La crisis global y "los Sentimientos de la Nación" hoy
Reseña Estratégica, 20 de octubre de 2006 .-Publicamos el siguiente articulo que aparecerá en la edición de octubre del periódico Página Iberoamericana.
Por Lorenzo Carrasco
No pueden pasar desapercibidas las frecuentes menciones de Andrés López Obrador a la Constitución de Apatzingán, para sustentar la legitimidad de la Convención Nacional Democrática que, reunida el 16 de septiembre, terminó reconociéndolo como "Presidente legitimo" de México. El artículo cuarto de la constitución de 1814 dice:
"Como el gobierno no se instituye para honrar el interés particular de ninguna familia, de ningún hombre ni clase de hombres; sino para la protección y seguridad general de todos los ciudadanos, unidos voluntariamente en sociedad, éstos tienen derecho incontestable a establecer el gobierno que más les convenga, alterarlo, modificarlo, y abolirlo totalmente, cuando su felicidad lo requiera".
Principio constitucional que es el antecedente del artículo 39 de la Constitución vigente que reza:
"La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno."
Más allá de brindar legitimidad histórica a las decisiones tomadas el 16 de septiembre, la Constitución de Apatzingán constituye el acta de nacimiento de una República Mexicana, independiente y soberana; la cuna de la nacionalidad que no podemos omitir al analizar los desvíos y establecer los remedios necesarios en la reconstrucción del edificio del estado nacional en la búsqueda del cumplimiento de la misión para la cual fue ungida desde su origen.
No es una tarea académica de revisionismo histórico fútil, sino una necesidad para encontrar las raíces de "los sentimientos de la nación", que es el ámbito en donde mora el sentido más trascendente que une a un pueblo a través de los siglos y las generaciones. Es el sentimiento inalienable del pueblo mexicano otorgado de manera singular por el Creador y que, sin lugar a duda, se manifestó por millones de mexicanos que salieron a las calles a protestar contra la imposición electoral.
Fue el propio José María Morelos y Pavón en septiembre de 1813 quien retrató lo que él mismo denominó "Los sentimientos de la nación" y que se convirtió en la base fundamental de la propia constitución de 1814.
"Que la América es libre e independiente de España. Que la religión católica sea la única. Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la iglesia Católica. Que la soberanía dimana del pueblo, dividiendo los poderes en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Que la patria no será libre del todo mientras no se expulse de nuestro pueblo, al enemigo español. Que las leyes que dicte el Congreso obliguen a la constancia y patriotismo, moderen un justo jornal al pobre para que mejore sus condiciones de vida y que la esclavitud prescriba para siempre. Que se proteja la propiedad privada y jamás se admita la tortura. Que se establezca constitucionalmente la celebración del día 12 de diciembre de cada año, dedicado a la patrona de nuestra libertad, María Santísima de Guadalupe. Que las tropas extranjeras jamás pisen nuestro suelo. Que se supriman la infinidad de tributos o gabelas que más agobian al pueblo. Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad".
Con algunas adecuaciones estos "sentimientos de la nación", que antecedieron el establecimiento formal de la nación, podrían ser un retrato preciso del cuadro de podredumbre institucional que sufre la nación hoy día. De hecho la corrupción de la republica, ese sub-mundo en que se convirtieron las instituciones nacionales, en que la política se transformó en un juego de negociaciones íntimas dentro de un antro, desde el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari hasta la fecha, es el resultado de la violación de ese sentido moral y espiritual de justicia que está en el sentimiento original de la nación. Pretender norte-americanizar a México a través del Tratado de Libre Comercio e importar los patrones anglo-protestantes a través de la destrucción del estado de bienestar; omiso a la justicia social, como anhelaban la cuadrilla de Salinas de Gortari y su sucesores, hirió profundamente el alma nacional. El significado trascendente de las manifestaciones de julio, agosto y septiembre, fue la expresión de una alma dolida, machucada y lista a defender el sentido mas profunda de la nación; un sentimiento de una nación en lucha contra su desintegración.
La crisis global
Por su propia naturaleza estas manifestaciones no responden a un mero calendario político interno, sino que constituyen las más monumentales manifestaciones contra el orden globalizado al borde del estallido y por ello, la prensa internacional ha tratado de ignorarlas, mientras festejan algunas reuniones de decenas de miles, infinitamente de menor importancia, cuando así les conviene. Pero la verdad terminará imponiéndose en la medida en que los síntomas de esa crisis global sean inocultables. Hoy vemos que las políticas unilaterales, de guerras preventiva para el control de recursos naturales en el planeta esta llegando a su fin. La mancuerna neoconservadora Tony Blair-George W. Bush luchan desesperadamente para no ser despedidos a patadas, mientras que se desmorona el andamiaje de mentiras construido en torno de su guerra al terror. Jamás en la historia estadounidense se tuvo una fase de tanto desprestigio internacional y el margen de maniobra de los neoconservadores en el Congreso pueden desaparecer súbitamente en las elecciones del próximo 7 de noviembre. Como consecuencia de ello, el desorden mundial tenderá a crecer como se percibe en el caso de la bomba nortecoreana que detonó el sistema de no proliferación nuclear, piedra angular del actual sistema de poder mundial.
Agreguemos a este cuadro la inminente recesión económica de los EUA que fracturara su simbiosis financiera con China y hundirá consigo parte significativa del comercio mundial, en el momento en que millones de seres humanos emigran de África, Asia e Ibero América buscando huir de la miseria en que la globalización los dejó.
Bajo estas condiciones de crisis las oligarquías binacionales congregadas en el establishment TLC-Neoconservador decidieron impedir a cualquier precio la victoria de Andrés Manuel López Obrador, porque según sus propios cálculos, ello significaría un cohete a estribor del frágil navío oligarca.
La crisis clama por un nuevo sistema mundial basado en la reconstrucción de los estados nacionales soberanos y restablecer los principios de bien común y la búsqueda de la felicidad de la especie humana. Para tanto es urgente cumplir la tarea de la demolición de la maquina obsoleta del colonialismo en cualquiera de su formas, tarea que viene siendo retrazada desde fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando la humanidad estaba lista a transformar la derrota del nazi fascismo en el fin de tres siglos del odioso colonialismo europeo anglo-sajón.
Es desde esta visión global, como lo era también en el México de Apatzingán, donde vuelve a encontrarse el sentido universal de los verdaderos "sentimientos de la nación". Podríamos expresarlos quizá en términos más modernos de una republica secular, pero no deja de ser el mismo sentimiento eterno, el mismo fundamento espiritual y religioso, que como fuerza providencial mueve al pueblo de una nación en busca de una misión universal. Fue con ese sentido trascendente, más allá del resentimiento social, que nuestros padres fundadores emprendieron las gestas de la independencia nacional. Teniendo hoy como principio la búsqueda de la felicidad y de la justicia social, el cuerpo de la nación puede ser sanado y marchar hacia una nueva fase de nuestra historia, no más arrinconados en las trampas del sistema liberal anglo-protestante. En base a estos principios, México puede ser un líder del verdadero proceso de la integración de Ibero América, como una misión compartida con otras grandes naciones de América del Sur.
En condiciones de crisis civilizatoria aguda, la historia universal llama a los individuos y a las naciones a ser más grandes que su propio destino.
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