceremonias de júbilo, victorias, nacimientos reales, canonizaciones o a las necesidades urgentes, como la salud de los obispos y gobernantes, para pedir lluvia, para detener inundaciones, para pedir un buen clima y para satisfacer múltiples necesidades locales.
Como la rumba, los skatos, el tatuaje y los indios voladores de Papantla, las procesiones son cultura. Entonces, ¿por qué molestarse por un reconocimiento muy merecido a un especialista en procesiones?
Total, si no fuera por personajes como el premiado por la Comisión de Cultura del Congreso, ¿qué harían todas esas personas que le temen a un temblor o que un mal temporal arruinó sus cosechas o que temen ser contagiados por el sida?
No hay nada mejor que ser fiel a las tradiciones. Volvamos a la verdadera cultura colectiva. Distribuyamos veladoras, no condones.
rcastela@cencar.udg.mx
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