La rebelión de los pelados
La Jornada - Hermann Bellinghausen
No está de moda hablar de lucha de clases. No existe ya. Hay buenos y malos, legales y no legales, amigos y enemigos, radicales y moderados, civilizados y bárbaros. Todos, eufemismos de lo mismo: en esta esquina unos cuantos privilegiados (¿qué tanto son tantitos?), y en esta otra las mayorías eternas: desempleadas, migradas, despojadas, explotadas, reprimidas, violadas. Ah, redimibles. El desprecio endémico de los ricos, poderosos y famosos por los underdogs se tiñe de justificaciones "racionales" y cínicas teorías económicas (de capitalismo hablamos; no hay más). En México eso tiene un nombre impronunciable: racismo.
Porque no es para cualquiera tener lana, ganar bien, invertir, crecer, etc. Hace poco topé con una rueda de molino que quizá pocos pensaron, y en todo caso ya olvidaron: el sentido del infame proceso mediático (y los hay peores) conocido vulgarmente como Nicogate. Es la historia de un chofer que ganaba casi como patrón (¡del erario! ladraron todos, infundadamente, por cierto). Nadie se cuestionó qué hace más digno e importante el trabajo de un diputado, un presidente municipal o un cacique de mercados que el de un chofer que ni siquiera es hermano o cuñado de su empleador. Al poder lo insulta que un vil chafirete "gane como yo". ("La disimulación honesta frente a la República simulada", presentación de Alberto Sladogna en las jornadas Sicopatología de la política cotidiana, Guadalajara, agosto de 2006; ver el sitio clinicadoctrina.blogspot).
La fibra del inconsciente colectivo (y del consciente deliberado de los ingenieros de propaganda del poder) que tocó Nico era sólo una pieza de la gran batalla de difamación y odio contra el "peligro" para México. Ese otro prieto, su jefe, que mal habla el castellano y quiere ser presidente. Los pelados son choferes pobres y candidatos que nunca ganan por las buenas.
Para los pelados los palos. Y más ahora que las clases bajas andan queriendo como que cambios. Vaya idea inoportuna, si vamos-muy-bien. Distrae de lo principal: construir aeropuertos y guelaguetzas, ganar elecciones, vender la patria, llenarse de billetes los insignes y merecedores bolsillos. El pueblo, que como se sabe es abundante, decidió salir a la calle -bueno, es un decir, allí vive- y tomarla. Plantarse en ella. En el DF con Andrés Manuel López Obrador, en Santiaguito con los presos de Atenco, en Oaxaca (y el DF) con la APPO y los maestros en paro. La tentación es desalojarlos.
En el caso de Oaxaca, los de arriba (gobierno, medios de comunicación y los dueños del dinero) se alían con los verdaderos aliados, quienes sean. Por ejemplo un grupo pandilleril e impresentable que se hizo del poder en una entidad, y la gente respingó y dijo: que se vayan. Ahora el gobernador de Oaxaca gasta el dinero que le queda (y no se le acaba) en lavarse la cara y probar que gobierna. ¿Dónde? En los medios.
¿De quién es la ley? Del poderoso, no le demos vueltas. Así que lo que haga la plebe para resistir será ilegal. Y entonces los columnistas, académicos, intelectuales y creadores mantenidos por el sistema se espantan: ahí vienen los violentos (la suya es violencia, lo nuestro es orden), los infractores, los sediciosos. Los "bárbaros", el escritor Germán Dehesa dixit en un artículo que lee, mal, el siempre citable poema de Cavafis "Esperando a los bárbaros"; todo un homenaje a la mentalidad dominante, ni siquiera chistoso, merced a una "lectura" poética lamentable.
Y la ley hay que aplicarla para aplacarlos. Para eso está. Aunque se exclusivice en manos del amo, y en los peores casos, de bandidos marrulleros que tiran a matar. Si son porros encumbrados y desviaron recursos, eso lo discutimos luego, nos dicen los que "conceden" la duda de una eventual auditoría. Primero veamos los delitos tipificados de los pelados y su bien ganada baraja de órdenes de aprehensión: obstruyen la vía pública, pintarrajean casas particulares, toman radios también particulares (y las operan, ¡por Dios!), se defienden de los que muy legalmente les disparan, los garrotean, los torturan, les siembran armas prohibidas (para ellos), los encarcelan. De por sí uno de pobre vive fuera de la ley.
Algún día las televisoras y demás medios de comunicación comercial deberán ofrecer disculpas por sus fabricaciones represivas en Atenco, el DF y Oaxaca (y Yucatán, Chiapas, Michoacán). Que prácticas similares empleen Bush and Co., a los medios les da respaldo, y a nosotros nos da vergüenza.
La legitimidad no sustituye a la legalidad, pero no es menos válida. Los pueblos indios del país, la insurrección pacífica (pero no dejada) en Oaxaca, la resistencia civil lopezobradorista (partidos aparte) tienen razón. Son legítimos, pero no le digan a nadie. Hay que ocultarlos, difamarlos, aplastarlos, comprarlos. Habrase visto, bola de pelados. Ni modo que el país se lo queden los choferes. Que para colmo, en su irreverencia dejaron de tener miedo. Se juntaron. Se pusieron de acuerdo en algo. Saben lo que quieren. Carajo.
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