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jueves, enero 11, 2007

Opinión - Roberto Castelan

Mambrú

rcastelan@milenio.com - Publico 11 Enero 2007

Se fue a la guerra. Qué dolor, qué dolor, qué pena. Tomó prestado un saco que le quedaba grande para parecer mayor, se puso un gorrito, se rodeó de soldaditos, se subió a un caballo medio manchado llamado Estado de Derecho para traerlo entre las piernas y se fue a combatir narcotraficantes.

Cuando los malos lo vieron, se les hizo un nudo en la garganta, sus ojos empequeñecieron y se humedecieron, en sus rostros apareció una mueca y, como el personaje de la propaganda de un antiguo candidato a la Presidencia, se orinaron.

De risa.

La risa tiene diversas e incontrolables manifestaciones. Antropólogos e historiadores han intentado descifrar el origen de ese reflejo que parece natural, propio del ser humano. Sociólogos y psicólogos buscan establecer una relación entre éste y el humor, que es una conducta cultural capaz de definir identidades de clase, locales, regionales y nacionales.

La risa y el humor fueron estudiados por Freud en relación al inconsciente. Jacques Le Goff, el célebre historiador francés tiene más de quince años dirigiendo un seminario sobre la risa en la Edad Media. Umberto Eco escribió un hermoso libro basado en el peligro que el sentido del humor representaba para los monjes medievales.

En México, al parecer quienes nos gobiernan con sus representaciones del Ranchero Enamorado y El Soldado de Chocolate son especialistas del humor involuntario. Representan un grave caso de comedia y tragedia, digno de un nuevo ensayo de Milan Kundera, que podría ser la continuación de su libro El telón.

Parafraseando a Pablo Neruda, se le podría pedir a quienes gobiernan que nos quiten el pan si quieren, el aire, el agua, todo, incluyendo la capacidad de elegir a quienes nos gobiernan, pero que no nos quiten la risa, producto de su humor involuntario, porque entonces sí nos matarían.

Si nos quitan la risa, México sería un país sombrío, que se tomaría en serio todo lo que dice la cada vez más copiosa propaganda oficial y sus corifeos. Pensaríamos que están luchando contra los malos en serio y, entonces, el sentido del humor se volvería consigna de Estado.

Para reforzar a la propaganda oficial, cada vez más presente, cada vez más intensa en todos los medios de comunicación, se debe exigir que en México prevalezca la legalidad, el orden, las instituciones y el humor involuntario de Mambrú.

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