Cinismo calderonista
El Occidental 21/01/2007
Jorge Gómez Naredo
En repetidas declaraciones, Felipe Calderón ha insistido en los avances democráticos de México, en la superación de los regímenes autoritarios y dictatoriales, en el estado de derecho y en el respeto a los derechos humanos. Sus palabras las ha dicho en territorio nacional y en Centroamérica. Se ha arrogado la defensa de la democracia y de sus valores, sin embargo, algo no marcha bien, algo no está bien. ¿Acaso vivimos en un mundo de cabeza, en un país donde los ladrones defienden la honorabilidad, los asesinos luchan por la no violencia y los corruptos se dicen impolutos, limpios, inmaculados? Así suenan las palabras de Felipe Calderón: huecas, sin razón, hipócritas, cínicas.
Quien se dice presidente de México llegó a dicho puesto por un fraude electoral, por una campaña sucia, haciendo arreglos con quienes quisieran donar alguna cantidad de dinero para el proceso, sin importar, claro está, qué se ofreciera a cambio del “apoyo”, en qué condiciones y en detrimento de quién. Nada valía en la campaña electoral del PAN: no existía ni ética ni responsabilidad, todo era ganar, ganar, ganar, evitar la llegada de quien fue denominado “peligro para México”. Corromper, según el ideario de los pragmáticos panistas, era permitido siempre y cuando se salvara la patria, se salvara su patria, la patria de ellos y de nadie más. No les importó dividir a la sociedad aún más, enconarla, lastimarla, engañarla. Nada. Todo era por el bien del país, de la estabilidad y de los logros macroeconómicos. Una especie de destino divino, a la usanza de los norteamericanos que piensan y creen (verdaderamente lo creen) que son los salvadores del mundo, la policía mundial. Así, en México, los panistas creyeron que eran los salvadores, los rescatadores, quienes impedirían el ascenso del “malo”, del “ogro”, del “peligro”. Y después, cuando se vieron implicados en corrupción y fraude electoral, cuando, en pocas palabras, se convirtieron en todo aquello que años atrás repugnaban y criticaban, cuando eso sucedió, se dijeron (se convencieron) que era en beneficio de la democracia.
Felipe Calderón ahora va y dice y piensa y cree y manifiesta que él, quien llegó a través de un fraude electoral, es quien defiende los principios democráticos de México. Sin embargo, la realidad, siempre caprichosa, indica lo contrario. Felipe Calderón critica el autoritarismo pero, junto a él, marcha Francisco Ramírez Acuña, un genio de la intimidación y la represión. Felipe Calderón censura la violación de los derechos humanos pero defiende, al mismo tiempo, a Ulises Ruiz, un contumaz infractor de las garantías constitucionales, torturador, asesino. Felipe Calderón se dice seguidor del estado de derecho pero viola la Carta Magna, al permitir un aumento al salario mínimo irrisorio, cínico.
En México día a día se construye un régimen autoritario, desvergonzado e hipócrita. ¿Quién va a creer que el aumento a la tortilla de seis a ocho pesos con cincuenta centavos (en el mejor de los casos, porque hay estados del país donde un kilo de tortilla que valía hace dos meses seis pesos, ahora cuesta 18) sea un “logro” del gobierno en lugar de un golpe certero a la economía de los más pobres del país, de los pobres entre los pobres? No cabe duda que la única salida que tiene el pueblo de México a la amenaza autoritaria es la movilización, la organización y el rechazo a un gobierno usurpador. Sin embargo, hay muchas barreras, una de ellas (quizá la más difícil de sortear) es la embestida de los dueños del dinero a través de los medios de comunicación electrónicos. La oposición en el país tiene que ir dirigida, además de contra los panistas, contra el duopolio televisivo. Sí, Televisa y TV Azteca son una rémora para lo que queda de la democracia mexicana. Luchar contra estos consorcios que solamente envilecen la inteligencia y denigran el pensamiento es una tarea difícil que se debe arrostrar.
Bastaron dos meses para desenmascarar la hipocresía de quien se dijo “presidente del empleo” y que hoy está a punto de descarrilar a un país entero. México no merece la mediocridad de personajes como Francisco Ramírez Acuña. México no merece a una persona tan maquiavélica como Felipe Calderón. Si no se da la batalla, pronto estaremos entrando un pasado que creíamos desterrado, enterrado en las hojas más sangrientas y grises de la historia del país.
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