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jueves, enero 11, 2007

Opinión - Ruben Martín

La decadencia del Poder Legislativo

rmartin@milenio.com - Publico 10/01/07

Las explicaciones y justificaciones de los diputados sobre sus excesos en el manejo de los recursos son declaraciones que ya hemos visto, son escenas de una mala película que vimos antes. Habíamos escuchado las promesas de manejar con transparencia y pulcritud los recursos que les entrega la sociedad para su mantenimiento. Lamentablemente no han cumplido.

En tres años, la LVII Legislatura ha gastado 1,142 millones de pesos, de los cuales la gran mayoría se destina al pago de salarios. 1,142 millones es mucho dinero. Es mucho más que lo que creció la inflación y mucho más de lo que creció la recaudación de impuestos o el ingreso del gobierno de Jalisco. Es mucho más de lo que han crecido los ingresos de los ciudadanos. Los grupos parlamentarios se gastaron en tres años 117 millones de pesos casi de manera discrecional, lo que ha permitido demasiados abusos al ejercer estos recursos que no son fiscalizados por nadie y que no aguantarían una auditoría rigurosa.

¿Se justificaba este aumento? ¿Necesitaban más de 1,100 millones de pesos para que los diputados hicieran mejor su trabajo? ¿Cambió para bien el marco jurídico del estado? ¿La creación de las casas de enlace ha mejorado la relación de los diputados con sus electores? ¿Los 117 millones de pesos en grupos parlamentarios mejoró la calidad del trabajo de los diputados? ¿El aumento en el número de asesores y empleados de los legisladores ayudó a profesionalizar su trabajo? Todas las preguntas tienen un “No” por respuesta, siempre con sus honrosas excepciones. En los últimos tres años el trabajo de los legisladores no estuvo a la altura de las demandas de la sociedad.

Todo lo contrario. Hay una regresión y decadencia en el Poder Legislativo. La regresión se observa en la mala calidad del trabajo legislativo, en el avorazamiento de algunos diputados que ven su llegada a la curul como una oportunidad de incrementar el patrimonio. Se observa una decadencia cuando hay diputados que han encontrado la manera de vender su voto para aprobar leyes o sacar los asuntos que interesan a ciertos grupos de interés. Hay decadencia cuando los diputados utilizan las plazas de asesores para pago de favores y no para profesionalizar su labor. Hay una absoluta ineficacia cuando comprobamos que en lugar de un sistema de fiscalización de recursos públicos tenemos un sistema de lavado e intercambio de cuentas públicas.

El ejemplo más palpable de la decadencia del Congreso se observa en que el Legislativo volvió a convertirse en apéndice del Ejecutivo. El gobernador en turno tiene de nuevo la llave para asegurar la mayoría en el Congreso, sin importar si los ciudadanos votaron en otro sentido. Es una enorme perversión política el que un diputado electo por un partido, cambie de filiación por así convenir a sus intereses, echando al cesto de la basura el voto de los ciudadanos. Y todo esto se aceita convenientemente con el aumento de presupuesto al Legislativo y con los crecientes recursos a los grupos parlamentarios.

Todo este esquema no puede ser achacado únicamente a la avaricia de algunos legisladores. El cambio que vemos forma parte de la crisis que vive el sistema político en México. La subordinación del Legislativo al poder político centralizado en el Ejecutivo, y por esta vía a los intereses económicos, es un esquema funcional para un sistema social donde se privilegia el interés privado sobre el interés público.

Los grandes negocios económicos que se hacen al margen (o violando la ley) necesitan de diputados maiceados, supeditados, o metidos en compromisos con el Ejecutivo y los grupos de poder para que todo el sistema de intereses privados funcione. Un Legislativo independiente, que responda a los intereses más genuinos de la comunidad, no es funcional al actual esquema de acumulación de ganancias.

Por eso los desfiguros de los diputados y la decadencia del Legislativo como poder independiente son parte más bien de una crisis profunda del sistema político. Pero la gente observa con atención los abusos de los diputados y muestra su irritación de manera cada vez más abierta. Esta molestia, a su vez, alimenta la crisis de legitimidad ahondándose la crisis del sistema político en el país. Y todo por unos bonos.

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