Escritos al Caminar
A propósito de nada…
A finales de los 70s, tuve el gusto de entrevistar al pintor y escultor Manuel Felguérez, pionero en el empleo de la computadora para el diseño obras de arte. Trabajaba entonces el maestro en La Máquina Estética, serie de obras realizadas a partir de diseños obtenidos a través de una computadora, primero en la UNAM, después, gracias a una beca de la Fundación Gugenheim, en el MIT. La mayor parte de la entrevista versó sobre este proyecto. Al final, la charla giró hacia las políticas culturales. Salió a relucir el tema del arte “elitista” contrapuesto al arte “comprometido”. La charla concluyó cuando Felguérez hizo referencia a Lennin: “El decía que la Unión Soviética sólo llegaría al comunismo, cuando cualquier ama de casa fuera capaz de dirigir un Estado”. No se trataba únicamente de que todos fueran iguales, sino que lo fueran en el desarrollo pleno de sus habilidades. Trasladando la idea al campo del arte, Felguérez concluyó fijando su postura: “Entre vulgarizar el arte o elitizar al pueblo, yo prefiero elitizar al pueblo”.
“Elitizar al pueblo”… suena tan contradictorio como: “Sean realistas, exijan lo imposible”. Sin embargo, ambas expresiones tienen un dejo de sueño realizable, de utopía verosímil. La Revolución Mexicana, coja e inconclusa, logró a pesar de todo avanzar en ese sentido. Elitizó al pueblo cuando instituyó la educación obligatoria, laica y gratuita. Logró lo imposible, cuando el general Cárdenas expropió el petróleo. Por desgracia, la Revolución se transformó en la caricatura de sí misma. En ello, algo tuvieron que ver los ataques que desde todos los flancos recibió de quienes se vieron afectados en sus intereses materiales y/o espirituales; pero, la mayor responsabilidad recae en quienes la convirtieron en gobierno de mafias. Así, transformada la Revolución en membrete partidario e institucional, comenzó a desandar el camino andado y a desatinar contra sus el buen tino de sus actos.
Sin privilegiar abiertamente la educación privada, suministrada por los empresarios del ramo (en muchas ocasiones religiosos), desatendió el desarrollo de la educación laica y gratuita, la abandonó, la depauperó… Dejó, pues, el campo libre para que la educación privada, la de los colegios de paga, se convirtiera en un mercado que percibe a niños y jóvenes no como el afán de nobles esfuerzos, sino como clientes a los que se les vende un servicio, cuya calidad fluctúa de acuerdo a la cantidad que sus padres están en posibilidades de pagar mensualmente y sólo está en consonancia con la formación de cuadros para la empresa privada y la burocracia. La revolución, cuando se estanca, deja de ser. La mexicana, no sólo perdió su impulso, retrocedió: en lugar de invertir para elitizar al pueblo, vulgarizó la educación.
En mi opinión, tal vulgarización no sólo ocurrió con la educación publica,
sino también con la privada, que más que hombres y mujeres con una formación profunda, en la que la técnica se alía con la ética, produce profesionistas cuyos miras son tan cortas que se pueden medir con dinero. Y no es que de las escuelas sólo deban egresar individuos cuya única misión sea ensayar una y otra vez sobre el sentido de la vida. Pero, como la existencia es amplia y compleja, los titulados (licenciados, maestros, doctores) deberían ser capaces de contemplar la vida como algo más que el simple ejercicio de su profesión, que sólo emplean, en el mejor de los casos, como el vehículo para acumular prestigio social y bienes materiales. Y que, cuando las cosas no suceden como deberían, se convierten en el origen de una frustración devastadora y cruel.
¿Encrucijada o callejón sin salida? Aquí y ahora, las universidades privadas centran la mayor parte de sus esfuerzos en la enseñanza de disciplinas productivas o, por lo menos, rentables. Las universidades públicas, además, enfrentan la responsabilidad de formar a quienes se interesan por las ciencias, la filosofía, la estética… la cultura. Mientras las primeras hacen el gran negocio ofreciendo a la sociedad los servicios de una universidad incompleta; las segundas asumen la universalidad que les corresponde, a pesar de los graves problemas económicos que enfrentan. Mientras aquellas sólo enseñan disciplinas aisladas; éstas enseñan, educan y generan cultura. Por alguna razón, que mucho tiene que ver con los fines egoístas a los que se puede dedicar una vida, los poderosos, sintiéndose amos del país, pretender imponer una formación parcial y utilitaria. Intentan, por ello, reducir los presupuestos de las universidades públicas y sueñan con que dejen de ser gratuitas.
Queriendo hacer creer que sus intensiones son buenas, su discurso se refiere a una hipotética actualización del país respecto a los tiempos que corren en todo el mundo. Arguyen que lo actual es que la educación se cobre. No consideran, y cómo iban a hacerlo, que México podría marcar la pauta en lo que concierne a educación gratuita y de calidad, pues la estructura y el talento para logarlo existen y dan frutos, y eso, a pesar de lo escasez de recursos económicos. Parecería que tampoco toman en cuenta la historia del país, su larga lucha por convertirse en una patria generosa en la que todos seamos iguales. Pero no nos engañemos, conocen de sobra la historia nacional y desde su perspectiva actúan, sólo que ellos son los otros; quienes se sirvieron de Vicente y Martha son la reencarnación de quienes trajeron a Maximiliano y a Carlota. Contradictorios en lo más profundo de su ser, son mexicanos y detestan a México.
Casi como primer acto de gobierno, el presidente, al que lo constitucional no quita lo espurio, pretendió reducir el presupuesto de las universidades públicas. Rápido, reculó sin rectificar. Tal vez le dio miedo que todas las universidades e institutos de enseñanza superior del país se fueran a la huelga y sumaran su fuerza a la de quienes ya están movilizados, como los oaxaqueños o los de la Convención Nacional Democrática. Sin embargo, aunque “maiceara” con algunos milloncejos más a las universidades publicas, dudo mucho que comprenda la importancia que estas instituciones tienen para el desarrollo del país. No obstante, supongo que sí sabe que es más fácil controlar e incluso someter a un pueblo sin educación y aculturizado, que a uno ilustrado.
Oh, qué paradoja. Ser realista y soñar con lograr lo imposible, es un mandato generacional que nos legó el mayo francés del 68. Elitizar al pueblo, al grado que cualquier ama de casa pudiera dirigir un estado, era la condición que Lennin preveía para que la Unión Soviética arribara al socialismo. Acá, hoy, la realidad es imposible. Los instrumentos para elitizar a la raza son vistos con malos ojos por quienes deberían promover su desarrollo, esos hombres anodinos que sin capacidad ni habilidad ni talento, pretenden dirigir al estado mexicano. Ay, güey… (VEG)
notengomail69@yahoo.com.mx
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