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domingo, noviembre 12, 2006

Artículo La Jornada Jalisco 12/11/2006

Felipe Calderón: hombre de tolete y gas lacrimógeno

Jorge Gómez Naredo


Faltan pocos días para la toma de posesión (si puede) de Felipe Calderón y ya se comienza a sentir un clima de represión, intransigencia y guerra sucia. En Oaxaca han sido secuestrados decenas de simpatizantes de la APPO por miembros de la Policía Federal Preventiva (PFP); la tortura es común, el libre tránsito ha sido violentado y la población vive con miedo, tanto de los esbirros de Ulises Ruiz como de los militares disfrazados de gris.

En otras entidades como Querétaro, Estado de México y Jalisco, la intolerancia de los gobiernos locales se ha reforzado. La intimidación se generaliza en todo el territorio nacional y los presentadores de noticias en televisión azuzan el clima de intransigencia y provocan miedo entre los televidentes: protestar es visto como un delito y un desafío a la “paz” y la “concordia” entre los mexicanos; salir a las calles y expresar una disconformidad se etiqueta como un atrevimiento y verdadera amenaza al estado, a las leyes y al “futuro” del país. En las secretarías de gobernación y de seguridad pública, en el PAN y dentro del equipo de “transición” de Felipe Calderón, se estructura una toma de posesión “sin incidentes”, donde el ejército tome tanto el exterior como el interior del palacio de San Lázaro. El diputado panista Jorge Zermeño, presidente de la Cámara de Diputados, declaró sin ambages: “El 1° de diciembre habrá cambio de poderes y nadie puede estarse moviendo con base en amenazas, chantajes o advertencias. No habremos de permitir que nadie impida [sic] la celebración de este acto que no tiene por qué empañarse”. Es decir, Calderón será presidente cueste lo que cueste; aunque la población sea reprimida y los derechos ciudadanos más elementales sean violados. Esa es la tónica y el ambiente.

Por su parte, Felipe Calderón ha continuado amenazando tácitamente a los disconformes y sus discursos (siempre a puerta cerrada), más que de reconciliación, parecen de intimidación y avizoran un México lleno de violaciones a las garantías individuales. La guerra sucia, redimida por el PAN, y la represión, siempre apoyada por los medios de comunicación electrónicos, serán las soluciones a cualquier disconformidad. En una intervención hecha el martes 7 de noviembre, el dizque presidente electo justificó la represión, los actos de intimidación y la guerra sucia; el Estado, según el presidente ilegitimo, tiene “la primera, irrenunciable y más importante obligación […] con la legalidad y el estado de derecho”; además, prometió “guardar y hacer guardar la ley, la Constitución. Pueden estar seguros que nadie estará en la convicción de que puede estar por encima de la ley y que vamos a luchar con todos los recursos del Estado para cuidar la integridad física y patrimonial de las familias mexicanas”. En la concepción calderonista del Estado no importa distribuir la riqueza, hacer un México más justo e igualitario; lo esencial es la ley, el respeto a ésta y su cumplimiento. Cabe preguntarse, ¿de qué ley estará hablando?

En nombre de la ley se podrá secuestrar, matar e intimidar, pues la ley está sobre todas las cosas. No importa que sea injusta, que le dé mucho al rico y nada al pobre, es la ley y se debe respetar y, claro está, quien la viola será sujeto de una reprimenda ejemplar, la mano duda, la mano de Calderón, de los intereses que éste representa. Nada de protestas ni de disconformidades, pues con ellas se viola la ley de las buenas costumbres, la ley impuesta por los de arriba y para los de arriba: el estado de derecho impoluto e incuestionable. La sentencia del juez (siempre dado a guiñarle el ojo al poderoso) será la última palabra, aunque no sea justa y esté plagada de amarres en lo oscurito, de corrupción y tráfico de influencias. La ley es la ley (dicen los de arriba) y más ley si es la nuestra y la que nos beneficia.

Felipe Calderón representa un retroceso para las libertades de expresión, organización y asociación. La imposición del michoacano está marcada por la corrupción y, cosas de la vida, por la violación flagrante a las leyes electorales, por ende, su discurso del respeto al “estado de derecho” no es más que hipocresía. Se avizoran, no cabe duda, tiempos de intimidación, guerra sucia y represión. Pero la última palabra la tiene el pueblo, ese mismo pueblo heroico que, por ejemplo, en Oaxaca, ha logrado organizarse y luchar en contra de un cacicazgo aberrante. Felipe Calderón tiene el tolete y el dinero, pero acá, abajo, se tiene el coraje, las ideas, la dignidad y unas esperanzas gigantes de cambiar el país.

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