“En esto no hay descanso; la lucha es de todos los días”, dice la esposa de Ignacio del Valle lourdes godínez leal
México, D.F., 14 de mayo (apro-cimac).- Trinidad Ramírez del Valle tiene una hija y un hijo perseguidos por el Estado. Otro está preso en el penal de Santiaguito y su esposo está condenado a 67 años de prisión. Por eso, su vida dio un vuelco: dejó atrás las labores domésticas para continuar con la lucha que le “heredó” uno de los líderes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), Ignacio del Valle, su esposo. Trinidad comienza su jornada a las 5 de la mañana. Primero atiende la casa, luego las conferencias, mítines, marchas, plantones y foros, para seguir denunciando y clamando justicia para su pueblo y su familia. “Mi día termina como a la una o dos de la madrugada. A esa hora me acuesto, pero sólo puedo dormir tres o cuatro horas porque tengo muchos sueños. A veces sueño que tengo a mi familia conmigo; otras que están muy lejos”, dice. Trini, como le llaman en la comunidad, es originaria de San Salvador Atenco, estado de México, donde conoció a su esposo Ignacio, con quien tuvo tres hijos: América, César y Ulises, Ella lamenta que su familia haya sido desintegrada “por un gobierno opresor, que lo único que busca es la venganza política y que se ensañó con la familia por ayudar al pueblo a levantar la voz y exigir sus derechos”. Señala: “No acepto, como esposa, madre y mujer, estas injusticias. Mi vida ha dado un vuelco, y ahora no tengo a mis seres queridos: a mis hijos y mi esposo”. Aunque desde 2001 Trinidad se incorporó a la “lucha” del FPDT, fue hasta 2006 cuando “incursionó” de lleno en el activismo, clamando desde entonces la libertad de su esposo, recluido en el penal del Altiplano ese mismo año. Desde entonces no lo ha podido ver, “impedida ante diferentes pretextos de las autoridades”. Dice: “Hace ya un año que no veo a Ignacio. Cuando voy al penal, me dicen que mi credencial de elector no está bien, que no aparezco en la lista y otras cosas”. Sin embargo, mantiene la esperanza de que su hijo y su esposo salgan libres, aunque ya no espera nada de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, gobernador del estado de México. Ahora mantiene su fe en las instancias internacionales, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y las Naciones Unidas, a donde, dijo, acudirá “porque ya han agotado todos los recursos en el país sin resultado alguno. “Han criminalizado a los luchadores sociales. Lo único que hacemos es levantar la voz y exigir que respeten nuestros derechos, pero a ellos (al gobierno) no les gusta que hablemos, nos organicemos, por lo que nos reprimen”, añade. A Trinidad se le quiebra la voz por momentos, en especial cuando recuerda a sus hijos: César está preso en el penal de Santiaguito; América y Ulises tienen una orden de aprehensión, y desde hace un año dice no saber nada de ellos. A América se le acusa, igual que a su padre, de secuestro equiparado y ataque a las vías de comunicación, pero también se le imputan otros cargos. En 2003 fue acusada de robo calificado durante una de las movilizaciones del FPDT. “Todo esto me ha causado un profundo dolor, como madre y esposa, pero este dolor lo tengo que convertir en rabia y fortaleza. El amor tan grande que siento por mis hijos y por mi esposo, es lo que me sostiene”, dice. César, el menor, cumplió sus 18 años en prisión: “Ayer hablé con él para comunicarle la sentencia que le dieron a su papá, de 67 años de cárcel. Se deprimió mucho, pero le dije que hay que seguir luchando y resistiendo y hay que sobreponerse al dolor”. Añade “En esto no hay descanso. La lucha es de todos los días; espero no decaer”. Al final, Trinidad lanza una súplica: “América, Ulises, y a toda mi familia, en donde quiera que estén: aquí está su madre que los ama con toda su alma y que seguirá luchando con uñas y dientes por su libertad. Resistan, luchen por sus ideales y no decaigan. Los amo”.
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