Jorge Carrasco Araizaga - Proceso 1574
Las derrotas no se perdonan. Así lo entendieron los conservadores del siglo XIX y sus descendientes, que nunca perdonaron la que les infligió Benito Juárez. Tuvieron paciencia y hoy México, fragmentado como entonces, está de nuevo a su disposición, de acuerdo con la historiadora Patricia Galeana. En una entrevista con motivo de la publicación de su libro El tratado de McLane-Ocampo, la exdirectora del Archivo General de la Nación advierte: “El liberalismo del siglo antepasado estaba construyendo el Estado nacional, y el neoliberalismo de ahora lo está destruyendo”.
La derecha mexicana no le ha perdonado a Benito Juárez que la haya derrotado en la guerra civil del siglo XIX y haber acabado con el Estado confesional, por lo que ahora, con el PAN como gobierno y el activismo político de la Iglesia católica, pretende restablecer la influencia que tuvo hasta la conformación del Estado laico.
La presidencia de Felipe Calderón es, por tanto, más que una mera sucesión del gobierno de Vicente Fox; representa el ascenso al poder de la derecha ortodoxa y el regreso del conservadurismo del siglo XIX, afirma la historiadora Patricia Galeana en entrevista con Proceso.
A propósito de la publicación de su libro El Tratado McLane-Ocampo. La comunicación interoceánica y el libre comercio, la investigadora y exdirectora del Archivo General de la Nación (AGN) afirma que el PAN de hoy agrupa al mismo tipo de conservadores que desataron la guerra civil en México al pretender instaurar el Segundo Imperio.
Advierte que se ha querido presentar a Juárez como traidor a la patria por la firma del tratado entre su canciller Melchor Ocampo y el representante de Estados Unidos en México, Robert McLane; pero se oculta que los propios conservadores estuvieron dispuestos a ceder el istmo de Tehuantepec a ese país para que ya no apoyara a Juárez y establecer el Segundo Imperio en México, después del de Agustín de Iturbide.
El Tratado McLane-Ocampo, firmado el 14 de diciembre de 1859 aunque nunca fue ratificado por el Senado de Estados Unidos, cedía soberanía mediante el control a perpetuidad del derecho de vía por Tehuantepec, lo que le daría a ese país el control del comercio interoceánico, pero también libertad de movimiento de sus tropas y pertrechos militares.
Garantizaba además el libre tránsito entre Tamaulipas y Mazatlán, y desde Sonora hasta Baja California, a cambio del reconocimiento y apoyo militar de Washington al gobierno de Juárez, que se encontraba en guerra con los conservadores.
Galeana sostiene que desde que el excandidato presidencial Andrés Manuel López Obrador dijo que era juarista, “la política se volvió a servir de la historia, y la historiografía neoconservadora se dedicó a atacar a Juárez, a acusarlo de proyanqui, a decir que sería panista, que estaría con Calderón y una serie de barbaridades”, descontextualizando la actuación del restaurador de la República en México.
Hay una gran manipulación en ese discurso, aclara, porque en primer lugar se debe entender quiénes son los liberales del siglo XIX y quiénes los neoliberales de ahora: “El liberalismo del siglo antepasado estaba construyendo el Estado nacional, y el neoliberalismo de ahora lo está destruyendo. Son dos cosas totalmente distintas”.
El liberalismo, expone, es una doctrina que lleva ya más de dos siglos de vigencia y ha tenido diferencias abismales en cada país y en cada momento histórico. “En Estados Unidos los liberales son lo que podemos llamar la izquierda de allá, mientras que en Europa nos encontramos con que son casi nazis, y ambos se dicen liberales porque el liberalismo nace ligado a la democracia y todos quieren decirse liberales y demócratas”.
Galeana menciona otra de las ironías: Mientras en el siglo XIX los estadunidenses eran considerados enemigos por los conservadores, los gobiernos panistas y los neoconservadores de la actualidad son absolutamente proestadunidenses.
Pero los nuevos conservadores mexicanos no le han perdonado a Juárez que los haya derrotado, que haya quitado sus bienes a la Iglesia católica y acabado con el Estado confesional. Y ahora, tal como ocurrió en el siglo XIX, la jerarquía católica mexicana utiliza “la calidad sacerdotal” para hacer política.
En la mayor parte de las obras dedicadas a Juárez, el tratado se pasa por alto, considerándolo sólo como un error inexplicable. Pero el compromiso bilateral, asegura la historiadora, “fue un modelo de negociación diplomática”, pues si bien permitía el control del paso comercial interoceánico por el Istmo de Tehuantepec, incluso vigilado por tropas estadunidenses, México no entregó más territorio a Estados Unidos, como lo quería Washington.
Sin embargo, aclara que no fue ratificado por la división que existía entre los librecambistas y los proteccionistas en el Senado estadunidense, contra la afirmación en el sentido de que “México se salvó de milagro” o de que el documento no fue aceptado por las diferencias que existían entre los estados del norte y el sur de aquel país.
Se trata de aseveraciones fuera de toda lógica porque, además de desconocer el trabajo de los diplomáticos mexicanos de esa época, dejan a un lado el comportamiento que tuvieron los congresistas estadunidenses frente al Tratado McLane-Ocampo, puntualiza Galeana, quien para la publicación de su libro revisó los debates, la votación y los argumentos de cada uno de los senadores estadunidenses frente al compromiso bilateral, donde encontró que tanto legisladores del sur como del norte votaron a favor y en contra de la ratificación.
Directora del Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y del Instituto Matías Romero durante el gobierno de Carlos Salinas, la especialista dedicó una década a la investigación y elaboración de El Tratado McLane-Ocampo. La comunicación interoceánica y el libre comercio.
El tema sigue siendo importante, dice, porque la sombra de la traición ha impedido que México tenga un paso comercial de ese tipo. Incluso refiere que estuvo presente en la reciente campaña presidencial de Nicaragua, y en Panamá se acaba de autorizar la ampliación del canal.
La publicación constituye la primera investigación dedicada al tema que utiliza tanto los archivos de la SRE como del AGN, institución que ella misma dirigió durante la administración de Ernesto Zedillo.
La historiadora da a conocer además documentos que no habían sido considerados, entre ellos los últimos informes de McLane sobre los propósitos expansionistas de Estados Unidos, y cómo ese negociador favorecía que se invadiera a México por segunda ocasión en poco más de una década con el propósito de obtener territorio de Sonora, Chihuahua y Baja California.
“Ya sabíamos de este afán expansionista del gobierno del presidente James Buchanan, pero es interesante ver cómo McLane fundamenta esa posible intervención y el momento en que lo hace”, apunta la investigadora.
Contraria a las condenas que se han lanzado contra el documento, Galeana asegura que el tratado fue una negociación diplomática que permitió una alianza militar entre México y Estados Unidos en la perspectiva de la invasión francesa, pues tenía una convención adjunta que equivalía a ese pacto.
“Fui directora del Matías Romero, donde se forma a los defensores de nuestros derechos e intereses ante el mundo, y siempre analizábamos esa negociación, pues estando al borde del precipicio, de desaparecer como país, con la guerra civil casi perdida, sin recursos, y con la intervención francesa en movimiento, Juárez y Ocampo logran convencer a los estadunidenses de que no van a venderles territorio y consiguen cambiar un tratado de venta territorial por uno de tránsito comercial.”
Si no se hubiera firmado, enfatiza, Estados Unidos no habría reconocido al gobierno de Juárez y se habría consolidado el Segundo Imperio. “Después de leer todos los informes militares de ese momento, he llegado a la conclusión de que el gobierno juarista no habría resistido el ataque por mar y por tierra que estaban organizando los conservadores”.
Agrega que sin resistencia republicana se habría consolidado el Segundo Imperio, pues la intervención francesa –que se dio prácticamente al mismo tiempo que la Guerra de Secesión en Estados Unidos– contaba con un gran apoyo de la población mexicana gracias al monopolio educativo y religioso de la Iglesia católica, cuya cabeza máxima, el cardenal Antonio del Castillo y Dávalos, era uno de los grandes artífices del Imperio.
La investigadora asegura que el tratado representó “un riesgo calculado para detener otro mayor”. Ocampo –quien fue fusilado por los conservadores por haberlo firmado– “quería que las tropas estadunidenses estuvieran en México porque los liberales estaban perdiendo la guerra y tenían la confirmación de que ya veían las bayonetas francesas, por lo que México se iba a convertir en un protectorado francés”.
Historiografía neoconservadora
No obstante, el tratado no se puede ver sólo a la luz de la guerra civil, sino que también debe entenderse como un asunto internacional que venía desde mucho antes, pues el paso interoceánico, el libre comercio y los pasos comerciales ya se habían planteado desde el tratado de 1831 firmado entre Estados Unidos y Gran Bretaña.
El tema, en efecto, había sido objeto desde entonces de negociaciones entre esos dos países, que discutieron la viabilidad del paso interoceánico no sólo en México, sino en Nicaragua y Panamá, donde finalmente Estados Unidos empezó a construirlo a principios del siglo XX.
Patricia Galeana plantea que para los liberales mexicanos del siglo XIX fue un drama que los dos países paradigmáticos del liberalismo –Francia y Estados Unidos– fueran los que agredieran a México.
La idea de Ocampo era que si México se convertía en un país liberal y dejaba de ser un bastión del conservadurismo, de la corrupta Iglesia de Roma, como la calificaban los protestantes, no sólo dejaría de ser agredido, sino que iría por el mismo sendero del liberalismo de Estados Unidos, manifiesta la historiadora.
Hay que reconocer también, matiza, que el gran valladar para la intervención de Estados Unidos en México, además de los conservadores, fue la Iglesia católica, que no quería saber nada de los anglosajones protestantes.
En cambio, financiaba la guerra de los conservadores contra Juárez, y por esa razón el gobierno republicano nacionalizó sus bienes. “Juárez tiene que adelantar las Leyes de Reforma a pesar de que ni él ni Ocampo querían hacerlo, precisamente para no darles más argumentos a los conservadores, quienes desde los púlpitos decían que Juárez estaba en contra de la religión católica, lo que no era cierto, pues ambos la profesaban.
“Lo que ellos querían era ganar la guerra para reformar las estructuras de la sociedad y acabar con los restos coloniales”, entre ellos el monopolio económico, religioso y social de la Iglesia.
Expresión de ese monopolio se observó cuando el ejército francés invadió a México en 1862 y fue recibido con guirnaldas y bajo palio en la Catedral de Puebla. “Lo mismo ocurrió en cada una de las poblaciones en las que entró: se tocaban las campanas e incluso había Te Deum”. El propósito de la Iglesia era que la gente recibiera a los franceses como los salvadores de la religión católica en México.
Desde luego, señala, el Papa Pío nono estuvo en una actitud militante contra el liberalismo mexicano. “Fue tan activista como Karol Wojtyla (el Papa Juan Pablo II) y Joseph Ratzinger (el actual Papa Benedicto XVI) lo fueron contra el comunismo”.
Cuando Juárez inició la Reforma para limitar –porque no le quitaba todos sus fueros– a la Iglesia, Pío IX elaboró un documento para condenar la legislación. Inclusive, a la llegada de Maximiliano de Habsburgo a México hizo un sílabus en el que enlistó los “errores” cometidos por este país, y que eran todas las ideas del liberalismo, incluido el principio de soberanía nacional.
El apoyo social a la invasión francesa propiciado por la Iglesia católica contrastó con lo ocurrido durante la primera invasión de Estados Unidos, entre 1846 y 1847. Cuenta la historiadora que en ese entonces hubo estados del país que no mandaron hombres ni recursos económicos para defender territorios que no les importaban y que no sentían propios, e inclusive Justo Sierra O’Reilly –padre del fundador de la Universidad Nacional de México– estaba en ese momento negociando la anexión de Yucatán a Estados Unidos.
Asegura que en el caso de la invasión francesa, a pesar del control de la Iglesia sobre la población, era insostenible seguir justificando su presencia debido a las constantes violaciones a los derechos humanos cometidas por el ejército francés, y porque el imperio –que era de origen liberal– estuvo en permanente confrontación con las autoridades eclesiásticas.
Benito Juárez, quien había encabezado la resistencia, se convirtió entonces en el factor de integración de una nación contra la ocupación extranjera, “con lo que consolida el Estado nación en México y derrota al Estado confesional”.
Sin dudar, Patricia Galeana afirma: “Hoy nos encontramos tan fragmentados como en el siglo XIX. Los ánimos se han exacerbado porque los neoconservadores quieren regresar las cosas al punto de donde consideran que nunca debieron salir; es decir, antes de Juárez”.
Indica que Calderón, para arrancar con un discurso menos conservador que su antecesor, Vicente Fox, ha parafraseado al propio Ocampo, quien también era de Michoacán. Calderón, en efecto, aludió a Ocampo en medio del conflicto poselectoral. Si Ocampo dijo: “Yo me puedo doblar, pero no me quiebro”, Calderón expresó el pasado 20 de julio ante las manifestaciones en su contra: “Yo ni me quiebro ni me doblo”.
A diferencia de Fox, Calderón sí pertenece al panismo ortodoxo, el grupo que no le perdona a Juárez que haya derrotado a los conservadores. Por eso “vemos ahora a la Iglesia militante, clericalista, usando la calidad sacerdotal para hacer política, y por eso vimos a los arzobispos haciendo campaña a favor de Calderón en los púlpitos y en los atrios de las iglesias”.
Y pregunta: “¿Por qué se extraña el señor (Norberto) Rivera Carrera (arzobispo primado de México) de que entren a hacer manifestaciones cuando está diciendo misa si él todo el tiempo está haciendo política, desde el púlpito y con sus declaraciones cotidianas?”.
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