Las tortillas, los especuladores y la lucha de clases
Jornada Jalisco - 23/01/07
Le dicen alegóricamente “el error de enero” a lo sucedido con la maniobra que el gobierno ilegítimo de Felipe Calderón instrumentó para cumplir con el compromiso de dar continuidad a la cesión de soberanía en materia alimentaria. Me refiero al aumento en el precio del kilo de tortillas, tomando como pretexto el supuesto desabasto de maíz nacional con intención de dar entrada al maíz transgénico producido en el vecino país del norte y por consecuencia encarecer y aumentar el costo del kilo de tortilla (de enero de 1994 se ha incrementado su precio en 738 por ciento).
El “error de enero” es una analogía con el también llamado “error de diciembre” de 1994 que provocó una crisis económica que abrió una coyuntura de quiebre del sistema político que trajo consigo la derrota política del Partido Revolucionario Institucional en varias entidades, incluido el Distrito Federal en 1997 y luego la pérdida de la Presidencia en el año 2000, y con ello la crisis del sistema de partido de Estado que cumplía poco más de 80 años de garantizar el control y sometimiento del pueblo mexicano a los intereses del capital nacional y extranjero, particularmente de Estados Unidos.
Una pregunta obligada, de ser realmente un error tan elemental, es si los capitalistas llegan a un grado de estupidez como para provocar las condiciones que, como en 1994, llevaron a la desarticulación del bloque de poder y generar situaciones de inestabilidad política del régimen de gobierno.
Sin embargo, la pregunta conlleva un falso planteamiento, pues la lógica del capital no depende de la buena voluntad ni de la capacidad política de sus administradores del Estado, ya que ellos, los gobernantes y administradores del aparato estatal, pueden ser en esa materia analfabetos funcionales y con grados de inteligencia cercanos a la oligofrenia, como ya quedó suficientemente demostrado con Vicente Fox. La racionalidad del sistema capitalista se basa en la acumulación de capital y ésta tiene en la garantía de la propiedad privada y la explotación del trabajo la posibilidad de prolongarse en el tiempo.
Por eso no es de sorprenderse que lo primero que hace Calderón es aparecer en cadena nacional para proclamar que se hará todo lo necesario para garantizar las inversiones de los capitalistas trasnacionales, y advierte que se aplicará la ley para proteger la propiedad privada de los medios de producción en manos de grandes capitales como Minsa, Maseca, Cargill, Bimbo, Wal Mart, es decir, los mismos beneficiarios desde tiempos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Se trata para los capitalistas de la lucha de clases: ellos no la encubren ni la niegan, y para eso cuentan con el aparato represivo de la policía y el Ejército, y así lo advierte Calderón en días pasados, cuando frente a 8 mil soldados declara: “seré un presidente cercano a las fuerzas armadas”, “estamos decididos a no tolerar desafíos a la autoridad del Estado”. Así, la cancelación de subsidios a la producción de alimentos por parte de nuestros agricultores y campesinos para favorecer a los empresarios agroproductores estadunidenses y a los monopolios mexicanos agroindustriales distribuidores de masa y propietarios de tortilladoras, es expresión de la explotación, despojo y privatización que no sólo representa la dependencia alimentaria, sino el sometimiento político al capital trasnacional.
Estamos en presencia del siguiente paso en la concreción del Tratado de Libre Comercio con Estados unidos y Canadá, después de la ofensiva del Estado que representó la privatización de la tierra ejidal y comunal, con la imposición del Procede y el Procecom, al amparo de las previas modificaciones contrarrevolucionarias al articulo 27 constitucional en el año de 1992 por el mismo gobierno salinista que firmó el TLC. Esto, considerando que se somete a los intereses económicos trasnacionales la dependencia alimentaria al dejar de garantizar, con los subsidios al campo mexicano, condiciones favorables a la producción de maíz, frijol, y demás productos que constituyen la base de alimentación de los mexicanos y provocando la dependencia alimentaria al exportarlos.
Sin embargo, no se debe olvidar que la irrupción violenta más importante de los más pobres de este país, después de la Revolución Mexicana, la de los indígenas zapatistas de Chiapas, convertida en una rebelión armada que tuvo como detonante, además de la situación de explotación, despojo, desprecio y represión a los pueblos indígenas, la descarada enajenación de soberanía con la firma del TLC en enero de 1994.
Además, es importante resaltar que el Estado mexicano no la pudo contener ni derrotar ni militar ni políticamente, cosa no menor si observamos la historia de derrotas militares infringidas a los movimientos de insurgencia de sectores populares que lograban la movilización de cientos de miles de personas y miles de organizaciones sociales en la segunda mitad del siglo XX.
En este contexto, el posicionamiento de la izquierda institucional contrasta con la franqueza de la derecha que no tiene empacho en reconocer su estrategia política como lucha de clases y se declara dispuesta a la confrontación violenta. Los partidos políticos e intelectuales autonombrados de izquierda, optan por sacarle al bulto y apostar a los mecanismos diseñados por la burguesía capitalista para perpetuarse, las elecciones y el parloteo parlamentario.
Con ello se convierten en cómplices de la estrategia capitalista y se ponen de modo para ser tomados en cuenta para servir como los gobernantes y administradores del desastre que los neoliberales dejan a su paso y, en esta perspectiva, restaurar el sistema de dominación capitalista, pues no es de otro modo como se podría entender el objetivo de luchar por el poder y la utilización del Estado, como forma de relación capitalista, para pretender gobernar y desde ahí “favorecer” primero a los pobres.
Con todo, también se ha venido configurando una opción de izquierda que no tiene ninguna dificultad en reconocer que de lo que se trata es de lucha de clases, aquí tampoco se encubre ni se niega que la carestía, la inflación, la corrupción, el hambre y la explotación, la perdida de soberanía nacional, los fraudes electorales e imposición de gobiernos espurios, entre tantas otros síntomas, son sólo la expresión manifiesta de la dominación capitalista.
Que de lo que se trata en realidad, si se quiere una emancipación de los de abajo, de los trabajadores, habrá que estar dispuestos a dejar de reproducir el capitalismo y, como planteó uno de los miembros de las Juntas de Buen Gobierno en la clausura del Encuentro de Los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, el 2 de enero del 2007 en Oventik, Chiapas: “quitar al capitalismo los medios de producción, la tierra y las fábricas... (pues) las respuestas se caminan en el campo de la acción… vayamos a la raíz”.
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