Legitimidad y carestía
El Occidental 14/01/2007
Jorge Gómez Naredo
¿Cómo legitimar? ¿Cómo sostener a un “presidente” que cometió fraude en las elecciones para arribar al máximo puesto de la República? ¿Cómo eliminar el sentimiento de coraje de cientos de miles de personas? ¿Cómo hacer querido a un individuo sin carisma? ¿Cómo gobernar un país que, día a día, se despeña por la pobreza, la inflación, la miseria y la discriminación? ¿Cómo provocar el olvido de una campaña sucia que dividió a un país?
Felipe Calderón ha llevado a cabo muchas estrategias para legitimar su ascenso al poder. Primero montó un operativo en contra de la delincuencia organizada. Las televisoras (siempre prestas a quedar bien con el gobierno en turno y lograr prebendas) mostraron imágenes de fuerza, control y orden, donde la milicia se conceptuó como la panacea para los problemas de inseguridad. El fracaso de dicho operativo está a la vista: no ha habido la captura de ningún narcotraficante, no se han desmantelado las organizaciones delictivas ni disminuido los asesinatos y el mercadeo (nacional e internacional) de estupefacientes continúa en ascenso.
Después, Calderón se disfrazó de militar: quería dar a entender quién era el jefe de las fuerzas armadas, quién gobernaba, quién ordenaba, quién tenía el control. Fracasó también, pues más que fortaleza mostró debilidad al resguardarse entre ropajes verde olivo. Ni sus discursos demagógicos otorgando aumentos salariales a las fuerzas armadas ni los espots de televisión mezclando imágenes militares con la bandera nacional y la voz de Calderón surtieron el efecto deseado: para cientos de miles de mexicanos el presidente en funciones es y será un usurpador.
El jueves pasado, en su primer “baño de pueblo”, Calderón visitó Chalco en el Estado de México y algunos municipios de Veracruz pensando que la seguridad y las restricciones impuestas por el Estado Mayor Presidencial (EMP) impedirían los reclamos. No fue así. La gente lo increpó y le reclamó los aumentos en el precio de las tortillas, el azúcar y demás alimentos básicos en la dieta de los mexicanos. En un tono populista (sí, populista) arengó: ''no me importa que lo traigan [el maíz] desde miles de kilómetros, lo importante es que ése no sea un argumento para elevarle los precios a la gente (sic)”.
Legitimar a un presidente es una tarea difícil y más cuando, en lugar de trabajar para las mayorías del país, la persona que busca legitimidad se dedica a pagar facturas de todos aquellos que lo apoyaron en su campaña electoral. Roberto González Barrera es el dueño de Maseca, una de las empresas más importantes en la producción y distribución de tortillas y harina de maíz. Este empresario fue muy cercano al gobierno de Vicente Fox y, lo dudemos, seguramente apoyó a Felipe Calderón en su campaña electoral. El jueves pasado el mismísimo Guillermo Ortiz, director del Banco de México, anunció que el incremento en el precio de la tortilla no se debía a las alzas internacionales en el costo de este cultivo, sino a la especulación. ¿Qué indica esto? Que los emporios de las tortillas (Maseca y Minsa) han enrarecido su distribución para, en pocos días, elevar los precios de las mismas y, claro está, embolsarse una buena cantidad de millones de pesos. ¿Así quiere legitimarse Felipe Calderón, con discursos demagógicos y sin castigar a aquéllos que buscan beneficiarse en detrimento de los más pobres?
La inflación está a la vista de todos (aunque se niegue y se disfrace con un 4.5%): basta ir al mercado para percatarse que los precios se han incrementado; en cambio, el aumento al salario mínimo no sobrepasó los dos pesos. Estos elementos provocarán, no lo dudemos, irritación en la sociedad. Si a ello le agregamos la debilidad y la imposibilidad de un presidente para legitimarse, tenemos un polvorín llamado México que hace tic-tac, tic-tac.
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