Publico - 28/11/06
Después de las elecciones de julio de 2000, los temores del peligro que representaba la victoria de Fox para muchas libertades civiles sólo se equiparaban a la esperanza que muchos tenían en lo que se anunció y vendió como “el gobierno del cambio”. Muy pronto, incluso antes de que Fox asumiera la Presidencia, dichos temores comenzaron a tener sustento, cuando los legisladores panistas de Guanajuato intentaron eliminar la causal de violación y penalizar así nuevamente el aborto en dicho estado. Luego vinieron los desplantes populistas y constitucionalmente ambiguos del Presidente, desde el día de su toma de posesión, cuando acudió a la Basílica de Guadalupe y posteriormente recibió de su hija un crucifijo, el cual supuestamente le ayudaría a gobernar. La Virgen no le cumplió el milagro. Así que, curiosamente, por ineficiencia, desinterés o ineptitud del gobierno de Fox, los peores temores no se cumplieron. No solamente el gobierno no pudo cumplir las promesas que le hizo a la jerarquía católica, sino que durante este sexenio se aprobó la introducción de la anticoncepción de emergencia en la norma oficial mexicana y las políticas de Estado relativas a salud sexual y reproductiva permanecieron, a pesar de los embates de la ultraderecha en las más altas esferas gubernamentales.
En lo personal, el presidente Fox me convenció a lo largo de los años de la intrascendencia de su mandato. El vacío de poder que dejó y que han ocupado otros actores políticos, se sumó a la necesidad de observar al gobierno no como un bloque homogéneo, sino en toda su complejidad. Me parece incuestionable en todo caso que el saldo de este gobierno es claramente negativo, incluyendo los temas de corrupción, transparencia y democracia. En este sexenio ni siquiera hubo un caso ejemplar de castigo a la corrupción; tanto el asunto Pemexgate como el de Amigos de Fox quedaron sin solución o sin culpables. La transparencia tampoco fue, a pesar del IFAI, el mejor de los atributos de este gobierno, pues más de un escándalo surgió por manejos ocultos de las redes de poder y diversos casos de tráfico de influencias, por lo demás bastante documentados por la prensa. Tampoco en el terreno de la democracia el expediente de Fox es impecable, sobre todo después de la descarada intervención del Presidente en la campaña, lo cual puso en riesgo todo el sistema electoral hasta ahora penosamente construido.
Quizás la mayor (no necesariamente la mejor) herencia de Fox será su desenfadada forma de gobernar o desgobernar. Si algo le debemos agradecer es el haber acabado con el excesivo formalismo de los regímenes priistas. La ruptura con los anquilosados formatos del pasado acarrearon, sin embargo, de manera subrepticia, la ruptura con esquemas que preservaban por lo menos la apariencia de un respeto a las leyes y la Constitución. De esa manera, Fox introdujo, mediante su presencia en ceremonias religiosas, un elemento disruptivo que, disfrazado de convicción personal, ponía también en cuestión la laicidad del Estado y la necesaria autonomía de lo político frente a las instituciones religiosas.
Fue Fox el que puso en práctica una cierta idea de libertad religiosa, la cual supone que por encima de la Constitución y las leyes están las creencias personales. Ese fue el ejemplo que dio al desafiar a la Constitución y las leyes, acudiendo a ceremonias religiosas públicas, a pesar de que está explícitamente prohibido para los funcionarios asistir con ese carácter a las ceremonias religiosas de culto público. Y el mal ejemplo cundió, no el de asistir a misa, sino el de desafiar las leyes a partir de creencias personales. Luego el propio secretario de Gobernación quiso hablar de la preeminencia del derecho divino sobre el positivo y de repente Dios empezó a tener que ver en los debates en la Cámara. Así, por ejemplo, un diputado del PRD le pidió recientemente a Abascal que “en nombre de Dios” no hubiera represión en Oaxaca, a lo cual él gustosamente respondió que “en nombre de Dios no haremos absolutamente ninguna represión”. Ahora hasta la APPO pidió la intervención del Papa, dejando atrás el Oaxaca de Juárez a 150 años de separación del Estado con las Iglesias.
Unos días antes de las elecciones en Tabasco, el priista y ahora gobernador electo se aventó la puntada, con líderes evangélicos, de decir: “Yo me pongo en manos del Señor, lo que él diga será el próximo domingo. ¡Él... él ya me dijo que sí! ... Sólo faltan ustedes que vayan a dejar el voto.” O sea, gracias a Fox tenemos a políticos que aseguran haber hablado con Dios y obtenido de Él las garantías necesarias de un triunfo. ¿Qué pasará cuando todos los candidatos aseguren haber hablado y obtenido la aprobación de Dios?
El legado de Fox podría ser, sin embargo, todavía más pernicioso que el de actitudes folclóricas o violatorias de la ley. El impulso que desde diversos lugares se le quiere dar a la noción de libertad religiosa podría marcar el inicio de una campaña sobre un tema largamente añorado por la derecha. Fox no hizo nada en sus seis años como Presidente, pero pudo haber dejado bien puesto el huevo de la serpiente.
rblancarte@milenio.com
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Dia con dia queda claro: quienes alaban esta democracia simulada son como los tontos que nunca han visto a Dios y ante cualquiera se hincan. Rayuela, Jornada Jalisco 13Nov06
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